Orfeo vivi¨® en Chile
Los poetas de Chile son aficionados al seud¨®nimo: Del Valle se llamaba en realidad Mois¨¦s Guti¨¦rrez (1901-1965) y era tres a?os mayor que Neruda. Cuando apareci¨® su primer libro, Pa¨ªs Blanco y Negro (1929), Huidobro le escribi¨® desde Par¨ªs: 'Est¨¢ usted por encima de otros que injustamente tienen m¨¢s nombre que usted como Neruda, tan rom¨¢ntico y flaco, y esa pobre Mistral tan lechosa y dulzona...'. La carta es m¨¢s extensa, pero en estas tres l¨ªneas se ve la intenci¨®n de ordenar el Parnaso nacional, reserv¨¢ndose el remitente la corona de laureles. La operaci¨®n fue un fracaso: la guerra entre Huidobro y Neruda fue vitalicia; Chile no era un cuartel lo bastante grande para contener la vanidad de ambos. La sombra de Neruda acab¨® por cubrir el continente, dejando a Del Valle en un lugar apenas visible; pero su fortuna p¨®stuma es cada vez mayor. El joven poeta Javier Bello, por ejemplo, escribe que tanto Neruda como Del Valle descienden de Rimbaud; pero mientras que en Neruda el mundo es un espejo que agiganta la figura del poeta, Rosamel 'transforma en mito al mundo, no a s¨ª mismo'.
LA VISI?N COMUNICABLE. ANTOLOG?A PO?TICA
Rosamel del Valle. Edici¨®n y pr¨®logo de Juan Carlos Mestre Huerga & Fierro. Madrid, 2001 242 p¨¢ginas. 1.800 pesetas
En todo caso, Rosamel contribuy¨® a la excentricidad de su ¨®rbita, apart¨¢ndose de aquel prolongado rifirrafe dom¨¦stico: en 1946 su gran amigo, el poeta Humberto D¨ªaz-Casanueva, lo rescat¨® del abismo de la indigencia para colocarlo como funcionario ante la sede de la ONU. Vivi¨® en Manhattan hasta 1962 y muri¨® tres a?os despu¨¦s de volver a Chile. Por tanto, escribi¨® la mayor parte de su obra en una situaci¨®n bastante curiosa: como residente de la capital del mundo, pero casi incomunicado con su medio de pertenencia. De all¨ª que el tronante Pablo de Rokha, tercero en discordia de aquella algarada de l¨ªricos titanes, dijera de Rosamel: 'Es un tibur¨®n que escribe en varios idiomas juntos y habla un ingl¨¦s m¨¢s franc¨¦s que el alem¨¢n'. Es una caricatura de la singularidad de Del Valle, de la larga trayectoria -y el prodigioso o¨ªdo- que le permitieron obtener p¨¢ginas de gran belleza profundizando en el talante surrealista de sus primeros libros. Nunca dej¨® de admirar a Eluard y Breton, ni de cultivar el cariz ¨®rfico que le ven¨ªa de su devoci¨®n por Rilke: 'Oh, si un d¨ªa esta espesa esfera de sangre abandonada / Pudiese descansar en un rel¨¢mpago de viva lengua, / Y de sorpresa y de terror y semejanza con el paso / De tu imagen prisionera junto a los bordes del ruido / Que cae de rodillas en los dientes del agua'.
Si, como afirma Pere Gimferrer, tras el final de la guerra civil espa?ola el surrealismo en la poes¨ªa castellana cumpli¨® buena parte de su evoluci¨®n al otro lado del Atl¨¢ntico, no ser¨¢ extra?o que la lectura de esta antolog¨ªa evoque tanto al Garc¨ªa Lorca m¨¢s vanguardista (el de la estancia en Nueva York, justamente) o el erotismo siniestro de un Vicente Aleixandre como la extrema escansi¨®n elegiaca del cubano Lezama y la densa imaginer¨ªa on¨ªrica de los argentinos Enrique Molina y Olga Orozco. El excelente pr¨®logo de Juan Carlos Mestre, a quien se debe tambi¨¦n la selecci¨®n de los poemas, completa el enorme inter¨¦s de este volumen.
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