?Es la guerra!
Me confieso un consumidor compulsivo de informativos. Por la ma?ana, mientras desayuno, conecto la radio y voy recorriendo el dial a medida que las distintas emisoras van desgranando los temas de actualidad. Luego compro dos o tres peri¨®dicos que hojeo a lo largo del d¨ªa seleccionando aquellas noticias y art¨ªculos que el fin de semana recortar¨¦ y archivar¨¦ en mi hemeroteca. Por la noche, siempre que puedo, zapeo de cadena en cadena en pos de una nueva dosis de noticias. Eso s¨ª, he conseguido quitarme de las tertulias radiof¨®nicas nocturnas: algo es algo.
Ya s¨¦ que se trata de una droga legal y que por eso no tengo nada que temer de las autoridades; pero as¨ª y todo estoy empezando a preocuparme por los efectos secundarios de esta dieta alta en informaciones. En particular, desde el pasado 11 de septiembre he experimentado los efectos estupidofacientes de determinadas informaciones. Durante un mes, cada d¨ªa, casi cada hora, todas y cada una de las cadenas de televisi¨®n y de radio se han dedicado a anunciarnos la inminencia de la guerra contra el r¨¦gimen talib¨¢n. Todo un mes de anticipaciones por parte de unos medios que, con una idea de actualidad m¨¢s que discutible, han cumplido el papel de normalizadores de la guerra. Las poblaciones de las sociedades occidentales hemos acabado por introducir en nuestras agendas como algo inevitable, m¨¢s a¨²n, como algo esperable, la intervenci¨®n militar en Afganist¨¢n. ?C¨®mo, pero es que a¨²n no ha empezado la guerra?, nos hemos preguntado cada ma?ana al tiempo que los peri¨®dicos nos ofrec¨ªan una completa exposici¨®n de las caracter¨ªsticas del arsenal en manos de los norteamericanos.
Cuando escribo estas l¨ªneas la guerra -?por f¨ªn?- acaba de comenzar. Las ciudades de Kabul y Kandahar est¨¢n siendo bombardeadas. Y todo indica que los medios van a continuar, en mayor o en menor medida, actuando como propagandistas de los generales. Ya sabemos que los bombardeos ser¨¢n 'quir¨²rgicos' para evitar 'efectos colaterales'; ya sabemos que quienes atacan Afganist¨¢n buscan en realidad defender a los afganos frente a sus 'corruptos dirigentes'. La informaci¨®n sale del mismo lugar que las bombas. As¨ª que me he decidido a montar mi propia agencia de informaci¨®n. Y si les sirve de algo, les remito un par de textos.
El primero es de Ahmid Rashid, de su reciente libro Los talib¨¢n: 'Al marcharse de Afganist¨¢n con tanta premura como lo hizo, Estados Unidos arrastr¨® al cabo de pocos a?os muertes de diplom¨¢ticos, destrucci¨®n de embajadas, atentados con bombas en Nueva York y hero¨ªna barata en las calles, pues Afganist¨¢n se convirti¨® en un refugio del terrorismo internacional y la mafia de las drogas. Hoy los afganos siguen estando muy enojados con Estados Unidos, por quien libraron la Guerra Fr¨ªa. En los a?os ochenta, Estados Unidos estaba dispuesto a luchar hasta el ¨²ltimo afgano para ajustar cuentas con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pero cuando los sovi¨¦ticos se marcharon, Washington no estuvo dispuesto a contribuir a la paz ni tampoco a alimentar a un pueblo hambriento. En la actualidad, Estados Unidos, con su actitud de tomar asuntos aislados y tejer planes de acci¨®n en torno a ellos, ya se trate de los oleoductos, el trato dado a las mujeres o el terrorismo, s¨®lo est¨¢ demostrando que ha aprendido poco'.
El segundo es de Fatima Mernissi, de su libro El miedo a la modernidad. Islam y democracia, escrito tras la Guerra del Golfo: 'Ya es de por s¨ª precario el destino de la mujer en una sociedad ¨¢rabe que vive en paz. Vacilante es ese mismo destino en una sociedad ¨¢rabe que ha sido pasada a sangre y fuego por fuerzas extranjeras. Horrendas las perspectivas del destino de una mujer en una sociedad ¨¢rabe pasada a sangre y fuego, en nombre del derecho internacional y con la legitimaci¨®n del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, por esos mismos Estados occidentales que reivindican el liderazgo ¨¦tico, forzando a las dem¨¢s naciones a ratificar como universal un modelo democr¨¢tico cuyo aporte revolucionario fundamental es, precisamente, despojar la violencia de toda pretensi¨®n de legitimidad. ?Era esta guerra inevitable? ?sa es la pregunta'.
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