Los guerrilleros antitalib¨¢n se encuentran a s¨®lo 40 kil¨®metros de Kabul
Combatientes en sandalias y desharrapados esperan la llegada de las tropas estadounidenses
Un carro de bueyes tirado por un caballo, decorado con pompones rojos, avanza al trote hasta una fila de tres contenedores met¨¢licos que bloquean la carretera. Un campesino lleva las riendas. Aqu¨ª, en este llano lleno de cardos, comienza la l¨ªnea del frente que separa a las fuerzas de la oposici¨®n afgana de la capital, Kabul, feudo de los talib¨¢n. Kabul est¨¢ a unos 40 kil¨®metros. Una tierra de nadie de un kil¨®metro, labrado de trincheras y de muros sobre la tierra seca, separa a las posiciones enemigas. La planicie polvorienta, rodeada de monta?as, se muestra desolada.
Nada se mueve. Ning¨²n veh¨ªculo militar circula, ning¨²n signo de refuerzos llega hasta el ¨²ltimo poblacho de esta carretera que no lleva a ninguna parte, Charikar. Este paisaje de posiciones enterradas, de caminos improbables donde todos se observan con prism¨¢ticos, constituye una de las posibles l¨ªneas de ataque contra los talib¨¢n.
Estamos muy lejos de las guerras de alta tecnolog¨ªa. Todo un universo separa a estos combatientes que caminan con sandalias y t¨²nicas largas, con el kal¨¢shnikov en la mano, del ultrasofisticado Ej¨¦rcito estadounidense, que alg¨²n guerrillero querr¨ªa ver intervenir muy pronto. Liberar Kabul de los talib¨¢n, volver vivos a casa son las principales motivaciones de estos hombres. Pero ?c¨®mo?, ?cu¨¢ndo?, ?qu¨¦ har¨¢n los americanos?, ?bombardear el frente o Kabul?, ?c¨®mo coordinar la acci¨®n de los muyahidin con soldados de otra ¨¦poca? Y, sobre todo, ?existe una verdadera voluntad de atacar?, ?no ser¨ªa mejor que Kabul caiga sin combate? La confusi¨®n reina. Es la espera en un ambiente de pobreza total.
Dos carros de combate est¨¢n escondidos en una caba?a. Un jeep sovi¨¦tico est¨¢ camuflado bajo un techo de paja. En un patio, dos pozos tradicionales constituyen la reserva de agua. Dos morteros de 81 mil¨ªmetros se encuentran en sus posiciones. En lo alto de un muro, dos antenas atadas a la rama de un ¨¢rbol forman el equipo de radio. En un reducto, colchones colocados sobre alfombras marcan el centro de comunicaciones de esta unidad, formada por varias decenas de hombres dirigidos por Sa?d Rafik. Una hoja de papel escrita a mano re¨²ne los n¨²meros de otras unidades en el frente.
Con una voz tranquila, Rafik narra que anoche se produjo una escaramuza. 'Un ataque de los talib¨¢n en Bragam, aqu¨ª cerca. Mis hombres quer¨ªan intervenir, pero nos dijeron por la radio que no era necesario. Algunos talib¨¢n murieron, pero otros se retiraron', afirma Rafik, de 25 a?os. La radio es antediluviana. El comandante la compr¨® en el mercado con dinero 'del Gobierno', dice refiri¨¦ndose a la Alianza del Norte, las fuerzas antitalib¨¢n que mantienen una peque?a parte de terreno en el noreste del pa¨ªs.
Para probar lo f¨¢cil que resulta hablar con el enemigo, pulsa una tecla de la radio y empieza a gritar 'Orione, Orione'. 'S¨ª, al habla', responde el comandante talib¨¢n. 'Orione es un amigo. Somos del mismo pueblo. Cuando nos aburrimos, hablamos de vez en cuando. Tiene 30 a?os'. Rafik pregunta por la radio: '?C¨®mo van tus amigos?'. 'Bien', responde Orione y cuelga.
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