?Hay alguien m¨¢s?
Hac¨ªa mucho tiempo que los medios de comunicaci¨®n no estaban tan sobrecargados de cultura. Seguro que todos ustedes han observado que los nombres m¨¢s c¨¦lebres de nuestro pasado, junto con los ¨²ltimos descubrimientos tecnol¨®gicos, regresan como fantasmas a las primeras p¨¢ginas de las noticias. Desde la bioqu¨ªmica del ¨¢ntrax hasta la diferencia entre cultura y civilizaci¨®n en Kant, desde la guerra pol¨ªtica de Clausewitz hasta la madre de todas las batallas de Sadam Hussein -un parto que dur¨® una d¨¦cada, pero con un monstruo ya reci¨¦n nacido-, desde Boabdil hasta Oriana Fallaci, lo ¨²nico cierto es que la cultura est¨¢ de moda. Nadie esperaba que el susto y la perplejidad aumentasen la venta de todo tipo de libros sobre el islam, los talib¨¢n, manuales de supervivencia o textos de geopol¨ªtica. No es cierto que esto sea un choque entre culturas, es un electrochoque de cultura lo que estamos sufriendo.
La novedad es que el aumento de cultura va acompa?ado de un descenso de la informaci¨®n. En los ¨²ltimos cincuenta a?os hemos producido docenas de teor¨ªas y pr¨¢cticas sobre comunicaci¨®n, persuasi¨®n, contra-argumentaci¨®n, cambio de actitudes y manipulaci¨®n psicol¨®gica de la imagen del adversario. Pues bien, ahora nos hemos decidido por lo m¨¢s sutil y nos dejamos de zarandajas, simplemente censuramos la informaci¨®n con el benepl¨¢cito de las principales cadenas mundiales de televisi¨®n. Sabemos poco sobre lo que est¨¢ pasando y llevamos camino de saber cada vez menos, porque casi todo es material sensible. Las explicaciones de nuestros gobernantes, de nuestros pol¨ªticos en general y de los intelectuales en particular, m¨¢s que pat¨¦ticas son antip¨¢ticas, porque las lucecitas maliciosas de sus ojos parecen indicar ego¨ªsmo estrat¨¦gico en lugar del cansancio y sufrimiento ante la tragedia de tantos. La ¨²nica informaci¨®n segura, siguiendo a los medios internacionales, es que el mismo piloto de guerra que se imaginaba la fiesta del 4 de julio mientras bombardeaba Irak, ahora piensa que juega al f¨²tbol en tierras de Afganist¨¢n. Sutil, muy sutil.
Ya s¨¦ que es muy f¨¢cil criticar mientras estoy sentado en un c¨®modo sill¨®n. Pero me hac¨ªa ilusi¨®n pensar, como dice Sloterdijk -y contribuyo as¨ª con otro nombre a la ensalada cultural de las ¨²ltimas semanas-, que exist¨ªa una relaci¨®n necesaria entre leer, estar sentado y apaciguarse. Pues nada, parece que esto tampoco es cierto. Se pueden tomar decisiones terribles y hasta equivocadas, nada tranquilizadoras, desde sillones y despachos, a lo largo y ancho de todo el mundo.
En un solo mes, ya casi nada es lo que era. La informaci¨®n nos llega esterilizada, las pocas im¨¢genes actuales est¨¢n mezcladas con la ficci¨®n y el futuro posible es un producto de encargo que se fabrica en Hollywood. Con el miedo y la inseguridad, una vez m¨¢s, estamos donde est¨¢bamos, pero despu¨¦s de haber estado ya. Eso es lo malo. Por eso nos volvemos hacia los libros, recurrimos a los cl¨¢sicos, buscamos en el pasado, preguntamos a los que pasaron por lo mismo en otros tiempos. Atemorizados por la oscuridad y contestados por la voz tenebrosa de lo desconocido, como en el viejo chiste del humorista Eugenio, preguntamos: vale, ?pero hay alguien m¨¢s?
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