A prop¨®sito de los d¨ªas sin coches
Nuestros escritores barrocos empleaban una hermosa palabra, hoy olvidada, para indicar la acci¨®n de pasear en carruaje: cochear. A no cochear se nos invit¨® recientemente y a disfrutar de las ventajas del coche de San Fernando, a patita y andando o, a todo lo m¨¢s, metrobuseando.
Uno, que pertenece a la especie en extinci¨®n de los sin coche, sufre a diario las excelencias del transporte colectivo.
Si opto por el autob¨²s, debo calcular entre media hora m¨¢s o tres cuartos, eso rezando para que no haya cualquier imprevisto. En el trayecto, por supuesto, debo hacer ejercicios de equilibrio cuando el conductor frena, evitar que me metan un paraguas por un ojo y andar listo para que no me roben la cartera.
Si lo hago en el metro (c¨®modo y r¨¢pido) debo ir preparado para empujar, sacar los codos, oler los efluvios de m¨²ltiples sobaquillos abandonados por sus desodorantes, soportar estornudos en la cara y, hasta de vez en cuando, ir apretado contra las tetas de una sufrida se?orita a la que, si no fuera por la postura forzada de sardina enlatada, se dir¨ªa que estoy realizando tocamientos lascivos.
Resulta indignante para los que nos vemos forzados a soportar estas situaciones reales (cojan si no se lo creen el metro madrile?o en Embajadores a las siete de la ma?ana o el circular en horas punta) ver a los que viajan en coches oficiales hacer todos los a?os la misma pantomima circense, sin que el resto del a?o hagan nada por conseguir en las ciudades transportes colectivos r¨¢pidos, c¨®modos y baratos. Y sin que se atrevan a restringir el uso indiscriminado de los veh¨ªculos privados y aumentar las zonas peatonales.
Yo, mientras lo solucionan, voy a comprarme un cochecito y pienso cochear durante todo el a?o hasta el D¨ªa sin Coche. Ese d¨ªa metrobusear¨¦ con mucha aplicaci¨®n o, si me encuentro en forma, pasear¨¦ en bicicleta junto a mis pol¨ªticos ecologistas. ?Lo que hay que aguantar!
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