La guerra de siempre
Ten¨ªa raz¨®n Miquel Alberola al afirmar en este diario que la guerra ya hab¨ªa empezado; pero seguramente no el 11 de septiembre sino mucho antes. Antes tal vez que la del Golfo y que las Intifadas. Tampoco parece equivocarse en que ¨¦sta es una guerra diferente. Aunque todav¨ªa est¨¢ por ver, probablemente nos equivocamos los tipos que nos tem¨ªamos la acostumbrada respuesta convencional, esta vez con m¨¢s misiles y m¨¢s da?os colaterales. Tengo mis dudas, sin embargo, ante otras afirmaciones que se refieren a la l¨®gica del nuevo estilo de guerra. No creo que se trate de una agresi¨®n de car¨¢cter medieval a la civilizaci¨®n occidental. No entiendo nada ni s¨¦ nada del mundo ¨¢rabe, pero los especialistas consideran su civilizaci¨®n, en sentido general, tan primitiva o tan avanzada como la nuestra, aunque se asiente en masas m¨¢s miserables. En todo caso, tanto la salvajada de septiembre, como sus causas menos superficiales, igualmente salvajes, y la previsible respuesta, con o sin bombas, han sido planeadas y preparadas por gentes civilizadas, con las cuales nada tienen que ver aquellas masas, ni los empleados y ejecutivos neoyorquinos muertos. Sus dirigentes, unos y otros, han utilizado su influencia sobre el actual fanatismo religioso y patri¨®tico, nada medieval, para ejecutar sus particulares designios. Entre civilizados anda el macabro juego, aunque las v¨ªctimas sean ciudadanos inocentes; educados o primitivos. Es m¨¢s, todo apunta a que el propio atentado pertenece a la civilizaci¨®n occidental. El origen de los sospechosos de haberlo imaginado y financiado se encuentra en su formaci¨®n en universidades occidentales; en sus empresas globalizadas; su conocimiento de las Bolsas; sus relaciones con los sistemas de desestabilizaci¨®n y espionaje americanos; su entrenamiento para la guerra sucia e, incluso, en su dominio de tecnolog¨ªas, m¨¢s o menos sofisticadas. Es dif¨ªcil no pensar en el avanzado Occidente.
Cierto que, por ahora, la reacci¨®n frente al atentado se est¨¢ administrando de otra manera, pero ni de modo quir¨²rgico ni, mucho menos, pac¨ªfico. Antiguas o modernas, explosivas o sinuosas, pensar en guerras pac¨ªficas es excesivo y contradictorio. No tengo ninguna duda en que se producir¨¢ una masacre. Ya se est¨¢ produciendo. Sitiar por hambre resulta un procedimiento de guerra cl¨¢sica bastante anticuado. Es verdad que hay diferencias: antes se sitiaban fortalezas o ciudades, ahora se pone sitio a pueblos y naciones. Ya hay varios millones de refugiados en la frontera de Afganist¨¢n y el ¨¦xodo va a continuar. El miedo, la huida, el hambre, el embargo, se cobrar¨¢ previsiblemente miles de v¨ªctimas, sin necesidad de disparar muchos tiros, de manera terriblemente cruenta. No s¨¦ si el cerco es m¨¢s o menos cruel que las bombas. El resultado es una masacre y eso tambi¨¦n hay que decirlo. Mientras nos dejen, ya que de esta situaci¨®n van a salir tocados nuestros ya mermados derechos y libertades. Como va a salir m¨¢s tocada de lo que est¨¢ la casi inservible ONU. Ser¨¢ otra de las muchas consecuencias de un atentado atroz e in¨²til para su propia causa y de una represalia b¨¢rbara e in¨²til para satisfacer la venganza americana y el servilismo europeo. Probablemente ineficaz para liquidar el terrorismo, y no tanto para estimularlo. Exigir el castigo de los culpables por v¨ªas diplom¨¢ticas y pactos con todos los mandatarios ¨¢rabes podr¨ªa quiz¨¢ evitar un verdadero desastre para todos. Ojal¨¢ me equivoque y, aunque ahora se?ale mis discrepancias, tenga toda la raz¨®n el buen observador que es Alberola. Me resulta dif¨ªcil silenciar mis escasas esperanzas ante las inc¨®gnitas de una situaci¨®n que me parece profundamente igual a la de todas las guerras que en el mundo han sido, en las que casi siempre pagan y mueren much¨ªsimos justos por unos pocos pecadores. Occidentales y ¨¢rabes.
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