?De qu¨¦ parte est¨¢ Dios?
Una curiosa coincidencia se ha producido entre los dos dirigentes enfrentados en el actual conflicto b¨¦lico: tanto el presidente norteamericano George W. Bush como Osama Bin Laden est¨¢n convencidos de tener a Dios de su lado. 'Que Dios siga bendiciendo a Am¨¦rica', fue como termin¨® Bush su comunicado del d¨ªa en que orden¨® iniciar los bombardeos. 'El Dios omnipotente ha golpeado Am¨¦rica', dijo Bin Laden en el v¨ªdeo que fue hecho p¨²blico en aquellas mismas horas. ?n t¨¦rminos negativos, se hab¨ªa expresado tambi¨¦n la mima coincidencia ya el fat¨ªdico 11 de septiembre, cuando a¨²n no se ten¨ªa idea de qui¨¦nes pod¨ªan ser los autores de los atentados, y el presidente norteamericano no dud¨® en atribu¨ªrselos a Sat¨¢n; Gran Sat¨¢n hab¨ªa sido precisamente el nombre con que los fundamentalistas chi¨ªtas designaban a los Estados Unidos en los momentos ¨¢lgidos de la fiebre revolucionaria iran¨ª. Y como los seres sobrenaturales invocados por los l¨ªderes pol¨ªticos han mantenido su habitual mutismo, sin quejarse de que su nombre sea usado en sentidos tan opuestos, quiz¨¢ convenga puntualizar algunas cosas sobre estas referencias, tan desenvueltas, al orden divino/demoniaco.
La primera y m¨¢s obvia reflexi¨®n es que esta similitud de puntos de vista entre los contendientes, en lugar de ser tranquilizadora, deber¨ªa hacernos temer lo peor. Porque cuando se combate en nombre de Dios, o contra Sat¨¢n, no hay l¨ªmites morales. Todo es l¨ªcito, incluso eliminar f¨ªsicamente a buena parte de nuestros cong¨¦neres, para salvar al resto de la humanidad del dominio del Maligno o para conducirla, de grado o por fuerza, a la bienaventuranza eterna.
Afortunadamente, por parte de los norteamericanos, no da la impresi¨®n de que estas referencias tengan mucha virtualidad operativa. Pese a la conocida vinculaci¨®n que Max Weber estableci¨® entre protestantismo y capitalismo, no parece que la clave ¨²ltima del dinamismo de aquella sociedad sea el convencimiento de que hay una vida sobrenatural que deba ser conquistada por medio de nuestra fe o nuestra actividad en este valle de l¨¢grimas. M¨¢s bien parece que ocurre lo contrario: que la peculiaridad de los Estados Unidos ha sido siempre la libertad de creencias y la separaci¨®n entre religi¨®n y autoridad pol¨ªtica, que pactaron desde el momento de su desembarco aquellos pobres emigrantes huidos de la Europa de las guerras de religi¨®n. Seg¨²n aquel convenant inicial, entre ellos no se impondr¨ªa ninguna fe, sino s¨®lo el respeto a unas normas jur¨ªdicas que hicieran posible la convivencia. Gracias a aquel clima de libertad, la religi¨®n mantuvo cierto prestigio y siguen vigentes hoy referencias convencionales a unas creencias muy gen¨¦ricas, que las fuerzas pol¨ªticas m¨¢s conservadoras, bien representadas por el presidente actual, intentan reforzar. Pero aquella sociedad, paradigma -para bien y para mal- del mundo moderno, se basa en lo que llamamos una identidad c¨ªvica: no se es americano por tener determinado color de piel, ni cierta religi¨®n, ni aun por hablar ingl¨¦s, sino por haber nacido o haberse nacionalizado en los Estados Unidos y respetar aquel marco jur¨ªdico.
En la ¨¦poca en que aquellos peregrinos protestantes estaban cruzando el Atl¨¢ntico, la Espa?a de los Habsburgo era precisamente el ejemplo de la actitud opuesta: se opt¨® por la unidad de creencias como garant¨ªa de la paz social. Y la Inquisici¨®n se encarg¨® de eliminar todo rastro de disidencia respecto de la doctrina oficial. Gracias a ello puede que se evitaran las guerras de religi¨®n, que devastaron el norte de Europa, pero se pag¨® un alt¨ªsimo coste: sumisi¨®n ciega a la verdad oficial, miedo al pensamiento libre, aislamiento frente a las innovaciones cient¨ªficas; en definitiva, ignorancia y atraso.
Hoy parece evidente que los exclusivismos ¨¦tnicos y religiosos no s¨®lo no garantizan la paz social, sino que son fuentes potenciales de violencia. Nada hay menos adecuado para explicar el acto de vesania que ha enterrado a miles de personas entre los escombros del bajo Manhattan que el manido serm¨®n sobre la anomia o la falta de valores ¨¦ticos de la sociedad en que vivimos. Quienes lo han cometido no pueden ser descritos como individuos carentes de valores; por el contrario, eran gente animada por profundas creencias y dotada de una capacidad de sacrificio tan grande como para inmolar la propia vida por una causa que cre¨ªan superior. Pero eran tambi¨¦n seres convencidos de que las ideas pueden y deben defenderse por la violencia, de que ten¨ªan derecho a matar a quienes no se plegaran a su visi¨®n del mundo.
?sa es precisamente la diferencia entre las sociedades basadas en la intolerancia y la homogeneidad ¨¦tnica, y las sociedades basadas en la libertad, la multiplicidad cultural y el respeto c¨ªvico hacia quienes son diferentes por sus creencias, sus costumbres o su color de piel. Esta ¨²ltima es la idea fundamental de la sociedad liberal moderna: que ni hay verdades ni hay formas de ser oficiales; que cada cual es libre para conducirse con arreglo a sus gustos y principios, siempre que con ello no se interfiera en la libertad de los dem¨¢s. Y es precisamente contra esta idea, contra la modernidad -que ellos, incapaces de manejarse con ideas abstractas, personifican en los americanos-, contra lo que intentan defenderse con u?as y dientes cl¨¦rigos fundamentalistas y creyentes en identidades esenciales y eternas.
Esta convivencia en libertad no es f¨¢cil de entender ni de practicar, especialmente cuando se parte de un mundo cultural ajeno a la tradici¨®n liberal. Si en Espa?a hay sectores de opini¨®n que consideran aceptable matar para imponer las propias ideas, c¨®mo explicar que el derecho de manifestaci¨®n, por ejemplo, no significa que se pueda hacer la vida imposible a los dem¨¢s para obligarles a o¨ªr nuestras quejas. Es algo que debiera ense?arse en las escuelas, con cargo al presupuesto p¨²blico; porque el fomento de la convivencia pac¨ªfica es una de las funciones de los Gobiernos, que, en cambio, deben abstenerse de intervenir en cualquier debate doctrinal. El civismo es bueno y necesario para todos, mientras que las religiones o las identidades ¨¦tnicas ni son comunes a todos ni son siempre buenas para la convivencia. Miren por d¨®nde, la profesora de religi¨®n despedida y las Torres Gemelas tienen algo que ver.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es catedr¨¢tico de Historia de los Movimientos Sociales en la Universidad Complutense de Madrid. Su ¨²ltimo libro es Mater Dolorosa. La idea de Espa?a en el siglo XIX.
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