Verdes y azules
El salvaje atentado del 11 de septiembre, del que se responsabiliza a fan¨¢ticos islamistas comandados por el saud¨ª Bin Laden, ha vuelto a fijar nuestra atenci¨®n en el mundo musulm¨¢n. Esta reflexi¨®n ha llevado a algunas personalidades como el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, o la escritora Oriana Fallaci a afirmar abiertamente la superioridad de la civilizaci¨®n occidental sobre el islam. ?Es el islam una civilizaci¨®n y, por tanto, comparable a la occidental? ?En qu¨¦ ser¨ªan los valores occidentales superiores a los musulmanes? Esto es lo que se debate en esta p¨¢gina.
La tragedia del 11 de septiembre ha te?ido a la opini¨®n de verde y azul, por emplear los dos colores que en tiempos de Justiniano serv¨ªan para designar a las facciones enfrentadas sobre materias de pol¨ªtica, religi¨®n y deporte. Los verdes -pongamos- deploran la matanza, aunque son proclives a imputar su causa a los agravios sufridos por el mundo musulm¨¢n a manos de Occidente. Los azules, por el contrario, prefieren subrayar las carencias del mundo isl¨¢mico. Se puede ser verde con distintos grados de entusiasmo. Y, asimismo, azul fren¨¦tico o azul reserv¨®n. Se han verificado, sin duda, premuras verdes poco disculpables en la confusi¨®n subsiguiente al atentado. La desma?a de un traductor simult¨¢neo provoc¨® que la frase evil doers -literalmente, hacedores de mal-, pronunciada por Bush en uno de sus discursos, fuese vertida al castellano como algo que hac¨ªa referencia al 'diablo' -devil, en ingl¨¦s-. Y una catarata de comentaristas y tertulianos se apresur¨® a establecer simetr¨ªas espurias entre el presidente de los Estados Unidos y los talib¨¢n. Esto... no se sostiene. Diablos imaginarios aparte, el Dios de Bush es el mismo al que apela Jefferson en la Declaraci¨®n de Independencia americana. Un Dios abstracto que no impide la igualdad de los credos religiosos, el Estado aconfesional y la invocaci¨®n de los derechos individuales. Quien piense que este Dios constituye una cantidad que es homog¨¦nea con el Al¨¢ de los integristas debe revisar con celeridad sus nociones de historia. Es necesario, en fin, mejorar la calidad del debate.
Comencemos por adoptar un principio de cautela metodol¨®gica. No somos, con alguna venturosa excepci¨®n, expertos en los textos cor¨¢nicos. Ser¨ªa, por tanto, insensato que hici¨¦ramos c¨¢balas sobre lo que indefectiblemente se desprende del Cor¨¢n. Ahora bien, s¨ª estamos en grado de sopesar, o al menos de constatar, datos recientes y desnudos. Y los ¨²ltimos mueven, sinceramente, a preocupaci¨®n. Uno de los factores que m¨¢s est¨¢n pesando en la actual prudencia americana es el fuerte apoyo popular que en distintas naciones -Pakist¨¢n, Arabia Saud¨ª, incluso Egipto y una zona del Magreb- se dispensa a las acciones terroristas. Para los geoestrategas, la cuesti¨®n reside en proteger a los gobiernos olig¨¢rquicos y prooccidentales de las masas de simpat¨ªa integrista. Para el soci¨®logo, el problema es m¨¢s hondo: un porcentaje apreciable de esas poblaciones atribuye los atentados a Bin Laden. Y su reacci¨®n no es de repulsa, sino de aplauso. ?Qu¨¦ diablos ha ocurrido para que hayamos llegado a semejante situaci¨®n?
Los azules no se consideran especialmente obligados a contestar a esta pregunta. Su respuesta es, m¨¢s o menos, la siguiente: 'Preg¨²ntenles a ellos'. Pero los verdes, ya lo sabemos, han ensayado, cuando menos, una explicaci¨®n parcial: la responsabilidad, en ¨²ltimo extremo, recae sobre el propio Occidente. ?Bingo?
No estoy seguro. O, para ser m¨¢s precisos, tiendo a pensar que esta composici¨®n de lugar es un pelo megal¨®mana. Puesto que Occidente es responsable de muchas cosas, aunque, me temo, no de todas. Tomemos el conflicto palestino / israel¨ª. El quid, en el contexto actual, no es si se est¨¢ cometiendo un atropello con los palestinos, que presumo que s¨ª, y que debiera adem¨¢s ser corregido, sino la intensa concentraci¨®n de odio, a lo ancho de medio planeta, que ese conflicto ha provocado en gentes no directamente afectadas por sus consecuencias. Esta capacidad de proyecci¨®n es intrigante. No darse cuenta de que lo es equivale de nuevo a mirar hacia otro lado.
Resulta m¨¢s f¨¢cil pronunciarse en torno a las racionalizaciones socioecon¨®micas. En un art¨ªculo reciente publicado en el Financial Times, Mart¨ªn Wolf sacaba unas tablas comparativas sobre los niveles de renta. La renta media mundial es de 7.350 d¨®lares. Todos los pa¨ªses de mayor¨ªa musulmana -Turqu¨ªa y Malaisia a un lado- caen por debajo, a excepci¨®n de Arabia Saud¨ª. El an¨¢lisis diacr¨®nico induce a¨²n a mayor pesimismo. En 1950, Egipto y Corea del Sur estaban empatados en renta. La coreana es ahora cinco veces mayor. Una etiolog¨ªa de urgencia, aunque harto obvia, conducir¨ªa a imputar el s¨ªndrome a los propios pa¨ªses musulmanes: o no han ingresado en la era moderna o lo han hecho por la puerta falsa del socialismo autoritario. La idea verde de que Occidente es culpable resulta rara. Y todav¨ªa resulta m¨¢s raro qu¨¦ habr¨ªa de hacer Occidente para lavar su culpa. ?Forzar reg¨ªmenes sociales inspirados en la ley y la transparencia de los intercambios econ¨®micos, al modo como estos asuntos se entienden en los USA o Europa? ?Proponer cuadros de gestores que se hagan carga de las haciendas locales? Esto ser¨ªa neocolonialismo. La pol¨ªtica de inspiraci¨®n intensamente verde no es separable, en ¨²ltimo extremo, de planteamientos neocoloniales.
La semana pasada, Der Spiegel sac¨® a la luz el testamento de uno de los autores del atentado contra las torres. No conten¨ªa una sola reflexi¨®n personal. S¨®lo una profesi¨®n de fe en Al¨¢ e instrucciones rituales, dirigidas a los suyos, sobre c¨®mo manipular su cad¨¢ver. Afortunadamente, el testador no es un musulm¨¢n representativo. No me lo imagino departiendo, en t¨¦rminos inteligibles, sobre las medidas que convendr¨ªa adoptar para que gentes como ¨¦l se sientan a gusto en este valle de l¨¢grimas.
?lvaro Delgado-Gal es escritor.
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