Ebro y Les Gavarres: el fin de un mito
Hab¨ªa una vez un imaginario nacional: el sue?o de una Catalu?a aut¨¦ntica, la perif¨¦rica, defendida de la expansi¨®n intensa y voraz de una Catalu?a metropolitana. Los gobiernos de Converg¨¨ncia i Uni¨® han sublimado hasta el extremo este mito. Pero, m¨¢s pronto o m¨¢s tarde, la realidad desenmascara las ficciones. El Ebro y Les Gavarres han dado la puntilla al mito de la defensa paternal del territorio. ?Qu¨¦ tienen en com¨²n el Ebro y Les Gavarres, el sur y el norte? La patente realidad de un Gobierno que no escucha la voz del territorio, precisamente del mismo territorio que siempre ha presumido defender. No escucha a tantos catalanes del Sur cuando le dicen que las necesidades de agua de la Catalu?a metropolitana pueden satisfacerse de formas alternativas y m¨¢s baratas que el trasvase. Sin necesidad de degradar de forma irreversible el delta del Ebro y golpear tan duramente las posibilidades de desarrollo futuro de las comarcas del Ebro. Tampoco escucha a los catalanes del Norte cuando le dicen que las necesidades de suministro el¨¦ctrico de la Costa Brava central pueden resolverse de una forma menos agresiva, aunque quiz¨¢s algo m¨¢s cara. Sin necesidad de condenar el entorno cotidiano del territorio por donde transcurren las l¨ªneas de alta tensi¨®n, ni humillar a sus habitantes y representantes democr¨¢ticos.
'No es propio de s¨²bditos plantear inconvenientes ni problemas ante los altos designios del imaginario nacional. Por eso, al territorio se le ha mandado'
Existen, por supuesto, otras similitudes. La aplicaci¨®n, en ambos casos, de una visi¨®n pol¨ªtica trasnochada, en la que la provisi¨®n de servicios como el agua y la energ¨ªa el¨¦ctrica se proyecta al margen de la preservaci¨®n medioambiental del territorio, que es la garant¨ªa de un pa¨ªs sostenible. Por otra parte, las decisiones del Gobierno de CiU tanto en el norte como en el sur favorecen los intereses de grupos empresariales fuertes, que operan en situaciones de monopolio o en ¨¢mbitos como el de la construcci¨®n, donde la colisi¨®n entre poder y negocios reviste sus facetas m¨¢s oscuras y preocupantes. Pero, sobre todo, ambos casos retratan una tradici¨®n asentada por CiU en el Gobierno: administrar el territorio como una finca y tratar a sus habitantes como s¨²bditos tributarios de la Naci¨®n. Y, por supuesto, no es propio de s¨²bditos plantear inconvenientes ni problemas ante los altos designios del imaginario nacional. Por eso, al territorio se le ha mandado. ?C¨®mo ¨ªbamos a esperar ahora, despu¨¦s de veinte a?os, interlocuci¨®n y di¨¢logo? Las reformas territoriales de los ochenta son un buen ejemplo de esa idea del territorio. Su gran aportaci¨®n fue la instituci¨®n de nuevos ¨¢mbitos organizativos, las comarcas. ?stas tienen cierta potencialidad para la puesta en com¨²n de servicios locales. Pero han sido dise?adas para fines m¨¢s prosaicos. Particularmente, para vertebrar una trama de personal pol¨ªtico profesionalizado y controlar el territorio. La forma de configurar los consejos comarcales lo hace evidente. El peso relativo del voto es tan reducido que se dan casos tan espectaculares como los del Giron¨¨s y Baix Camp. En ambas comarcas CiU es el segundo partido en votos municipales, pero ostenta la mayor¨ªa ?absoluta! en el consejo comarcal. Es el ¨²nico ejemplo de mayor¨ªa absoluta con minor¨ªa de votos en el Hemisferio Norte. Se arguye que esto sirve para que las capitales no impongan su peso a los municipios peque?os. Pero la realidad es tozuda. A modo de ejemplo: CiU ocupa la alcald¨ªa en dos de las cuatro capitales comarcales de las Tierras del Ebro: Amposta (Montsi¨¤) y M¨®ra d'Ebre (Ribera d'Ebre). Pues bien, la presidencia de los respectivos consejos comarcales es ocupada por un concejal de Amposta y por el alcalde de M¨®ra d'Ebre.
Durante un tiempo fue conveniente que la pol¨ªtica catalana pusiera un gran ¨¦nfasis en el asentamiento y fortalecimiento de las instituciones nacionales. En el proceso de recuperaci¨®n de nuestras libertades y del autogobierno esa deb¨ªa ser la prioridad. Este proceso ha sido, en general, exitoso. Pero las dosis de centralismo interior han sido excesivas, como lo ha sido el intento de soslayar la pluralidad de intereses y, por tanto, de potenciales conflictos territoriales que Catalu?a contiene en su seno, como cualquier otro pa¨ªs. Es hora de reconocer la pluralidad territorial, nuestro federalismo interior, para estar en mejores condiciones de resolver los conflictos. Porque el Ebro y Les Gavarres constituyen muestras palpables de que la imposici¨®n ya no esconde los problemas, sino que los encona.
La Catalu?a perif¨¦rica se ha hecho mayor de edad, y sus territorios deben poder expresar con su propia voz sus inquietudes y sus anhelos. Esta interlocuci¨®n exige nuevas actitudes y nuevas instituciones. Por una parte, nuevas actitudes del Gobierno de Catalu?a, que aplique sus pol¨ªticas para el conjunto del pa¨ªs desde el di¨¢logo con las partes. Por otra, nuevas instituciones que permitan canalizar la voz de los territorios. Despu¨¦s de veintitantos a?os de Estatut la reforma de la organizaci¨®n territorial de Catalu?a ya no puede esperar m¨¢s. Porque el cors¨¦ de la uniformidad ha saltado por los aires y el mito se ha desvanecido.
Germ¨¤ Bel es profesor de Pol¨ªtica Econ¨®mica de la UB y diputado del PSC.
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