Perros
La historia lleva siglos d¨¢ndole la raz¨®n a ese ingl¨¦s pesimista llamado Thomas Hobbes. Nadie ha podido desdecir cabalmente su afirmaci¨®n de que el hombre es un lobo para el hombre. Lo podemos comprobar cada guerra, que es siempre la ante¨²ltima. Hace falta ser un perfecto idiota o un excelso poeta como Jorge Guill¨¦n para afirmar que todo en el aire es p¨¢jaro y quedarse tan ancho, mientras los cazabombarderos ensombrecen el cielo. En Bosnia la casquer¨ªa humana se clasificaba igual que la basura: en un contenedor los higadillos y en el otro los ojos y en el de m¨¢s all¨¢ las manos y los pies. Ahora en Afganist¨¢n ser¨¢ lo mismo. Veremos que es lo mismo, aunque la gran censura de las televisiones nos sirva un escenario sin figuras, sin vivos y sin muertos.
Pero no es necesario ir a la guerra para corroborar la condici¨®n lobuna del g¨¦nero humano. El hombre es un lobo para el hombre y, por el mismo precio, un lobo para el perro. Abusamos de mala manera de los sufridos canes. Adem¨¢s de abandonarlos en cualquier cuneta cuando llega el verano, los explotamos laboralmente de modo dickensiano. Queremos que trabajen como negros y somos sus negreros. La ¨²ltima moda, al parecer, es convertir al perro en chivo expiatorio. Echarle la culpa al perro cada vez que metemos la pata. Que el culpable, en vez del mayordomo, sea el perro. Que el perro cargue con el muerto o, como hace una semana, con la explosi¨®n del coche bomba colocado por ETA en Madrid para conmemorar a su manera el d¨ªa de la Hispanidad.
Afortunadamente, los sindicatos del Cuerpo Nacional de Polic¨ªa han exculpado a sus cuadr¨²pedos auxiliares. Denuncian la sobrecarga de trabajo a la que se ven sometidos los perros adiestrados que utilizan para la detecci¨®n de explosivos. Los animales, dicen, 'tienen que ser muy bien tratados y no utilizados para otro tipo de funciones, como se est¨¢ haciendo en la actualidad'. En esas condiciones no es raro que los perros explotados dejasen explotar el coche bomba de los terroristas. Nuestros perros-obreros -laboriosos pastores alemanes, tozudos labradores, sabuesos incansables- carecen de derechos. Ni siquiera les es dado leer aquel hermoso libro del poeta Cesare Pavese titulado Lavorare stanca. Nunca podr¨¢n tampoco darse el gusto de acercarse a El derecho a la pereza del gran Pablo Lafargue.
Lo peor es que hay bastantes, demasiadas personas, que al d¨ªa de hoy trabajan como perros. Hay demasiados conductores de autobuses o trenes que trabajan much¨ªsimas m¨¢s horas de las recomendables. Hace falta que se estrelle o despe?e un autob¨²s cargado de escolares o turistas para que, al menos durante una semana, hablemos de estas cosas. Cada nueve d¨ªas laborables, seg¨²n un informe presentado a principios de a?o por el sindicato UGT, muere un trabajador de la construcci¨®n en el Pa¨ªs Vasco. Caen como moscas y ni siquiera ladran.
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