Dante contra Jayyam
El salvaje atentado del 11 de septiembre, del que se responsabiliza a fan¨¢ticos islamistas comandados por el saud¨ª Bin Laden, ha vuelto a fijar nuestra atenci¨®n en el mundo musulm¨¢n. Esta reflexi¨®n ha llevado a algunas personalidades como el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, o la escritora Oriana Fallaci a afirmar abiertamente la superioridad de la civilizaci¨®n occidental sobre el islam. ?Es el islam una civilizaci¨®n y, por tanto, comparable a la occidental? ?En qu¨¦ ser¨ªan los valores occidentales superiores a los musulmanes? Esto es lo que se debate en esta p¨¢gina.
Las declaraciones de Silvio Berlusconi acerca de la superioridad de la civilizaci¨®n occidental sobre la isl¨¢mica, coincidentes con las de Oriana Fallaci, no producen inquietud por lo que tienen de arrogante autocomplacencia; la producen porque disfrazan de juicio cultural lo que, en realidad, es una toma de posici¨®n pol¨ªtica. Entre las m¨²ltiples dedicaciones del primer ministro italiano no parece encontrarse la de la cr¨ªtica comparada, y, por consiguiente, se ignoran las razones por las que, al igual que la se?ora Fallaci, prefiere la obra de Dante a la de Omar Jayyam. En el caso de Fallaci, por el contrario, las razones se exponen con meridiana claridad en su art¨ªculo de Corriere: las Rubayyat son deleznables porque Arafat justific¨® el terrorismo en una entrevista de 1972, porque Jomeini instaur¨® un r¨¦gimen tir¨¢nico en Ir¨¢n y porque ella, Oriana Fallaci, ha visto con sus propios ojos masas de fan¨¢ticos gritando 'Allahu akbar' despu¨¦s de una ejecuci¨®n. Verdaderamente, es dudoso que pueda hallarse sobre la tierra poes¨ªa alguna capaz de sobrevivir a una lectura tan atenta y a una ponderaci¨®n tan ajustada de su metro y rima.
En cualquier caso, el fen¨®meno que requiere explicaci¨®n no es el de que, como Berlusconi y Fallaci, y seguramente con m¨¢s s¨®lidos argumentos, sean numerosas las personas que gusten m¨¢s del poeta italiano que del persa. El fen¨®meno que urge entender y desactivar es el de por qu¨¦, llegados a una situaci¨®n de crisis, un credo religioso con tantas virtudes y defectos como cualquier otro se convierte de pronto en nada menos que una civilizaci¨®n, y no s¨®lo eso, en una civilizaci¨®n enemiga, infiltrada entre nosotros y de la que sus miembros no podr¨¢n nunca escapar, como si estuviese marcada en su c¨®digo gen¨¦tico. El inquietante parecido de los t¨¦rminos en que hoy se debate sobre el Islam con los que ya se emplearon para debatir acerca de la raza o los jud¨ªos deber¨ªa ponernos sobre aviso en tanto que ciudadanos, y no seguir arrastr¨¢ndonos a pol¨¦micas teol¨®gicas sobre el Islam, pol¨ªticamente irrelevantes en sociedades que despu¨¦s de mucho sufrimiento hicieron del laicismo una de sus principales banderas.
Los atentados del 11 de septiembre, nunca reivindicados, confrontaron al gobierno de los Estados Unidos, nos confrontaron a todos, al problema de determinar la responsabilidad, aparte de por razones de irrenunciable justicia, como medio para conocer la extensi¨®n de la amenaza y prevenirla. La idea de que, puesto que los posibles asesinos eran musulmanes, la mejor manera de evitar que nada parecido vuelva a suceder es poniendo en cuarentena a los fieles de ese credo ha tentado a buena parte de la opini¨®n p¨²blica europea y norteamericana. Tambi¨¦n a Berlusconi y a Fallaci. Pero como resulta que esa idea supone un grav¨ªsimo retroceso en los principios del Estado de derecho, ya que en ¨²ltimo extremo conducir¨ªa a la reedici¨®n de leyes de la misma naturaleza jur¨ªdica que las raciales, las antisemitas o la de vagos y maleantes, se intenta transferir la discusi¨®n hacia un terreno en el que esta tenebrosa tropel¨ªa quede disimulada. En este proceso de transferencia, hablar de superioridad de nuestra raza no es posible porque se trata de un discurso condenado. Hablar de superioridad de nuestra religi¨®n, tampoco, puesto que defendemos la laicidad o el esp¨ªritu tolerante del Cristianismo. Y otro tanto suceder¨ªa si habl¨¢semos de superioridad de nuestra cultura, puesto que el discurso del multiculturalismo, pese a su car¨¢cter dudosamente democr¨¢tico, ha logrado imponerse en nuestras sociedades. Se llega entonces a la formulaci¨®n de Berlusconi y Fallaci, irreprochable en la forma, aunque estremecedora en el fondo: la civilizaci¨®n occidental es superior a la isl¨¢mica.
El t¨¦rmino civilizaci¨®n ahorra sin duda el sobresalto que producir¨ªa expresar esa misma idea utilizando los t¨¦rminos raza, religi¨®n o cultura. Pero, en realidad, ?existe algo parecido a una civilizaci¨®n isl¨¢mica? ?Acaso comparten una misma civilizaci¨®n los musulmanes de China, Siria, Mal¨ª, Francia y los Estados Unidos? Y de modo sim¨¦trico, ?compartimos los occidentales civilizaci¨®n con el franc¨¦s Le Pen m¨¢s que con el palestino Edward Said? ?Ten¨ªa m¨¢s derechos el asesino McVeight para reivindicar como propios los avances de la medicina que un cardi¨®logo iraqu¨ª? Reflexiones como las de Berlusconi y Fallaci, realizadas no en el contexto de la cr¨ªtica comparada, sino a ra¨ªz de los brutales atentados del 11 de septiembre, entorpecen la inexcusable tarea a la que ahora m¨¢s que nunca deber¨ªan dedicarse los gobiernos y los intelectuales. Una tarea que se resume en identificar y defender sin concesiones la frontera insalvable que separa a quienes matan de quienes no lo hacen, y no esa otra frontera, en la que tan f¨¢cil resulta la ida como el retorno, que separa a quienes hablan una u otra lengua, visten de uno u otro modo o rezan a uno u otro dios. Que puede separar incluso a quienes gustan m¨¢s de Dante que de Omar Jayyam, sabiendo siempre que lo que les une es una pasi¨®n com¨²n por la poes¨ªa.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es diplom¨¢tico.
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