Llagostera como s¨ªntoma
Cada episodio tiene su imagen. El conflicto entre Fecsa, la Generalitat y Llagostera ya tiene su icono: los mossos protegiendo a los trabajadores que construyen una l¨ªnea de alta tensi¨®n impuesta por decreto del Gobierno catal¨¢n contra la voluntad de los vecinos. Algo falla cuando una obra de inter¨¦s supuestamente general tiene que hacerse a toda prisa, trabajando d¨ªa y noche, y con protecci¨®n policial. El alcalde Postigo y el municipio de Llagostera libran una lucha desigual contra Fecsa y contra la Generalitat en la que las muchas adhesiones recibidas no impedir¨¢n que acaben condenados a la soledad pol¨ªtica. Seis mil habitantes de Llagostera representan muy pocos votos en comparaci¨®n con los miles de habitantes y veraneantes de la Costa Brava y con los enormes intereses econ¨®micos que all¨ª se juegan. ?ste es el c¨¢lculo que ha hecho que la Generalitat escogiera la v¨ªa de la imposici¨®n y har¨¢ que la oposici¨®n procure pasar de puntillas sobre el conflicto. Pero su caso, aunque pueda parecer un conflicto muy local, puede convertirse en un s¨ªntoma del deterioro de los servicios b¨¢sicos y del desgaste del poder de Converg¨¨ncia i Uni¨®, que ya tiene que acudir a la fuerza para imponer su sistema caciquil de intereses.
Empecemos por lo m¨¢s general. La fiebre privatizadora de los ¨²ltimos a?os, que encuentra en algunos cuadros dirigentes de convergencia el entusiasmo del catec¨²meno, est¨¢ colocando, aqu¨ª y fuera de aqu¨ª, muchos servicios b¨¢sicos para el funcionamiento de la sociedad en manos de la iniciativa privada. La energ¨ªa, como la seguridad, como la sanidad y como la educaci¨®n, son bienes que el Estado tiene obligaci¨®n de garantizar a los ciudadanos y, por tanto, debe evitar cualquier especulaci¨®n que los restrinja por su coste o por su dificultad en llegar a todos. Los gobiernos han ido transfiriendo estos servicios a la empresa privada y se han desentendido por completo de ellos, porque seg¨²n la ortodoxia dominante hay que dejar libre juego a las empresas. Las empresas viven en funci¨®n de la cuenta de resultados y hay servicios que no pueden estar en funci¨®n de los beneficios. La energ¨ªa, necesaria para el funcionamiento de un pa¨ªs, es uno de ellos (y a la vista est¨¢ el gran descalabro californiano).
La historia de Llagostera es un ejemplo peque?o, pero representativo, del desorden generado por la desregulaci¨®n protegida organizada por nuestros gobiernos. No olvidemos que el Gobierno espa?ol otorg¨® una prima de salida de un bill¨®n de pesetas a las el¨¦ctricas. Ni as¨ª de protegidos nuestros empresarios liberales cumplen lo que les es exigible. La empresa -Fecsa, en este caso-, por raz¨®n de sus resultados, retrasa irresponsablemente las obras de infraestructura imprescindibles en la red el¨¦ctrica catalana. El Gobierno -cuyo compadreo con la empresa es de dominio p¨²blico y se ilustra con abundante circulaci¨®n de nombres y apellidos- se inhibe. Hasta que el problema estalla en insuficiencia energ¨¦tica y en apagones en diversos lugares del pa¨ªs. Entonces, todo son prisas, porque aparece el p¨¢nico del descontento ciudadano. Pero el mal ya est¨¢ hecho: porque se llega con retraso, no se afrontan las obras de infraestructura que el pa¨ªs necesita (para que sea m¨¢s sangrante, coincide con el anuncio de que la Comunidad de Madrid contribuye a la financiaci¨®n del cableado subterr¨¢neo de la electricidad, algo que aqu¨ª se nos dice que es ilusorio por costoso) y se acaba imponiendo una resoluci¨®n parche, incluso contra lo que ya hab¨ªa sido pactado por la propia Generalitat y por la empresa con el municipio de Llagostera. Merece la pena recordar este caso, porque puede que adquiera el s¨ªmbolo de precursor cuando nos encontremos en deficiencias parecidas en sanidad, en educaci¨®n, en seguridad y en otros campos b¨¢sicos que los gobiernos est¨¢n dejando irresponsablemente (en todo o en parte) fuera de su control.
Pero si el caso es sintom¨¢tico sobre las emociones que nos promete el para¨ªso de la sociedad desregularizada, es tambi¨¦n muy significativo del estado de desgobierno de la Generalitat convergente. La protecci¨®n a los amigos y el desprecio a las instituciones son dos constantes del sistema clientelar construido por Converg¨¨ncia i Uni¨® que ahora, en sus horas bajas, se nos aparece descarnadamente. El discurso patri¨®tico -que todo lo tapaba- ha sido sobre todo un modo eficaz para garantizar que gobiernen siempre los mismos. Pero su mal uso hace que cada vez sea menos ¨²til: ya no sirve siquiera para acallar el malestar concreto de un municipio que siente que se ha cometido un abuso con ¨¦l. Porque el modo en que el Gobierno catal¨¢n ha despachado este problema es una demostraci¨®n m¨¢s del desprecio por el poder local que siempre ha tenido el pujolismo. El Gobierno catal¨¢n ha hecho un mito del centralismo espa?ol. Razones tiene. Pero el centralismo catal¨¢n, el de la Generalitat, el que ella practica dando por supuesto que la instituci¨®n central -el Gobierno- es el Sol y que todas las dem¨¢s tienen que girar a su alrededor a la m¨²sica que ella entona, no tiene nada que envidiar al centralismo espa?ol. Es m¨¢s, el centralismo espa?ol, por la fuerza de todos, ha tenido que ceder y ha cedido a los poderes auton¨®micos y locales. ?Qu¨¦ ha hecho el poder nacionalista por el poder local catal¨¢n? Aunque la Generalitat pueda tener raz¨®n en la urgencia de construir la l¨ªnea -raz¨®n que pierde por la inhibici¨®n respecto a la pasividad de Fecsa que ha creado el problema-, el m¨¦todo utilizado, enfrent¨¢ndose con el poder local, es impropio de lo que deber¨ªan ser las relaciones institucionales en una Catalu?a abierta, que nada tiene que ver con esta idea de un pa¨ªs familia cerrado en torno a la autoridad del padre presidente.
En pol¨ªtica, las decadencias tienen esa ventaja: que hacen que emerjan a la superficie los vicios que en los momentos de apogeo y autoridad quedaban escondidos bajo la capa presidencial. El espacio de las complicidades ha sido y es tan alto en Catalu?a que no ser¨¢ f¨¢cil que se recomponga el espacio c¨ªvico. Las relaciones Fecsa-Generalitat son un ejemplo de una trama de compadreos que no concuerdan con el principio de inter¨¦s general que debe guiar a un gobierno. Pero una gran familia se distingue por la arbitrariedad del padre y porque siempre hay que estar dispuesto a echar una mano a los primos y a los sobrinos. Se dice que el poder pol¨ªtico tiene cada vez m¨¢s dificultades para controlar al poder econ¨®mico. Y es verdad, la mundializaci¨®n es, en este sentido, un juego bastante desigual. Pero muchas veces es la falta de voluntad la que impide poner en su sitio a las empresas que abusan: leyes y mecanismos para hacerlo, pese a todo, los hay. El problema es que hay un momento en que uno ya no sabe si algunos pol¨ªticos est¨¢n ah¨ª por su peso y representatividad o por delegaci¨®n del sector empresarial.
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