Odios teol¨®gicos
Explicar la guerra es explicar al hombre -misi¨®n imposible-, pero conozco una sencilla anatom¨ªa para describir sus motivos. Parte del cerebro: los hombres matan por las ideolog¨ªas, pero no por las ideas puras (Kant nunca ha producido un casus belli). Mueren por razones del coraz¨®n, por amor sentimental a la patria o la libertad (Byron estaba en lo cierto). Matan por apetitos, por codicia o hambre de territorios, recursos, o por el hambre misma (Marx tambi¨¦n ten¨ªa raz¨®n). Las v¨ªsceras abrigan, en efecto, mort¨ªferas pasiones raciales, regionales, nacionales (Nietzsche result¨® el profeta mayor del siglo XX). Y, finalmente, matan desde aquella zona oscura en la que otro certero profeta (Freud) radic¨® los impulsos primarios y opuestos de Eros y Tanatos. El esquema funciona: las revoluciones de independencia en Am¨¦rica y la Revoluci¨®n Francesa, las revoluciones sociales y socialistas, las guerras civiles (norteamericana, espa?ola), las dos guerras mundiales, las guerras de los Balcanes y la de Troya ocurrieron dentro de ese marco 'corporal'. Pero hay una dimensi¨®n que engloba todos los ¨®rganos y facultades, los rebasa, exacerba y desquicia: el fanatismo de la religi¨®n.
Octavio Paz refer¨ªa una an¨¦cdota que viene al caso. Le ocurri¨® nada menos que en Afganist¨¢n. Un gu¨ªa, si no recuerdo mal, le habr¨ªa dicho: 'Jehov¨¢, kaput; Jes¨²s, kaput; ?s¨®lo Al¨¢ vive!'. A Paz le incomodaba el monote¨ªsmo, lo ve¨ªa como la fuente original de la intolerancia. Cuando hacia 1980 publicamos en la revista Vuelta un ensayo sobre Afganist¨¢n (en torno a los fieros guerreros musulmanes que repel¨ªan con ¨¦xito la invasi¨®n sovi¨¦tica, como alguna vez lo hab¨ªan hecho con los ingleses) no imaginamos que esa batalla por su suelo y sus costumbres (financiada por Occidente) iba a traducirse, con el tiempo, en un r¨¦gimen de pose¨ªdos, represivos de su propia poblaci¨®n femenina, practicantes de la limpieza ¨¦tnica y firmes creyentes en que las 'espadas son las llaves del para¨ªso'. Con ellos s¨ª: kaput Kant, Byron, Marx, Nietzsche, Freud, Jehov¨¢ y Jes¨²s; s¨®lo Al¨¢ vivir¨¢.
El mundo isl¨¢mico es una compleja galaxia cultural y nacional en impresionante expansi¨®n demogr¨¢fica. En esa galaxia predominan las satrap¨ªas autoritarias y una brutal desigualdad econ¨®mica y social, aunque no faltan en ella Gobiernos moderados. Sus aportes a la ciencia, el arte y el humanismo de Occidente fueron -hay que recordarlo siempre- inmensos y perdurables. Habr¨ªa que resaltar tambi¨¦n las diferencias entre corrientes centrales del islam y el fundamentalismo extremo de los talibanes y Bin Laden, que gu¨ªan sus actos por una de las muchas m¨¢ximas guerreras atribuidas al profeta: 'En el islam hay tres reinos: el bajo, el alto y el alt¨ªsimo. El bajo alberga a la generalidad de los musulmanes, aquellos que dicen 'soy musulm¨¢n'. En el alto los hay de m¨¦ritos diversos, algunos mejores que otros. Pero el alt¨ªsimo es el de la yihad en nombre de Dios, y a ¨¦l s¨®lo los mejores acceden' (Al Muttaqi, citado por Bernardo Lewis en Islam, Harper Collins, volumen 1, 1974). Con todo, m¨¢s all¨¢ de los necesarios matices, excepciones y diferencias, no hay duda de que el islam y la modernidad occidental han mostrado hasta ahora pocas zonas de compatibilidad.
Como observ¨® Ibn Jald¨²n (ese remoto Toynbee del siglo XIV), la historia ¨¢rabe se mide en ciclos y ritmos de largu¨ªsima duraci¨®n. Ha sido, tambi¨¦n, una historia surcada constantemente por la guerra. En la ra¨ªz de toda guerra, escribe Ibn Jald¨²n, est¨¢ 'el deseo de venganza': 'inicuo y perverso' si lo mueve el esp¨ªritu de agresi¨®n o de envidia, pero 'justo y santo' si 'busca castigar a los enemigos de Dios y su religi¨®n'. Un concepto central en su filosof¨ªa de la historia es asabiya, esp¨ªritu de grupo que en su momento cumbre se expresa en 'una voluntad colectiva de dominio' (Ibn Jald¨²n, Introducci¨®n a la historia universal, Al Muqaddimah, Fondo de Cultura Econ¨®mica, p¨¢ginas 22 y 493). Luego del ciclo de esplendor y decadencia que dur¨® ocho siglos, sigui¨® el dilatado ascenso y repliegue del imperio turco otomano, arco que va desde tiempos de Cervantes hasta el siglo XX. A partir de 1920 pareci¨® anunciarse la relegaci¨®n hist¨®rica definitiva del poder¨ªo isl¨¢mico, con dos salvedades importantes: la reacci¨®n ¨¢rabe y palestina al establecimiento de Israel y la importancia creciente de su riqueza petrolera. En 1973, ambas convergieron en un proceso de afirmaci¨®n (asabiya) nacional y regional frente a Occidente que, sin embargo, no parec¨ªa esconder tintes religiosos.
De pronto, a fines de los setenta ocurren dos hechos axiales: la llegada al poder del ayatol¨¢ Jomeini y la invasi¨®n sovi¨¦tica a Afganist¨¢n. Entonces habl¨¢bamos con cierta fascinaci¨®n del 'retorno de lo sagrado', esa inexorable vuelta de los valores religiosos en un mundo que hab¨ªa dado por muerto a Dios sin que Dios se diera por enterado. Y nos sorprend¨ªa el uso que el ayatol¨¢ y sus seguidores hab¨ªan dado a la tecnolog¨ªa moderna, sobre todo a los casetes que circulaban con sus mandatos y profec¨ªas. Pero en el fondo pens¨¢bamos que aqu¨¦l era un mundo extra?o, ca¨®tico, ensimismado y, en cierta forma, inofensivo.
Pero fue en la ¨²ltima d¨¦cada del siglo cuando la galaxia isl¨¢mica comenz¨® a mostrar 'deseos de venganza', 'voluntades colectivas de dominio' y ¨¢nimos de 'castigar a los enemigos de Dios y su religi¨®n'. El asesinato de Anuar el Sadat (1981) por su propia milicia fundamentalista fue, a la distancia, una se?al inequ¨ªvoca que pocos entendieron. El proceso de radicalizaci¨®n se aviv¨® con la disputa por el petr¨®leo en la Guerra del P¨¦rsico (el factor Marx), y la sorpresiva exacerbaci¨®n de los odios raciales y nacionales contra los musulmanes en los Balcanes y la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica (el factor Nietzsche). El hecho de que Europa y Estados Unidos los defendieran de los serbios en Bosnia y Kosovo no los conmovi¨® mayormente. La ira sigui¨® su curso con un fondo no ideol¨®gico, sino religioso, fundamentalista en sentido estricto. Con la segunda (y a¨²n inconclusa) Intifada, el proceso cambi¨® de escala: descubri¨® el uso tecnol¨®gico del suicidio para matar masivamente y sembrar el terror. Los ataques a la Embajada norteamericana en Sud¨¢n y el kamikaze contra el barco Cole fueron otra llamada. La ¨²ltima. Y, por fin, el 11 de septiembre el mundo entero vio la yihad globalizada.
Hay, no cabe duda, otra cara en la moneda. Los Estados Unidos (sus gobiernos, sus agencias de inteligencia, sus complejos militares) tienen una gran responsabilidad, al menos indirecta, en el dram¨¢tico proceso que ahora les afecta. Para su propia guerra contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica ('el imperio del mal') armaron a los radicales isl¨¢micos (?recuerda usted Rambo III?, combate junto con los talibanes para vencer a los rusos). Trataron a esa zona del mundo como a Latinoam¨¦rica en la primera mitad del siglo. El sha era el hom¨®logo iran¨ª de los 'dictadores ¨²tiles'. La sociedad y los medios estadounidenses tienen tambi¨¦n su cuota de responsabilidad: prefirieron ignorar este desarrollo que ahora se les revierte como un bumer¨¢n. Cuando cay¨® el muro de Berl¨ªn y se derrumb¨® la Uni¨®n Sovi¨¦tica, decretaron 'el fin de la historia' y volvieron a sus viejos instintos aislacionistas. '?Qu¨¦ absurdos y pat¨¦ticos parecen ahora los esc¨¢ndalos nacionales en torno a O. J. Simpson y a M¨®nica Lewinsky!', apunt¨® hace unos d¨ªas David Halberstam, uno de los m¨¢s agudos observadores autocr¨ªticos de la vida norteamericana, agregando que pod¨ªan haber empleado esos recursos, ese tiempo, ese esfuerzo en estudiar y conocer al mundo isl¨¢mico.
No hay un Clausewitz para el terrorismo, menos a¨²n si lo impulsa el odio teol¨®gico. Por su dimensi¨®n y naturaleza parece tan dif¨ªcil de erradicar como el narcotr¨¢fico (y quiz¨¢ m¨¢s, porque ¨¦ste se abatir¨ªa con la legalizaci¨®n). La otra galaxia, la galaxia occidental, tiene recursos y fuerza para desmontar paulatinamente la bomba hist¨®rica. Los Estados Unidos pueden continuar fortaleciendo alianzas con sus antiguos adversarios (sobre todo Rusia, pero tambi¨¦n China) que enfrentan, en diversa medida, el mismo desaf¨ªo; pueden tender puentes de apoyo y convivencia (no s¨®lo militares y pol¨ªticos, sino econ¨®micos y culturales) con los pa¨ªses ¨¢rabes moderados; deben cuidar a su poblaci¨®n isl¨¢mica interna, y pueden -punto crucial- presionar para un arreglo definitivo del conflicto palestino-israel¨ª. Esa salida pol¨ªtica y diplom¨¢tica ser¨¢, a la larga, la opci¨®n inteligente y sensata. A las tropas en Afganist¨¢n, en cambio, les espera quiz¨¢ una guerra atroz -aunque, a mi juicio, inevitable-, como bien saben tanto los sovi¨¦ticos como los ingleses. Y en la expedici¨®n punitiva contra Bin Laden podr¨ªa ocurrirles lo que al general Pershing, que encabez¨® la expedici¨®n punitiva de Estados Unidos para atrapar en 1916 a Pancho Villa (quien hab¨ªa atacado el pueblo norteamericano de Columbus matando a decenas de civiles); se escond¨ªa en las inaccesibles cuevas del desierto en el norte mexicano. 'El fugitivo est¨¢ en todas partes y en ninguna', dec¨ªan los partes de guerra. Jam¨¢s lo encontraron.
Enrique Krauze es historiador mexicano y director de la revista Letras Libres.
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