Las ¨²ltimas palabras
Entre los desgraciados sucesos acaecidos en Nueva York el 11 de septiembre hubo dos hechos que me reconciliaron con mi naturaleza humana en esta ca¨ªda en picado hacia la venganza que hoy amenaza al mundo. Me refiero a los comunicados de esas dos personas que viajaban en los aviones que destruyeron las Torres Gemelas de Manhattan.
Eran un hombre y una mujer, parece ser que en la flor de su vida, cuando las mil y una preocupaciones de lo cotidiano nos impiden cultivar el m¨¢s preciado tesoro de la existencia: hablo del amor. La televisi¨®n me mostr¨® la imagen de un hombre sonriente al lado de un beb¨¦; de la mujer, s¨®lo un hilo de voz envuelto en l¨¢grimas.
En ambos protagonistas imagin¨¦ asuntos apremiantes cuando subieron al avi¨®n -laborales, dom¨¦sticos, tal vez sentimentales-; en ambos, el presentimiento, como se deduce de sus ¨²ltimas palabras, de que su tiempo estaba tasado. Sin embargo, ninguna de estas dos personas ped¨ªa ayuda, ning¨²n asunto fue tan importante para ellas como aquella necesidad de decirle al ser amado: no olvides que te quiero.
En los albores de la duda, cuando nos planteamos por primera vez qu¨¦ es el mundo, alguien dijo que era el fruto necesario de dos fuerzas opuestas: el amor y el odio, la creatividad y la pasividad; y que una fuerza ced¨ªa el paso a la otra en la medida en que ella misma se agotaba. Tal vez del amor quede una pizca porque lo engulli¨® el odio. Quiz¨¢ seamos esclavos de los mismos hados que nuestros fil¨®sofos. Pero... ?y si intent¨¢ramos acelerar el proceso tasando el tiempo de lo secundario para sentir y decir m¨¢s veces: no olvides que te quiero?
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