Duchamp: los jaques de un gran pintor
El artista franc¨¦s fue un apasionado del deporte mental
Su esposa ya no pod¨ªa m¨¢s: durante el viaje de novios, en 1927, peg¨® las piezas al tablero con cola para reprimir la gran pasi¨®n de Marcel Duchamp. Tal d¨ªa como hoy, hace 33 a?os, falleci¨® en Neuilly uno de los pintores m¨¢s influyentes en la primera mitad del siglo XX, cuyo matrimonio s¨®lo dur¨® tres meses. La culpa fue del ajedrez.
"Dedicaba los d¨ªas a estudiar problemas de ajedrez, y las noches a recuperarse de su agotamiento mental", explic¨® ella, una estadounidense de nombre Lidye que tambi¨¦n particip¨® en algunos torneos. A pesar de esa afici¨®n compartida, Lidye debi¨® de pensar que sus encantos ser¨ªan un medicamento suficiente para curar la adicci¨®n de su marido. Est¨¢ claro que se equivoc¨®, como ya pod¨ªa deducirse de lo que hab¨ªa dicho Roche, un amigo del pintor: "Una buena partida es tan importante para Marcel como un biber¨®n para un beb¨¦".
Nacido en Blainville, en una familia de grandes artistas, Duchamp (1887-1968) practic¨® el cubismo en su primera ¨¦poca, para convertirse despu¨¦s en uno de los precursores del dada¨ªsmo y el surrealismo, a pesar de que el ajedrez ya era importante en su vida: "Cuando juegas una partida es como si dise?aras algo o construyeras un mecanismo a trav¨¦s del cual ganas o pierdes. El aspecto competitivo no tiene importancia. El juego en s¨ª mismo es muy, muy pl¨¢stico. Eso es probablemente lo que tanto me atrajo hacia ¨¦l".
La fiebre ya era alta, pero a¨²n creci¨®. Al acabar una de sus grandes obras, "El gran espejo", que le mantuvo ocupado desde 1915 hasta 1923, dej¨® los pinceles para entregarse por entero a los trebejos: "Mi atenci¨®n est¨¢ completamente absorbida por el ajedrez. Juego d¨ªa y noche. Cada vez me gusta menos pintar".
De hecho, sus tres cuadros con motivos de ajedrez nacieron entre 1910 y 1912. Luego gan¨® varios torneos, como el Campeonato de Par¨ªs (1932) y uno en Nueva York, adem¨¢s de formar parte de la selecci¨®n francesa en cuatro Olimpiadas: La Haya (1928), Hamburgo (1930), Praga (1931) y Folkestone (1933). Entre sus compa?eros de equipo estuvo el campe¨®n del mundo Alex¨¢nder Aliojin (o Alekhine), exiliado en Francia. ?ste se encontraba enfermo el d¨ªa del encuentro Francia-EEUU en Hamburgo, de modo que Duchamp tuvo que defender el primer tablero ante Frank Marshall, uno de los mejores jugadores de su ¨¦poca, y logr¨® hacer tablas.
Cuando se le pidi¨® que definiese el ajedrez, lo hizo as¨ª: "Es un deporte violento, lo que mengua sus conexiones art¨ªsticas. Si hay que definirlo con una sola palabra, es una lucha". Pero tambi¨¦n contribuy¨® al aspecto cient¨ªfico con una investigaci¨®n sobre los finales de reyes y peones, reflejada en un libro escrito junto a Halberstad -s¨®lo se publicaron 1.000 ejemplares-, que profundizaba en el estudio de la oposici¨®n de los reyes y las casillas conjugadas, a pesar de que, como ¨¦l mismo admiti¨®, "estas posiciones s¨®lo se dan una vez en la vida".
Si se hiciera un equipo con los mejores pintores de la historia cautivados por el ajedrez, Duchamp ocupar¨ªa sin duda el primer tablero. La selecci¨®n incluir¨ªa tambi¨¦n al inefable Salvador Dal¨ª (1904-1989), quien probablemente hubiera puesto alguna pega a esa jerarqu¨ªa, a juzgar por esta contundente frase, incluida en un libro sobre Duchamp: "El ajedrez soy yo".
LA PARTIDA DEL D?A
Blancas: Duchamp. Negras: Wreford Brown. Par¨ªs, 1924.
Desgraciadamente, se conservan pocas partidas de Duchamp, y esta no debe ser de las mejores. Su rival fue un renombrado futbolista de la ¨¦poca. Tras una apertura tan poco ortodoxa como su obra pict¨®rica, Duchamp juega con tino, acepta sin miedo el sacrificio de pe¨®n de su rival y logra que su ataque llegue antes.
1 Cf3 Cc6 2 c4 e5 3 d3 Cf6 4 Cbd2 Ac5 5 h3 0-0 6 g3 d5 7 cxd5 Cxd5 8 Ag2 Ae6 9 0-0 Dd7 10 Rh2 Cce7 11 b3 Cg6 12 Ab2 f5 13 Dc2 Ad6 14 Cg5 Cb4 15 Dc1 c6 16 Cxe6 Dxe6 17 Cf3 f4 18 Cg5 De7 19 Dc4+ Cd5 20 Axd5+ cxd5 21 Dxd5+ Rh8 22 Ce4 Tad8 23 Cxd6 Txd6 24 Dc5 b6 25 Dc3 Dg5 26 Aa3 fxg3+ 27 fxg3 Txf1 28 Txf1 Tf6 29 Dc8+ Cf8, y Brown se rindi¨® sin esperar la evidente respuesta.
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