El gordo y el infinito
Muchas facultades se pierden con la edad y las virtudes que otrora enorgullec¨ªan desaparecen cuando menos se espera. A ese punto llega la historia del escritor portugu¨¦s, cuya mirada por la ventana lo enfrenta con un instante de tiempo, de vida, de cotidianidad; y ¨¦ste a su vez lo lleva a un recuerdo infantil. Pero luego ese repentino pasaje del pasado se hace presente frente a sus ojos. Dos momentos que est¨¢n unidos por el infinito, como las paralelas.
Siempre cre¨ª que las paralelas no se encontraban porque ten¨ªan mucho que hacer
Llevo m¨¢s de una hora en busca de una idea para esta cr¨®nica: no tengo ninguna. Oigo pasos en el corredor, los autom¨®viles en el sendero. De vez en cuando, voces. Escribo en papel sellado y como no s¨¦ qu¨¦ escribir relleno con la estilogr¨¢fica los c¨ªrculos de las oes. Me quito las gafas. Limpio las gafas. Me pongo las gafas. Como debajo de las letras hay n¨²meros de tel¨¦fono aprovecho y relleno tambi¨¦n los c¨ªrculos de los ceros. Felizmente seis n¨²meros de tel¨¦fono con enormes ceros. Dado que no se me ocurre ninguna idea me ocupo de los c¨ªrculos, m¨¢s peque?itos, de los ochos. Dejo la estilogr¨¢fica. Me echo el pelo hacia atr¨¢s. Abro la ventana y ¨¢rboles. El sonido de los autom¨®viles aumenta en el sendero. Un hombre de edad, con un gorro blanco, se detiene para palparse los bolsillos. ?Se ha olvidado la llave? Por mil¨¦sima vez recorro, primero con la lengua y con el me?ique despu¨¦s, una muela que se ha roto. Incluso mientras digo esto sigo comprob¨¢ndolo. Una se?ora riega la jardinera de un edificio amarillo. Ma?ana el dentista va a ordenarme
-Puede escupir.
Es el ¨²nico sitio del mundo donde nos aconsejan escupir. Con babero al cuello nos inclinamos ante una escupidera. Yo, que desde la primaria escupo estupendamente, me reduzco a una saliva ¨¢spera que se me escurre por el ment¨®n y me averg¨¹enza. Antes acertaba en un saltamontes a dos metros y era la envidia de la clase. Ahora escupo peor que el gordo, que pod¨ªa ser el mejor alumno pero en materia de gargajos no val¨ªa un comino. Para vengarse afirmaba con seguridad que las paralelas nunca se encuentran. Siempre cre¨ª que las paralelas no se encontraban porque ten¨ªan mucho que hacer. El profesor no aprobaba mi opini¨®n y aseguraba que se encontraban en el infinito. El infinito, un ocho acostado
rellenar los c¨ªrculos del ocho acostado
que ni siquiera ten¨ªa fuerzas para ponerse de pie. ?En qu¨¦ parte de aquel ocho languideciente se un¨ªan las paralelas? Vi al gordo hace unas semanas, en un restaurante. Estaba igual, s¨®lo que con corbata en lugar de pantalones cortos. Tiene dos empresas
- Soy economista.
Voz de papada, de autoridad, con el labio de abajo que absorbe al de arriba. Cuando le iba a preguntar si ya sab¨ªa escupir declar¨®
- Me alegra verte
y se instal¨® con otros gordos que parec¨ªan respetarlo, sin duda por causa de su conocimiento de las paralelas. Cada uno de los gordos coloc¨® el m¨®vil en el lugar de la servilleta, dispuestos a dar la soluci¨®n a cualquier problema de husos horarios que el profesor les plantease durante el almuerzo. De vez en cuando mi gordo dejaba caer una frase definitiva ante su asamblea de gordos deferentes. Mi lengua y mi me?ique escarbaban la muela rota. Si tuviese una estilogr¨¢fica adecuada rellenar¨ªa todas las oes del men¨². El modo en que me inform¨®
- Me alegra verte
el modo en que me dijo, ya medio sentado
- Vamos tirando
el hecho de que cuando el dentista me ordenaba
-Puede escupir
yo, con babero al cuello, dejaba escurrir un hilillo obediente, sin brillo alguno. Cristo, cu¨¢ntas facultades se pierden con la edad. El gordo ensarta un bocado en el tenedor, eleva el tenedor con una lentitud majestuosa, redondea la boca y ni siquiera puedo rellenarle el c¨ªrculo. Como no puedo rellenar el c¨ªrculo (ninguna muela rota en ese c¨ªrculo), le sonr¨ªo. Me devuelve la sonrisa, por encima de la corbata, no d¨¢ndose cuenta de que lo estoy llamando cabr¨®n. Coge el m¨®vil. No se comprenden las palabras pero estoy seguro de que est¨¢ hablando del infinito. Los compa?eros gordos lo miran extasiados. Comen chocos en su tinta. C¨®mo me gustar¨ªa que hubiese espinas en los chocos en su tinta, de aquellas que uno se queda buscando un tiempo enorme, pasando la comida de la derecha a la izquierda, con los ojos estancados por la congoja. Pero ni siquiera esa suerte, lamentablemente: los gordos tragan triunfales mientras mi dedo, pobre, hurga entre las ruinas antes de regresar, humilde, al bacalao. Volviendo a la cr¨®nica, ?de qu¨¦ voy a escribir hoy?
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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