Primera crisis global de la nueva era
A?os de discusi¨®n sobre si nos encontramos ante una nueva era terminaron con el despertar apocal¨ªptico del 11 de septiembre. La respuesta de Estados Unidos, la explicaci¨®n de la operaci¨®n y el discurso de reconocimiento de responsabilidad y nueva amenaza contra todos de Bin Laden, en este 7 de octubre, no dejan lugar a dudas sobre la naturaleza radicalmente nueva del conflicto abierto.
De golpe se empieza a comprender que la globalizaci¨®n de la informaci¨®n, de la econom¨ªa, de las finanzas y, ahora, del terror y la inseguridad, no es una alternativa que podamos aceptar o rechazar, sino una realidad diferente, nueva en muchas dimensiones, a la que ha de responderse con nuevos paradigmas, de acuerdo con valores e intereses compartidos que den sostenibilidad al modelo.
No hay que gastar energ¨ªa en una b¨²squeda tan in¨²til como peligrosa de enemigos que lo sean por sus diferencias culturales o de creencias religiosas, sino emplear todo el esfuerzo en indagar las causas de esta primera crisis global, que empez¨® siendo econ¨®mica y es ahora de seguridad.
Desde la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, Estados Unidos y la Uni¨®n Europea parec¨ªan capaces de periferizar o encapsular las crisis regionales, tanto econ¨®mico-financieras como de seguridad. As¨ª ocurri¨® con el tequilazo mexicano del 94, o con la tormenta asi¨¢tica del 98, que se extendi¨® a Rusia y a Brasil, en r¨¢pido contagio epid¨¦mico. As¨ª ha ocurrido con el conflicto de los Balcanes, con la masacre de los Grandes Lagos, con el dram¨¢tico repunte de la violencia israelo-palestina, y un largo etc¨¦tera.
S¨®lo Jap¨®n, entre los pa¨ªses centrales, padece una crisis estructural, de inadaptaci¨®n, durante casi toda la d¨¦cada, a pesar de su alto desarrollo tecnol¨®gico y su enorme nivel de ahorro.
Pero en el 2000 la crisis econ¨®mico-financiera ha dejado de ser perif¨¦rica y ha empezado a afectar seriamente a los Estados Unidos, primero, y a la Uni¨®n Europea, despu¨¦s. Ambos espacios econ¨®micos -casi la mitad de la econom¨ªa mundial pese a su escasa poblaci¨®n relativa- han perdido una parte importante de sus ahorros en los mercados de valores. La desaceleraci¨®n americana era ya, a fines de 2000, algo m¨¢s que el aterrizaje suave que pretend¨ªa Greenspan. La presunci¨®n europea de gozar de un margen de autonom¨ªa para no sentirse arrastrada por el frenazo del motor estadounidense se fue viniendo r¨¢pidamente abajo. As¨ª ha continuado el empeoramiento de todos los indicadores durante el primer semestre de 2001, aunque la opini¨®n p¨²blica no lo percibiera en toda su gravedad.
Los atentados terroristas del 11 de septiembre han a?adido a la tragedia humana una angustia sin precedentes. El sentimiento de inseguridad tambi¨¦n ha perdido su car¨¢cter regional para mundializarse. La percepci¨®n de que nada de lo que ocurra en cualquier lugar del mundo nos puede resultar ajeno se est¨¢ abriendo paso.
Aunque la crisis econ¨®mica no ha sido consecuencia del ataque terrorista del 11 de septiembre, cuando pasen unos meses se unir¨¢n en el imaginario popular, alentado por declaraciones oportunistas. Y a pesar de que no exista esta relaci¨®n de causa a efecto, la p¨¦rdida brutal de confianza convertir¨¢ el problema de la seguridad en una condici¨®n para la recuperaci¨®n de la econom¨ªa, no s¨®lo en una necesidad ineludible de defensa de la ciudadan¨ªa.
La lucha contra el terrorismo se sit¨²a as¨ª como el principal objetivo de seguridad en la nueva era. Por eso conviene reflexionar sobre esta amenaza y la forma de enfrentarla.
El viejo orden basado en la destrucci¨®n mutua asegurada como elemento de disuasi¨®n desapareci¨® con uno de sus dos protagonistas; la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Pero, m¨¢s all¨¢ de los discursos, no ha sido sustituido por otro, alternativo, que responda a la nueva realidad. El paradigma es la ausencia de paradigma. Ni el pensamiento ¨²nico, ni el becerro de oro del mercado sin reglas, tan caro al fundamentalismo neoliberal, ni los proyectados escudos espaciales son una respuesta sostenible al desorden internacional, econ¨®mico, financiero o de seguridad.
El desaf¨ªo exige superar la necia demonizaci¨®n de la pol¨ªtica, el desprecio de la res-p¨²blica como espacio de convivencia con reglas, como instrumento de ordenaci¨®n de intereses y valores, en cada una de nuestras sociedades y en la comunidad internacional. El 11 de septiembre nos introduce de golpe en la nueva era. El 7 de octubre ha comenzado la respuesta. El nuevo enemigo, fan¨¢tico hasta el suicidio para destruir, dispara la demanda de seguridad en amplias capas de la poblaci¨®n y en todos los actores del mundo econ¨®mico y financiero.
La recuperaci¨®n de la confianza exige la definici¨®n de la amenaza y una estrategia consistente para reducirla dr¨¢sticamente. En Naciones Unidas se responsabiliza al terrorismo, pero no hemos avanzado seriamente en una tipificaci¨®n aceptada por todos de este fen¨®meno. Ni siquiera en el ¨¢mbito de la Uni¨®n Europea.
Las resoluciones del Consejo de Seguridad tras los atentados contra Estados Unidos legitiman la respuesta iniciada. Por si alguien ten¨ªa dudas, la propia actitud del Gobierno talib¨¢n y las declaraciones de Bin Laden certifican la necesidad de la respuesta.
Pero la dificultad es que no estamos ante una amenaza que sea s¨®lo criminalidad organizada que pueda combatirse con medios policiales y judiciales al uso. Ni tampoco se trata de una agresi¨®n b¨¦lica tradicional, que pueda ser respondida y controlada con los medios habituales de los sistemas defensivos. Tiene componentes de ambas formas de agresi¨®n, pero no es identificable plenamente con ninguna. Por eso se est¨¢n produciendo errores de an¨¢lisis y aproximaciones que no conducir¨¢n a resultados eficaces aunque se formulen de buena fe.
Cuando Estados Unidos afirma que ha sufrido una agresi¨®n b¨¦lica y apela a la leg¨ªtima defensa, tiene raz¨®n, aunque el tipo de agresi¨®n no est¨¦ previsto en la normativa internacional de la guerra. Esto hace m¨¢s relevante la un¨¢nime reacci¨®n del Consejo de Seguridad para legitimar la respuesta.
El fen¨®meno terrorista no suele tener un origen territorial identificable con un Estado naci¨®n concreto, aunque haya Estados, como en este caso, que amparen, apoyen o instrumentalicen a grupos terroristas. Pero tampoco tiene un objetivo territorial concreto, referido a un Estado naci¨®n determinado, aunque la agresi¨®n haya sido contra Estados Unidos en esta ocasi¨®n, como se deduce con claridad de las palabras de Bin Laden. Cualquiera puede ser objetivo, occidental u oriental, cristiano o isl¨¢mico o budista.
Una amenaza de esta naturaleza, con estos or¨ªgenes y estos objetivos ubicuos, exige la combinaci¨®n de medios militares, judiciales y policiales, con una fuerte coordinaci¨®n internacional en materia de inteligencia. Incluso los grupos terroristas ligados a un territorio tienen cada vez m¨¢s v¨ªnculos con otros de or¨ªgenes diferentes, unidos por el inter¨¦s com¨²n de crear terror.
Tal vez lo m¨¢s importante de esta globalizaci¨®n del terror es la necesidad de crear una conciencia de solidaridad de todos frente a la amenaza. O, si prefieren, una conciencia de ego¨ªsmo inteligente. Si se consigue, llegaremos a comprender que la 'frontera' del Estado naci¨®n, tambi¨¦n en esta dimensi¨®n, como en la econ¨®mica y en la financiera, ha perdido relevancia para enfrentar este riesgo. La penetraci¨®n del terrorismo en las sociedades abiertas, su ubicuidad, nos obliga a compartir soberan¨ªa para combatirlo.
Pero hay que evitar la tentaci¨®n de las respuestas que den satisfacci¨®n inmedi¨¢tica a un estado de opini¨®n naturalmente irritado y deseoso de acci¨®n r¨¢pida. Prevenir nuevas agresiones es m¨¢s importante para la seguridad que el ¨¦xito de la respuesta inicial. Por eso la coordinaci¨®n de la informaci¨®n de los servicios de inteligencia es mucho m¨¢s importante, aunque menos visible para la opini¨®n, que la coordinaci¨®n de efectivos militares tradicionales, cuya exhibici¨®n aumentar¨¢ el riesgo de atentados.
Asimismo, hay que evitar la deriva hacia la culpabilizaci¨®n del diferente en sus creencias. No podemos olvidar que ETA mata a gentes de su misma religi¨®n, o que en Irlanda del Norte, hemos visto con horror, antes del horror global de las Torres Gemelas, a cristianos protestantes tratando de impedir, con bombas, que ni?os cristianos cat¨®licos vayan a la escuela. O al rev¨¦s. Fan¨¢ticos asesinos se reparten en culturas y creencias bien diferentes. A Rabin le cost¨® la vida su deseo de paz con los palestinos, a manos de un fan¨¢tico de sus mismas creencias religiosas.
Finalmente, si queremos construir un orden internacional para la era nueva, que responda a los desaf¨ªos actuales, que se base en valores democr¨¢ticos, no podemos negarlos con nuestra actuaci¨®n.
Como todo ello es urgente, no podemos precipitarnos, sino prepararnos para una tarea larga y compleja.
Felipe Gonz¨¢lez es ex presidente del Gobierno espa?ol.
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