'No me interesa la guerra, sino la comida'
Los afganos instalados en Pakist¨¢n se muestran m¨¢s preocupados por la pobreza que por los bombardeos
'Cada noche o¨ªmos los aviones y vemos las luces. ?C¨®mo vamos a olvidarnos si al otro lado est¨¢ parte de nuestras familias, nuestra gente'?. Ejaz ur Rahman lleva 18 a?os en Pakist¨¢n y, como otros muchos afganos, tiene una tienda en Jayatabad, el mercado de los contrabandistas de Peshawar, a 40 kil¨®metros de la frontera con Afganist¨¢n. Pero muchos de ellos parecen m¨¢s preocupados por los efectos sobre sus negocios que por los da?os que puedan causar los bombardeos. 'Desde la guerra con los sovi¨¦ticos la gente se ha acostumbrado a las bombas', justifica su vecino Yuma Jan.
'Es la ruina, debido a la situaci¨®n ya ni siquiera vienen los turistas locales', se queja Rahman. Jayatabad, tambi¨¦n conocido como el peque?o Hong Kong, es una especie de Andorra para los paquistan¨ªes. En sus cerca de 3.000 tiendas, unos cub¨ªculos m¨ªnimos donde se amontona la mercanc¨ªa, se encuentran todo tipo de electrodom¨¦sticos y aparatos electr¨®nicos que Afganist¨¢n importa libre de impuestos gracias a un acuerdo con Pakist¨¢n y reexporta de inmediato a este pa¨ªs por v¨ªas menos claras.
'No s¨®lo nos faltan los clientes, sino que han dejado de llegar mercanc¨ªas porque todo el mundo tiene miedo de las bombas, los comerciantes, los contrabandistas...', apunta Jan. 'No, lo que est¨¢n haciendo los norteamericanos no est¨¢ bien', a?ade, aunque cuando se le pregunta si es por su familia dice que no, que ellos ya est¨¢n acostumbrados.
La resignaci¨®n se ha apoderado de los afganos despu¨¦s de 22 a?os de guerras sucesivas. Aunque todos, sin excepci¨®n, expresan su desaprobaci¨®n por los bombardeos, ni entre los refugiados ni entre los que ya se han instalado como residentes transpira una especial animadversi¨®n. Al indagar sobre los sentimientos que les han provocado los ataques contra su pa¨ªs, descubren el convencimiento de que, de alguna forma, es un destino que no est¨¢ en sus manos controlar.
'?Qu¨¦ puedo hacer yo? Somos muy d¨¦biles. No me interesa la guerra, sino la comida', responde con toda sinceridad Moyahuddin, un alba?il de 30 a?os que reside en el campo de Lalma, a las afueras de Peshawar, una ciudad de un mill¨®n de habitantes de los que la mitad son afganos. 'Ya no tengo familia all¨ª, nos vinimos todos hace 16 a?os, pero me preocupa porque son musulmanes como yo', a?ade como quien repite una lecci¨®n bien aprendida.
?Entonces apoya a los talibanes? 'No me preocupo de la pol¨ªtica, s¨®lo de conseguir trabajo para alimentar a mi familia', asegura. Pero sus gestos lo han delatado: ha extendido la mano para saludar a la periodista, algo que no har¨ªa ning¨²n simpatizante del movimiento rigorista afgano.
'?Qu¨¦ siento? Pues lo mismo que sentir¨ªa usted si Estados Unidos bombardeara su pa¨ªs', manifiesta Mudallah Temurzi, un estudiante de la vecina escuela cor¨¢nica Dar ul Ulum Haqqania, cuyo director, Sami ul Haq, se encuentra bajo arresto domiciliario por animar protestas antinorteamericanas en Pakist¨¢n. Mudallah lleva cinco de sus 17 a?os estudiando en esa madraza por la que han pasado muchos dirigentes talibanes.
?No les han movilizado para ir a luchar contra los estadounidenses? 'No, los profesores no quieren que vayamos porque estamos de ex¨¢menes', afirma. 'Hoy mismo, de los 1.200 estudiantes afganos que estamos inscritos, s¨®lo nos hemos presentado 600 a las pruebas', relata convencido de que el resto han vuelto a su pa¨ªs para participar en la yihad (guerra santa).
Entonces se lanza a explicar el concepto de yihad y se muestra tan entusiasta de la causa que sorprende que no sea uno de los que ha cruzado la frontera. 'No estoy preparado, pero siento que es mi deber', declara con cierta solemnidad.
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