La civilizaci¨®n y lady Mary
Lady Mary Montagu es, sin duda, la figura femenina m¨¢s interesante de la primera mitad del siglo XVIII ingl¨¦s. Consigui¨® una buena cultura en la biblioteca de su padre, el duque de Kingston, y luego contrari¨® a su ilustre progenitor cas¨¢ndose a escondidas contra su voluntad. Fue amiga de Swift y de Addison, recibi¨® piropos de Alexander Pope y se hizo notar en la corte del rey Jorge I por sus opiniones poco convencionales, que divert¨ªan y escandalizaban a partes iguales en la buena sociedad. Pero a ella le aburr¨ªa ese ambiente y acogi¨® con entusiasmo el nombramiento de su marido como embajador en Costantinopla para huir de ¨¦l. Conocemos los incidentes de su viaje hasta Turqu¨ªa y su fascinaci¨®n por el mundo isl¨¢mico que all¨ª descubri¨® a trav¨¦s de su correspondencia, elogiada m¨¢s tarde por Voltaire como superior a las de Mme. de Maintenon y Mme. de Sevign¨¦. Las observaciones antropol¨®gicas de lady Montagu son perspicaces y notablemente carentes de prejuicios. Desde luego, le impresionan favorablemente la sensualidad y el refinamiento del sultanato. Tambi¨¦n constata con aprobaci¨®n que los effendi, es decir, los eruditos locales, no conceden m¨¢s fe a las ense?anzas de Mahoma que los europeos cultivados a la infalibilidad del Papa, aunque disimulen como los otros para evitarse problemas. A?os despu¨¦s, de vuelta en Inglaterra, intent¨® introducir en su pa¨ªs el sistema de vacunaci¨®n antivari¨®lica que hab¨ªa aprendido entre los turcos, chocando con la obstinaci¨®n de m¨¦dicos conservadores (de su ignorancia) y cl¨¦rigos que anatematizaban esos manejos paganos: pero ella ya sab¨ªa que supersticiosos y fan¨¢ticos hay en todas partes.
Sin embargo, quiz¨¢ lo m¨¢s chocante es su valoraci¨®n del papel de las mujeres en el sistema otomano. Esta se?ora ilustrada, una de las primeras occidentales que penetr¨® en el har¨¦n del sult¨¢n, llega a la conclusi¨®n de que las damas turcas son, en algunos aspectos, incluso m¨¢s libres que otras europeas. Cierto, tienen que andar siempre veladas por la calle, pero ello les permite ir y venir sin ser reconocidas..., lo cual no contribuye a la tranquilidad posesiva de los maridos. Mahoma las destina un para¨ªso distinto al de los hombres, 'lo cual no tiene forzosamente que hac¨¦rselo menos agradable'. De ¨¦l son excluidas las v¨ªrgenes y las viudas que no vuelven a casarse, pero esa creencia no le parece m¨¢s nociva que la que entre los cristianos consagra la santidad de quienes hacen voto de castidad perpetua. Cuenta con simpat¨ªa el caso de una espa?ola raptada en el mar por un almirante turco: cuando la familia reuni¨® el dinero del rescate, la se?ora calcul¨® que en su pa¨ªs la deshonra sufrida la condenaba a pasar el resto de su vida en un convento y prefiri¨® quedarse en el serrallo. A su debido tiempo hered¨® una fortuna del enamorado almirante y volvi¨® a casarse con otro marino no menos galante... Por fin, lady Mary volvi¨® a Dover y desde all¨ª escribe su ¨²ltima carta, en perfecto franc¨¦s, al abate Conti. En ella finge envidiar a quienes no viajan y por tanto nada a?oran, los felices ingleses que creen que el vino griego es repugnante y su cerveza sublime, los que consideran que los higos y las frutas ex¨®ticas no son comparables a un buen roast-beef, y concluye: '?Ojal¨¢ Dios me permita a m¨ª tambi¨¦n pensar as¨ª para que, content¨¢ndome a partir de ahora con la nublada luz que este cielo nos dispensa, sepa olvidar poco a poco el estimulante sol de Costantinopla!'.
No cabe duda de que la actitud de lady Montagu es eminentemente civilizada. La civilizaci¨®n es precisamente el esfuerzo por ir m¨¢s all¨¢ de la propia cultura, lo que hace sentir curiosidad e inter¨¦s por otras. A quien se encierra en los usos que conoce, los considera sin disputa preferibles a todos los restantes y muestra antagonismo cerril hacia las formas de comportamiento humano que no comparte, siempre se le ha llamado b¨¢rbaro, nunca civilizado. De hecho, ni siquiera puede tenerse por realmente 'culta' a la persona que s¨®lo conoce su propia cultura: es culto quien habla cuatro idiomas, no el que solamente practica el suyo. De ah¨ª el absurdo de hablar de 'guerra o choque entre civilizaciones': s¨®lo hay una civilizaci¨®n, la que proyecta m¨¢s all¨¢ de las limitaciones culturales con las que uno ha nacido y nos urge a comprender, aunque no forzosamente a compartir, las restantes formas que ha sabido darse el esp¨ªritu humano.
Creo que aqu¨ª estriba el mayor desacierto de otra ilustre dama viajera, Oriana Fallaci, en su art¨ªculo ya c¨¦lebre a ra¨ªz de los atentados del 11 de septiembre, donde, pese a las cr¨ªticas feroces, no todo es ni mucho menos err¨®neo o despreciable. No resulta sensata su oposici¨®n de Dante a Omar Jay¨¢n, como si fueran mutuamente excluyentes o -mejor dicho- como si el aprecio no meramente fetichista, sino realmente cultural por uno de ellos, no obligar¨¢ tambi¨¦n a interesarnos por el otro. Pero es que, adem¨¢s, el ejemplo est¨¢ especialmente mal elegido, porque el hedonista y desesperanzado Omar suena hoy perfectamente acorde con nuestro occidente postmoderno, mientras que el sublime pero a menudo intransigente Dante nos remite a una ¨¦poca en que el cristianismo produc¨ªa m¨¢s talibanes que el Islam... Porque tampoco se trata de una pugna entre religiones, como parece a ratos creer Fallaci y desde la acera opuesta todos esos arabistas que, con divertidas contorsiones, intentan disimular el tono inequ¨ªvocamente belicoso del Cor¨¢n. El Islam es una religi¨®n compasiva con sus fieles e implacable con los infieles, cosa que no la hace hist¨®ricamente distinta del juda¨ªsmo y del cristianismo. Es in¨²til empe?arse en decir que los talibanes o Jomeini no responden al 'verdadero' Islam, porque cada religi¨®n es verdaderamente lo que en ella quieren ver sus distintos int¨¦rpretes clericales. Tambi¨¦n Torquemada y Francisco de As¨ªs son 'verdaderos' cristianos, aunque se parecen poco; y tan Papa era el que en el siglo XVIII conden¨® la proclamaci¨®n de los derechos humanos como el actual que los defiende. Lo malo de las religiones no est¨¢ en su contenido peculiar, ocasionalmente sabio o po¨¦tico, sino en quienes se las creen a pie juntillas. La ¨²nica ventaja del cristianismo es que su influencia secular est¨¢ hoy muy mitigada y es principalmente aleg¨®rica, mientras que el islamismo todav¨ªa es fuente fundamental de legislaci¨®n en muchos pa¨ªses y para muchos creyentes.
Y aqu¨ª, en el terreno pol¨ªtico, est¨¢ el verdadero 'choque', el aut¨¦ntico enfrentamiento. En este campo s¨ª que simpatizo con la indignaci¨®n de Oriana Fallaci frente a ciertos relativismos. Porque no hay 'civilizaciones' o 'culturas' superiores a otras (en el sentido de que no tengan nada que aprender de las dem¨¢s), pero en cambio s¨ª que unos sistemas pol¨ªticos son preferibles racionalmente a otros. Prefiero, sin lugar a dudas, las democracias en las que se puede criticar a Bush, aunque sea cristiano, que las teocracias en las que no se alza ni una voz contra Bin Laden porque es musulm¨¢n.Y, desde luego, no creo que sean siquiera comparables los pa¨ªses en que se puede ser musulm¨¢n, siempre que se respeten los derechos c¨ªvicos de los dem¨¢s (y, sobre todo, de las dem¨¢s) con aquellos en que no hay m¨¢s remedio que ser musulm¨¢n para tener derechos c¨ªvicos. Me parece indudable que el sojuzgamiento de lo pol¨ªtico por lo religioso-clerical en los pa¨ªses islamistas ha frenado su desarrollo social y democr¨¢tico. ?Que as¨ª se oponen a la 'americanizaci¨®n' del mundo, como creen algunos progres averiados? Ser¨¢ preciso recordar que el primer y principal paso de 'americanizaci¨®n' mundial no fue la proliferaci¨®n de McDonald's o pantalones vaqueros, sino la revoluci¨®n francesa, exportada v¨ªa La Fayette y compa?¨ªa; es decir, la extensi¨®n de la democracia y sus libertades frente a los absolutismos. Y, como ha razonado Amartya Sen, la democracia tambi¨¦n tiene repercusiones econ¨®micas: hoy muchos pa¨ªses no carecen de democracia porque son miserables, sino que son miserables por la ausencia de democracia. Sin duda, a ello han colaborado los abusos constantes de las democracias capitalistas, entre ellas destacadamente EE UU, m¨¢s interesadas en maximizar sus beneficios que en extender los privilegios pol¨ªticos de los que gozan. Pero no hay peor paternalismo (ni m¨¢s clara convicci¨®n de la superioridad occidental) que la de quienes explican todos los males de los pueblos sojuzgados exclusivamente por la omnipotente maldad de los pueblos ricos, sin analizar tambi¨¦n ingredientes nativos como el aferramiento a tradicionalismos religiosos que excusan o exigen despotismos pol¨ªticos. Quienes consideran que la teocracia forma parte de la respetable 'identidad cultural' de algunos pueblos, deben estar dispuestos a aceptar tambi¨¦n como rasgos t¨ªpicamente folkl¨®ricos de tales bienaventurados la miseria y el analfabetismo. En cualquier caso, ni los agravios reales ni los imaginarios justifican el terrorismo internacional: tambi¨¦n algunos serial-killers han sufrido mucho en su infancia, y no por ello deja la sociedad de tener derecho a defenderse frente a ellos, con una violencia legal que no es equiparable a la suya. Nuestro sistema tiene much¨ªsimo que corregir, pero tambi¨¦n mucho digno de ser defendido; lo importante hoy es no olvidar que las necesarias enmiendas civilizadoras forman parte de nuestra defensa y no son meras concesiones al enemigo. Se lo debemos a lady Mary.
Fernando Savater es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad Complutense.
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