?Soy antinorteamericano?
A ra¨ªz de la tragedia del d¨ªa 11 en Nueva York y Washington, han vuelto a surgir voces en Catalu?a que, en l¨ªnea con el viejo macartismo, han acusado de antinorteamericanos a quienes osaban discrepar de algunas posiciones del presidente y el Gobierno de Estados Unidos.
Ciertamente, por lo menos desde la II Guerra Mundial, la izquierda europea ha discrepado abiertamente de la pol¨ªtica exterior norteamericana: desde el bombardeo de Dresde y las bombas at¨®micas sobre Hisroshima y Nagasaki hasta las guerras del Golfo y de Kosovo, pasando por el bloqueo de Cuba, la guerra de Vietnam y el papel de Estados Unidos en el Chile de Allende, en Oriente Medio y en Latinoam¨¦rica, entre otros muchos casos. Estos mismos sectores han rechazado tambi¨¦n ciertos aspectos de la pol¨ªtica interior norteamericana: por ejemplo, la caza de brujas macartista, la censura en Hollywood (el c¨¦lebre c¨®digo Hays) o la pervivencia de la pena de muerte. Con frecuencia, al criticar estas actuaciones, se les ha tachado de ser antinorteamericanos.
De nuevo nos encontramos en una situaci¨®n parecida. Ante la magnitud de la presente tragedia, todos hemos condenado sin paliativos el terrible atentado terrorista; algunos, adem¨¢s, hemos apuntado que ciertos aspectos de la situaci¨®n mundial son un caldo de cultivo apropiado para el terrorismo y que la respuesta a ¨¦ste no puede consistir en una guerra. ?Somos, los que as¨ª opinamos, antinorteamericanos?
Estos d¨ªas hemos comprobado, en estas mismas p¨¢ginas o en las de otros medios de informaci¨®n catalanes, que para ciertos columnistas expresar estas ideas se debe a una antigua obsesi¨®n antinorteamericana. Algunos -los m¨¢s historicistas- ponen de manifiesto nuestra ingratitud al olvidar la decisiva ayuda militar de Estados Unidos frente a la amenaza nazi; otros -los m¨¢s pendientes de las modas- consideran que todav¨ªa no hemos superado las anticuadas y superadas ideolog¨ªas progres de los a?os sesenta; unos terceros, en el colmo del absurdo, nos acusan de ser partidarios de los enemigos p¨²blicos oficiales del momento: de Sadam Hussein, de Milosevic o, quiz¨¢ ahora, de Bin Laden. En el fondo, siempre late la sospecha de que todo ello se debe a una melanc¨®lica frustraci¨®n debida a la derrota del bloque sovi¨¦tico.
Va de suyo -perm¨ªtanme el galicismo- que todas estas acusaciones me parecen totalmente infundadas. La discrepancia sobre ciertos aspectos de la pol¨ªtica exterior no implica estar en contra de un sistema pol¨ªtico, de una cultura y menos a¨²n -ser¨ªa un absurdo irracional- de toda la poblaci¨®n de un Estado. S¨®lo desde posiciones nacionalistas y comunitaristas se justifica la incompatibilidad entre pueblos: en las guerras mundiales, los franceses contra los alemanes; en la guerra fr¨ªa, los sovi¨¦ticos contra el 'mundo libre'; ahora -como ha teorizado Huntington-, la civilizaci¨®n judeo-cristiana contra el mundo isl¨¢mico. No es casualidad que quienes nos acusan de antinorteamericanos sean, en su gran mayor¨ªa, nacionalistas que machaconamente insisten en el antagonismo entre Catalu?a y Espa?a.
Obviamente, el desacuerdo con el Gobierno de Estados Unidos no presupone antinorteamericanismo, si es que esta palabra tiene alg¨²n sentido. Simplemente, se discrepa en dos puntos. En primer lugar, se considera que el terrorismo encuentra el terreno abonado en un sistema neoliberal en lo econ¨®mico y antidemocr¨¢tico en lo pol¨ªtico que conduce a gran parte de la humanidad a la pobreza, al fanatismo ideol¨®gico y a la segregaci¨®n social. En segundo lugar, se considera que frente al terrorismo en sentido estricto no cabe utilizar la guerra -la guerra sucia', en palabras de Bush-, sino la cooperaci¨®n policial internacional dentro del respeto a las reglas propias del Estado de derecho. En definitiva, las posiciones discrepantes consideran que el creciente distanciamiento mundial entre ricos y pobres y la violencia como m¨¦todo de resoluci¨®n de conflictos s¨®lo contribuir¨¢n a aumentar las tensiones y propiciar¨¢n mayor riesgo a¨²n de acciones terroristas.
Afortunadamente, importantes personalidades de la cultura norteamericana suscriben estas posiciones. En los ¨²ltimos d¨ªas, hemos podido leer en la prensa espa?ola art¨ªculos en este sentido de Arthur Schlesinger (Universidad de Harvard, ex consejero de Kennedy), Noam Chomsky, Gore Vidal, Norman Birnbaum (Universidad de Georgetown), Paul Kennedy (Universidad de Yale), Jeremy Rifkin, James Hilmman (Universidad de Oh¨ªo), Stephen Zunes (Universidad de San Francisco), Jessica Stern (Universidad de Harvard). Tambi¨¦n de intelectuales de otros pa¨ªses, como David Held (London School of Economics), Martin Amis, Sami Na?r, Carlos Fuentes y, entre nosotros, Salvador P¨¢niker, Xavier Rubert de Vent¨®s y Juan Goytisolo, entre otros muchos. Personalidades tan caracterizadamente neoyorquinas como Woody Allen o Paul Auster se han mostrado matizadamente cr¨ªticas con las posiciones oficiales.
?Son todos ellos antinorteamericanos? Plantearse tal pregunta ante tal c¨²mulo de nombres relevantes la convierte en rid¨ªcula y, a la vez, pone en rid¨ªculo a nuestros macartistas locales. Precisamente si hemos aprendido algo de la tradici¨®n democr¨¢tica norteamericana, desde los 'padres fundadores' de la Constituci¨®n en el siglo XVIII hasta Rawls, Dworkin o Ackerman en la actualidad, es la importancia de la cr¨ªtica en el marco de la libertad de expresi¨®n.
Nuestros macartistas locales hacen bien en defender aquello en lo que creen, pero pierden toda raz¨®n al tachar de antinorteamericanos a quienes discrepan de las posiciones oficiales del Gobierno de Estados Unidos. Justamente, quiz¨¢ leyendo a pensadores norteamericanos fue como aprendieron a discrepar.
Francesc de Carreras es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la UAB
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