Entre lo mejor a lo peor
No es nuevo -est¨¢ en los detestables ep¨ªlogos llorones de las magn¨ªficas La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan- que Steven Spielberg remate de manera lacrim¨®gena, al borde del ba?o de cursiler¨ªa, como hace en Inteligencia Artificial, el recio y grave desarrollo de una aventura po¨¦tica trazada con rigor y vigor de tragedia. Este apasionante pero quebrado filme -procedente de un proyecto frustrado de Stanley Kubrick inspirado en el cuento de Brian Aldiss A. I.- es, desde su arranque hasta el giro en busca de humedades lacrim¨®genas del episodio final, una met¨¢fora de altos vuelos sobre la soledad que envuelve la existencia sin muerte de un ni?o artificial, un peque?o mu?eco robot al que una de sus articulaciones mec¨¢nicas otorga conciencia y capacidad de amor y dolor humanos.
A. I. / INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Director: Steven Spielberg. Int¨¦rpretes: Haley Joel Osment, Jude Law, Frances O'Connor, Brendan Gleeson y William Hurt. G¨¦nero: Ciencia ficci¨®n. Estados Unidos, 2001. Duraci¨®n: 148 minutos.
No hay coraje moral y art¨ªstico en resolver -por bonitas que sean las estampitas pasteleras en que su az¨²car se disuelve- en clave de follet¨ªn un original¨ªsimo despliegue previo de una de las constantes tr¨¢gicas m¨¢s severas y medulares, m¨¢s turbadoras y persistentes, que alimentan al drama y la narraci¨®n contempor¨¢neas, la terca carcoma de la orfandad. Y en el caso de Inteligencia Artificial hay que hablar del ¨¢mbito de esta carcoma llevado a sus confines extremos, a la orfandad absoluta o, si se quiere, al acorde del vac¨ªo de identidad que deja, cada vez con mayor presi¨®n de desesperanza, en la conciencia de los pobladores de este tiempo, el sentimiento de ser presas del signo del abandono del creador a la criatura, del tr¨¢gico vac¨ªo -que acarrea la intromisi¨®n de la nada en una zona m¨¦dular de la identidad- que el abandono del padre deja impreso en la conciencia del hijo, de todo hijo, de todo hombre.
Baja el list¨®n
No se entiende por qu¨¦ Spielberg, que ha elaborado escenas de elevada autoexigencia y refinado ingenio en los dos primeros tramos del itinerario de esta audaz aventura interior, una genuina introspecci¨®n tr¨¢gica contempor¨¢nea, baja el list¨®n en el tercer y ¨²ltimo tramo y hace en ¨¦l un melo brillante pero de estirpe conservadora, result¨®n, blando y en definitiva cobarde, pues se ampara en la coartada de la resultoner¨ªa de un fascinante decorado -el Manhattan del tercer milenio, sumergido en el Atl¨¢ntico y que acaba decepcionando- para meter en la pantalla mercanc¨ªa po¨¦tica pobre y averiada.
Hay genio en la escena donde el peque?o robot -al que hace vivir el portentoso actor ni?o Haley Joel Osment- observa la vida de sus padres adoptivos y estalla la severa iron¨ªa de su mente l¨®gica al desvelar el absurdo de su dram¨¢tica comicidad. Hay precisi¨®n y virtuosismo en este y otros instantes del desarrollo del filme, como el prodigio de transici¨®n dram¨¢tica -un elegante, sutil¨ªsimo ejercicio de transfiguraci¨®n- que se mueve dentro de la escena en que el ni?o robot experimenta, al o¨ªr a la madre adoptiva las palabras programadas para provocar su mutaci¨®n interior, las primeras sensaci¨®nes y emociones de un ser humano: sorprendente, casi turbadora met¨¢fora del enigma del parto desde el despertar o el emerger del ni?o.
Es esto Cine, con may¨²scula. Y lo es la introducci¨®n, en la esponja de la pantalla de esa zona de Inteligencia Artificial, del mito casero del ni?o de palo, Pinocho, que se cuela en la imagen a trav¨¦s de la escena del osito de peluche, seguida de la escena de la lectura, y que luego se ramifica en otras de la zona central de la aventura. Reaparece ah¨ª el Cine de genio, que desata el golpe de otro prodigio en la estremecedora escena -puro zumo de tragedia- del abandono a su suerte de la criatura mec¨¢nica, ya convertida interiormente en hijo, por el creador desencadenador de una orfandad sin tregua, sin muerte.
La inteligencia art¨ªstica que despiden las zonas de arranque y despliegue de la aventura de este tr¨¢gico Pinocho es tan rica y elevada que desvela, por choque y cotejo, sin margen de error, la condici¨®n ramplona del ternurista y aparatoso happy end que Spielberg monta entre las flotaciones de un apocalipsis de color rosa y cart¨®n piedra digital. Y se hace evidente que tan generosa riada de Cine may¨²sculo no se merece naufragar en las estampitas de un melo oce¨¢nico situado muy por debajo de una tierra firme narrativa que necesitaba hasta el final seguir ascendiendo y Spielberg no le deja subir.
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