Atenas y Roma, ?otra vez?
Cuando la CNN pregunt¨® a la viuda de una de las v¨ªctimas de la destrucci¨®n de las Torres Gemelas de Nueva York acerca de las represalias, ella se hizo eco de las voces de las iglesias estadounidenses: era una idea desdichada. El entrevistador qued¨® visiblemente impactado, y la conversaci¨®n se suprimi¨® en las repeticiones del programa. La CNN estaba claramente cumpliendo con su deber patri¨®tico: nuestros medios de comunicaci¨®n de masas se han erigido en Ministerio de Propaganda y manipulan la rabia, la ansiedad, la credulidad, la ignorancia y la autocompasi¨®n de la opini¨®n p¨²blica para fabricar un consenso nacional de extraordinaria crudeza, y enormes contradicciones. Fuimos atacados por ser tan buenos y generosos, adem¨¢s de tan ricos y poderosos. Nuestro orgullo nacional se mantiene firme. Sin embargo, el ataque no puede quedar sin respuesta, o parecer¨¢ que somos d¨¦biles. Dado que estamos en guerra, las contramedidas m¨¢s devastadoras no s¨®lo son leg¨ªtimas, sino que son un imperativo moral. Manifestar dudas acerca de la competencia y buen juicio de nuestros l¨ªderes es una actividad subversiva: la unidad nacional en el respaldo al presidente es la orden del d¨ªa.
Son varias las preguntas inquietantes que no se hacen. ?Por qu¨¦ fallaron tan lamentablemente los organismos de seguridad? ?Son las pruebas contra Bin Laden convincentes o meramente pr¨¢cticas? (ha sustituido al ayatol¨¢ Jomeini, a Gaddafi y a Sadam Husein en la demonolog¨ªa nacional). ?Hay conexiones desconcertantes entre los perpetradores y Gobiernos ostensiblemente amistosos como el de Arabia Saud¨ª? ?Qu¨¦ explicaci¨®n hay de la presencia de un oficial israel¨ª en uno de los aviones condenados? Como en tantos desastres nacionales estadounidenses (los asesinatos de Kennedy y King, el vuelo del avi¨®n coreano por el espacio a¨¦reo sovi¨¦tico, la bomba de la ciudad de Oklahoma), el asunto puede tener dimensiones sin explicar. Por encima de todo, casi nadie ha pedido a la opini¨®n p¨²blica que reflexione acerca de por qu¨¦ la pol¨ªtica estadounidense ha engendrado odio en otras partes del mundo. El grupo de presi¨®n israel¨ª, que no suele destacarse por su discreci¨®n, ha mantenido silencio, excepto para recordar de vez en cuando que Israel no est¨¢ sorprendido. Adem¨¢s, ninguna figura p¨²blica ha tenido el valor de se?alar que la campa?a de Israel contra los ¨¢rabes ha intensificado las amenazas para sus ciudadanos. En cuanto a lo que Bush propone exactamente que se haga, la idea en s¨ª de un debate parece un acto imp¨ªo en una naci¨®n que se ve a s¨ª misma como una iglesia.
Aquel predecesor hist¨®rico de Estados Unidos, Roma, fue tambi¨¦n un imperio multicultural. Su dependencia espiritual de Atenas desapareci¨® cuando los atenienses se resignaron a la insignificancia. ?Est¨¢n renunciando los atenienses contempor¨¢neos, los europeos occidentales, a su propia cultura pol¨ªtica? ?De qu¨¦ otra forma se puede explicar el cheque en blanco que la OTAN le entreg¨® inicialmente al Gobierno de Bush, a pesar de la oposici¨®n expresa de los belgas y los holandeses, las dudas del canciller alem¨¢n y su ministro de Exteriores, y las declaraciones de Jospin de que Francia, desde luego, no estaba en guerra (lo que en la l¨®gica francesa tendr¨ªa que haber generado un veto a la decisi¨®n de la OTAN). Desde entonces, y para asegurarse, los europeos e incluso los brit¨¢nicos han hecho saber que esperan que se les consulte. Lo que no han dicho es qu¨¦ alternativas pol¨ªticas proponen en lugar de la costumbre estadounidense de inventarse enemigos y luego destruirlos. Un r¨¦gimen tan d¨¦bil como el del general que ejerce lo que en Pakist¨¢n pasa por gobierno ha insinuado que la ONU se involucre. La idea es vaga, casi hueca, pero las canciller¨ªas de Berl¨ªn, Londres y Par¨ªs parecen incapaces hasta de ese gesto tan ret¨®rico. Mientras tanto, el premio a la mejor (o peor) s¨ªntesis de imbecilidad y cinismo seguro que recae en el ministro del Interior italiano, que vio en los ataques a Estados Unidos una continuaci¨®n de las protestas de G¨¦nova. ?Debe rebajarse tan dr¨¢sticamente el nivel intelectual de la alianza occidental hasta estar a tono con el del Gobierno de Berlusconi?
Sin embargo, no hace falta la perspicacia de un De Tocqueville para ver que nuestro presidente es d¨¦bil, que su Gobierno y su escasa mayor¨ªa est¨¢n formados por intereses ideol¨®gicos y materiales encontrados, y por clanes pol¨ªticos, y que la oposici¨®n misma est¨¢ dividida y sin un programa claro, sobre todo en pol¨ªtica exterior. El senador Joseph Biden, presidente del Comit¨¦ de Relaciones Exteriores del Senado, se comport¨® hasta la cat¨¢strofe como un cr¨ªtico experimentado y racional de las necedades de Bush, el sabotaje al tratado de Kyoto, la destrucci¨®n del control de armamentos, los nuevos proyectos de misiles bal¨ªsticos. El d¨ªa despu¨¦s apareci¨® en televisi¨®n realizando el trabajo del presidente y haci¨¦ndose eco de sus amenazas al estilo del Rey Lear: 'He de hacer tales cosas..., / las que ser¨¢n a¨²n no lo s¨¦'.
Es cierto que los ataques a Nueva York y Washington han alterado el clima pol¨ªtico. El presidente luchaba por ejercer autoridad, la econom¨ªa era problem¨¢tica, la oposici¨®n empezaba a reagruparse con algunas perspectivas de ¨¦xito para afrontar las elecciones al Congreso de 2002. Como en las elecciones de 2000, la pol¨ªtica exterior segu¨ªa siendo competencia de los que estaban profesionalmente interesados en ella, y de los grupos de presi¨®n ¨¦tnicos e ideol¨®gicos cuya influencia es todav¨ªa mayor debido a que la opini¨®n p¨²blica se desentiende del mundo que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de nuestras fronteras. Bush y su Gobierno aspiraban a institucionalizar un planteamiento unilateral ya formulado por la derecha estadounidense. Lo que se lo imped¨ªa no era exactamente la desorganizada oposici¨®n de los afroamericanos, las iglesias, los grupos ecologistas, los defensores de los derechos humanos, los sindicatos y dem¨¢s adversarios de la globalizaci¨®n capitalista, ni el movimiento de las mujeres. Algunos dem¨®cratas del Congreso apoyaban el mantenimiento de los tratados de control de armamento y la cooperaci¨®n internacional en general. La indiferencia p¨²blica tambi¨¦n limitaba el entusiasmo por la versi¨®n de Bush de la hegemon¨ªa estadounidense a grupos espec¨ªficos de las finanzas y la industria norteamericanas, a las iglesias protestantes fundamentalistas, y a un segmento de la opini¨®n que consegu¨ªa la haza?a de fusionar la xenofobia con la convicci¨®n de que gran parte del resto de un mundo hundido busca desesperadamente imitar a Estados Unidos. Por el momento, estos conflictos morales y econ¨®micos han sido olvidados. Los acontecimientos del 11 de septiembre est¨¢n siendo utilizados por Bush para borrar la pol¨ªtica en la conciencia de una naci¨®n ya despolitizada. Por supuesto, a largo plazo, no puede tener ¨¦xito: pero, a corto plazo, puede muy bien neutralizar pol¨ªtica interna econ¨®mica y social, y adue?arse del debate sobre pol¨ªtica exterior.
Esa pol¨ªtica est¨¢ ahora en manos de bur¨®cratas e ide¨®logos, que ven en la crisis actual una oportunidad para incrementar tanto sus presupuestos como sus poderes, y para dar legitimidad a proyectos que de otra forma podr¨ªan suscitar un debate. Las horribles im¨¢genes de aviones secuestrados con pasajeros estrell¨¢ndose contra edificios podr¨ªa convencer a las mentes corrientes de que el escudo contra misiles bal¨ªsticos es una fantas¨ªa irrelevante. Eso no ha empa?ado el entusiasmo de los defensores del escudo antimisiles. El subsecretario de Defensa ha hablado de 'acabar' con los Estados hostiles, y Libia, Siria, Ir¨¢n e Irak se mencionan dentro y fuera del Gobierno como cuentas pendientes que deben saldarse ahora... Con un cinismo tan monstruoso que nos recuerda a Kissinger, las ofertas rusas de colaboraci¨®n (claramente limitada) a cambio de la aceptaci¨®n estadounidense de su guerra en Chechenia, y el respaldo chino a cambio del silencio con respecto a la opresi¨®n de sus musulmanes, han sido bien acogidas. A esto se le llama 'construir una coalici¨®n'. Y, naturalmente, la posibilidad de una guerra contra el mundo musulm¨¢n dif¨ªcilmente podr¨ªa desagradar al grupo de presi¨®n israel¨ª, que ahora tiene que hacer frente al s¨²bito, aunque sin duda temporal, cese de la guerra contra los palestinos por parte de Sharon debido, seguramente, a un ultim¨¢tum de Estados Unidos. El grupo de presi¨®n israel¨ª no hace la pol¨ªtica de los Gobiernos republicanos, y ni siquiera le pone l¨ªmite. En vez de eso, procura sacar partido a la situaci¨®n. El objetivo primordial del Gobierno es la restauraci¨®n de los sue?os estadounidenses de omnipotencia, de los que despert¨® la naci¨®n el 11 de septiembre para ver a sus ¨¦lites impotentes. La correcta analog¨ªa hist¨®rica no es Pearl Harbour, 1941, sino la ofensiva del Tet en 1968.
El ataque ha resultado ser para el Gobierno una oportuna distracci¨®n de una situaci¨®n econ¨®mica que iba de mal en peor, y ha fortalecido su posici¨®n. Los gastos de armamento ahora pueden ser justificados como respuesta al ataque, por remota que pueda ser la relaci¨®n. Un partido que siempre ha respaldado un Estado fuerte en lo que respecta a la aplicaci¨®n de las leyes, ahora puede reclamar poderes extraordinarios para la polic¨ªa, y para las fuerzas armadas, cosa contraria a las pr¨¢cticas constitucionales estadounidenses. Un Gobierno que insist¨ªa en que los ciudadanos deb¨ªan hacerse cargo de s¨ª mismos ha demostrado de pronto su lado m¨¢s compasivo: hacia sectores empresariales, como las l¨ªneas a¨¦reas y compa?¨ªas de seguros, amenazadas por las consecuencias del ataque. Una cierta cantidad de desempleo puede ser conveniente: no hay nada mejor para disciplinar a la mano de obra y los sindicatos. Un descenso del d¨®lar no ser¨ªa mal recibido por una gran parte de la industria estadounidense, despu¨¦s de que un d¨®lar fuerte les permitiera invertir a bajo precio en gran parte del mundo.
La potencial fragilidad de la econom¨ªa es una ventaja pol¨ªtica estadounidense. En ausencia de alg¨²n orden internacional efectivo en lo monetario, lo regulador y las inversiones que no est¨¦ controlado por capital internacional, es muy importante para las dem¨¢s naciones evitar el castigo del mercado de capital. El mercado de capital no es una instituci¨®n econ¨®mica aislada, es un instrumento de dominaci¨®n pol¨ªtica, principalmente de Estados Unidos. Por tanto, la estrategia del Gobierno de Bush consistir¨¢ en eliminar o neutralizar a una oposici¨®n estadounidense d¨¦bil hasta el momento, fabricando hechos o difam¨¢ndola como antipatri¨®tica. La acci¨®n militar, racional o no, tendr¨¢ grandes elementos simb¨®licos y psicol¨®gicos que prolongar¨¢n el ambiente de asedio y tensi¨®n. La palabra 'terrorismo' se ampliar¨¢ para abarcar todo tipo de movimiento y disidencia. Pronto veremos columnistas que comparen a los manifestantes contra la globalizaci¨®n con la yihad isl¨¢mica. Los Estados ¨¢rabes y musulmanes ser¨¢n incorporados a la coalici¨®n antiterrorismo y se les har¨¢ incrementar su ya elevada cuota de represi¨®n (con qu¨¦ consecuencias, es algo que nadie puede prever). Se intensificar¨¢ la 'latinoamericanizaci¨®n' de los servicios de espionaje de la polic¨ªa y el Ej¨¦rcito de los Estados ¨¢rabes y musulmanes, es decir, su penetraci¨®n por aquellos que est¨¢n a sueldo de Estados Unidos. El problema es que las fuerzas conservadoras que se utilizan en Latinoam¨¦rica son absolutamente antimodernas en muchas partes del mundo ¨¢rabe y musulm¨¢n. En lugar de ser un r¨¦gimen teocr¨¢tico dominado por fundamentalistas de Estados Unidos, la naci¨®n seguir¨¢ siendo un lugar de pluralismo, laicismo y otras abominaciones hist¨®ricas para los conservadores isl¨¢micos. Franco, los coroneles griegos y Salazar fueron capaces de superar estas dificultades en Europa, pero sus hom¨®logos isl¨¢micos no tienen que tratar con obispos complacientes, sino con mul¨¢s enfurecidos. Sus poblaciones, mientras tanto, est¨¢n totalmente alejadas de la sociedad de consumo.
En este escenario, los europeos tienen un lugar reservado especialmente para ellos en el cielo estadounidense. A¨²n queda por ver si no resulta ser el infierno. Al haber proclamado inicialmente su disposici¨®n instant¨¢nea a seguir la pol¨ªtica estadounidense, los l¨ªderes de las naciones de Europa occidental se han privado de cualquier medio para regatear con el Gobierno de Bush. El tipo de reservas que manifiestan ahora ser¨¢ retratado como cobard¨ªa, o algo peor. El punto de vista de que las proclamaciones abiertas de fidelidad total pueden ir unidas al uso confidencial del poder persuasivo es ilusoria (como supo De Gaulle y padeci¨® Schmidt cuando tropez¨® con la crisis de los misiles). Bush padre se vio empujado a tratar con Gorbachov despu¨¦s de que Kohl y Thatcher redujeran p¨²blicamente su capacidad para negarse a hacerlo. Los europeos, algunos como los brit¨¢nicos y franceses con gran experiencia con el mundo isl¨¢mico y grandes poblaciones musulmanas en su interior, pueden encontrar una forma de influir en el Gobierno estadounidense, famoso por su estrechez de miras y provincianismo. Una forma de hacerlo es prestar algo de atenci¨®n a las potenciales fuentes de oposici¨®n estadounidense.
Por el momento, ¨¦sta parece muy limitada. S¨®lo un miembro del Congreso, Barbara Lee (que representa a la ciudad negra de Oakland y la ciudad universitaria de Berkeley), tuvo el valor para votar en contra de otorgar poderes extraordinarios al presidente. Hay m¨¢s que estar¨ªan dispuestos a manifestar su oposici¨®n y sus cr¨ªticas si pudieran referirse a iniciativas europeas para formar otro tipo diferente de coalici¨®n antiterrorista, una que aspirara a poner fin a los odios etnoc¨¦ntricos, la pobreza desesperada y la subyugaci¨®n permanente a un mercado mundial. Nadie en Washington ha sugerido que los perpetradores de los atentados se sometan a la nueva jurisprudencia internacional que se ha iniciado en La Haya, aunque la idea parezca evidente. Los europeos podr¨ªan tambi¨¦n hacer propuestas serias para integrar una coalici¨®n antiterrorista con la labor de las Naciones Unidas.
Los aliados en potencia de los europeos se encontrar¨¢n en las iglesias. Puede que responda el segmento m¨¢s moderno del juda¨ªsmo estadounidense, hasta ahora deprimido y callado ante la ca¨ªda de Israel en el militarismo y el nacionalismo, pero de hecho consciente del peligro que representa Sharon para su existencia. La insistencia inequ¨ªvoca de Europa en que Estados Unidos debe emplear sus abundantes medios para cambiar la pol¨ªtica de Israel (y su Gobierno) tendr¨ªa un efecto positivo. Grandes sectores del partido dem¨®crata y algunos republicanos podr¨ªan sentirse inducidos por la claridad y firmeza europeas a recordar su propio pasado internacionalista.
Mientras tanto, en medio del estallido actual de chovinismo santurr¨®n, es una se?al esperanzadora que la reciente ocurrencia de los pastores fundamentalistas Falwell y Robertson haya provocado una amplia indignaci¨®n e incluso una reprimenda presidencial, a pesar de las deudas pol¨ªticas que Bush tiene contra¨ªdas con ellos. Declararon que los ataques a Nueva York y Washington eran un castigo de Dios por los pecados de Estados Unidos, que ellos ve¨ªan encarnados en el pluralismo religioso, la tolerancia de la homosexualidad y el apego a las libertades civiles. Los ataques ciertamente han provocado una degradaci¨®n del clima p¨²blico: ha habido cientos de actos de agresi¨®n contra miembros de una comunidad de diez millones de estadounidenses que son musulmanes (aunque, dicho sea en su honor, el presidente los ha denunciado). Por encima de todo, ha sido escandaloso que el 89% de los encuestados respondiera 's¨ª' en una encuesta nacional a la pregunta de si se deb¨ªan emprender acciones militares, aunque supusieran la muerte de miles de civiles inocentes. Tambi¨¦n en esto los europeos, con una experiencia mucho m¨¢s amarga de la historia, tienen la oportunidad, y de hecho la obligaci¨®n, de recordar a sus interlocutores trasatl¨¢nticos las consecuencias de una adhesi¨®n demasiado literal al mandamiento b¨ªblico de 'ojo por ojo y diente por diente'. 'Bienaventurados los pac¨ªficos' podr¨ªa ser m¨¢s adecuada y, desde un punto de vista hist¨®rico, mucho m¨¢s realista.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito de la Universidad de Georgetown. Su libro After progress: american social reform and european socialism ser¨¢ editado por la editorial Tusquets (Barcelona).
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