A fuego cruzado entre el islam y Occidente
Dos a?os despu¨¦s del golpe, Musharraf debe ayudar a EE UU mientras se enfrenta a la protesta integrista en Pakist¨¢n
Basta observar atentamente la ubicaci¨®n de Pakist¨¢n en un mapa de Asia para darse cuenta del valor estrat¨¦gico de un pa¨ªs que se ha convertido en una de las piezas clave del nuevo orden mundial. Fronterizo con India, China, Afganist¨¢n e Ir¨¢n, con una superficie de 778.720 kil¨®metros cuadrados, poblado por cerca de 138 millones de habitantes, que son musulmanes en su inmensa mayor¨ªa, y con una agitad¨ªsima historia pol¨ªtica desde su independencia en 1947, Pakist¨¢n desempe?a el papel de term¨®metro del mundo. Y el tipo que controla el mercurio de la temperatura se llama Pervez Musharraf, un general de 57 a?os que se hizo con el poder, hoy hace dos a?os, a trav¨¦s de un golpe militar incruento contra el primer ministro Nawaz Sharif. Una asonada tranquila y suave que apenas provoc¨® protestas aisladas en ese inmenso pa¨ªs. Para Occidente, Musharraf ha pasado de ser un dictador apestado al frente de un Ej¨¦rcito que dispone de armas nucleares a figurar como un l¨ªder capaz de hostigar a los talib¨¢n o de negociar con ellos, dispuesto a colaborar con el despliegue militar de EE UU y de sus aliados en la lucha contra el terrorismo y con la energ¨ªa y habilidad suficientes para frenar a una poblaci¨®n antiamericana, vinculada a los afganos por m¨²ltiples razones y, en buena medida, simpatizante de partidos islamistas.
En enero de 1977, cuando entr¨® en vigor la en¨¦sima ley marcial que ha sufrido Pakist¨¢n desde su independencia, William E. Richter, un experto en la zona, escribi¨®: 'Los partidos paquistan¨ªes han sido hist¨®ricamente d¨¦biles; las elecciones, cuando se han logrado celebrar, han sido preludio del desastre; la sucesi¨®n se ha realizado mediante la agitaci¨®n pol¨ªtica y los golpes militares, y no a trav¨¦s de las urnas'. Richter defin¨ªa la historia reciente del pa¨ªs -independizado del Reino Unido en 1947 al mismo tiempo que India y posteriormente enfrentado en una guerra civil en 1971 que dio origen a dos Estados (Pakist¨¢n y Bangladesh)- como 'una tradici¨®n pol¨ªtica tr¨¢gica'. No es para menos. El ¨²ltimo medio siglo de Pakist¨¢n est¨¢ salpicado de revueltas militares y estados de emergencia; de esc¨¢ndalos de corrupci¨®n y fraudes electorales; de mandatarios que son condenados a muerte y ejecutados como Zulkifar Ali Bhutto (abril de 1979) o que fallecen en un extra?o y nunca aclarado accidente de aviaci¨®n como el general Zia en agosto de 1988; de conflictos territoriales con India a causa de Cachemira; con una constante tensi¨®n entre laicos y religiosos, entre las influencias occidentales que pretenden exportar su modernidad y el peso de la tradici¨®n cultural. Tal vez sea la diversidad ling¨¹¨ªstica el mejor ejemplo para ilustrar las m¨²ltiples contradicciones y conflictos de Pakist¨¢n. En un pa¨ªs donde el 48% de la poblaci¨®n habla punjab¨ª, el 13% pusto, el 12% sindhi y el 10% saraiki, entre otros idiomas, el urdu, usado por apenas el 7% de los habitantes, fue elegido como idioma oficial. Para completar este paisaje siempre a fuego cruzado entre Oriente y Occidente, entre islam y grandes potencias, el ingl¨¦s es un idioma extendid¨ªsimo, fruto de su uso como lengua universal y de la dominaci¨®n brit¨¢nica desde comienzos del siglo XIX.
Con este panorama de fondo, Musharraf, hijo de un diplom¨¢tico, se ha movido en una dif¨ªcil pirueta al aparecer como un l¨ªder liberal y moderado con vistas a Occidente, al tiempo que suspend¨ªa la Constituci¨®n, disolv¨ªa el Parlamento y asum¨ªa todos los poderes. Tolerado por Estados Unidos y Europa con cautela y conciliaci¨®n, tratado por Occidente con una combinaci¨®n de palo y zanahoria en lo que se refiere a ayudas econ¨®micas, apoyo militar y respeto diplom¨¢tico, el papel de Musharraf se ha revalorizado tras los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos y el posterior bombardeo de Afganist¨¢n. Enfrentado a amplios sectores de paquistan¨ªes, que consideran que Am¨¦rica es el gran Sat¨¢n, Musharraf se ha visto forzado a depurar la c¨²pula militar y los servicios de espionaje de islamistas, ha esgrimido como bandera las generosas inversiones occidentales que llueven ahora sobre Pakist¨¢n e intenta contener las diarias manifestaciones con el despliegue del Ej¨¦rcito y de la polic¨ªa en las calles de las principales ciudades. La unidad del Ej¨¦rcito figura como el elemento clave de la supervivencia de Musharraf.
A partir de una relaci¨®n ambigua con los talib¨¢n afganos, con los que Pakist¨¢n no ha cortado relaciones diplom¨¢ticas, y temeroso no s¨®lo de la ira de los islamistas en su pa¨ªs, sino de las oleadas de refugiados en las fronteras, Musharraf recibir¨¢ el lunes al secretario de Estado norteamericano, Colin Powell. El general paquistan¨ª pedir¨¢ con una mano que cesen pronto los bombardeos de Afganist¨¢n y que no se extiendan a otros pa¨ªses musulmanes. Con la otra mano solicitar¨¢ m¨¢s ayuda para apaciguar la rebeli¨®n de las masas islamistas. Musharraf est¨¢ entre la espada y la pared.
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