Peor que el ¨¢ntrax
Las restricciones pol¨ªticas, la intervenci¨®n judicial y el poder econ¨®mico y social se han combinado a lo largo de nuestra historia para hacer de la idea revolucionaria estadounidense de una ciudadan¨ªa culta e ilustrada un ideal lejano. La guerra de Afganist¨¢n ha alejado a¨²n m¨¢s este ideal.
?Est¨¢ dici¨¦ndonos la verdad el Gobierno acerca de las dimensiones pol¨ªticas y militares de la guerra? La Casa Blanca, animada por un Congreso pasivo y reacio a utilizar sus amplios poderes, no ha dicho cu¨¢les son sus objetivos. La guerra es un reality show de televisi¨®n y la opini¨®n p¨²blica ha sido relegada a la categor¨ªa de audiencia. Las realidades son muy dolorosas: el ataque del 11 de septiembre y, por supuesto, la oscura amenaza del bioterrorismo. Si exceptuamos las llamadas, cada d¨ªa m¨¢s estridentes, a la unidad nacional y las referencias a las exigencias de esa 'seguridad nacional' que es obviamente incapaz de proporcionar, el Gobierno ha actuado como si no tuvi¨¦ramos ning¨²n derecho a saber y muy poco a hablar.
La prensa que piensa de s¨ª misma que es libre es en realidad un gigantesco ministerio de propaganda
El presidente est¨¢ obsesionado por controlar el flujo de informaci¨®n. Ha intentado excluir al Congreso de la informaci¨®n que necesita para hacer juicios independientes de su actuaci¨®n. Su equipo ha pedido a los medios de comunicaci¨®n que le consulten antes de transmitir declaraciones de Bin Laden. Los propietarios de las cadenas de televisi¨®n, en cuyo diccionario no entra la palabra 'censura', se apresuran a acatarlo. Cualquier peque?a brizna de honor que quede en el periodismo estadounidense ha sido conservada por el nuevo director del diario The New York Times, Howell Raines, que le dijo a la Casa Blanca que la responsabilidad de su peri¨®dico era para con los lectores. Raines sin duda recordaba que en 1961 el Times accedi¨® a la petici¨®n de John Kennedy de no publicar noticias de los preparativos para el desembarco en bah¨ªa Cochinos. Si se hubiera negado, la naci¨®n podr¨ªa haber tenido entonces lo que a¨²n sigue esperando 40 a?os m¨¢s tarde: un debate sobre nuestra pol¨ªtica con respecto a Cuba. Y en un intento grotesco de tener ¨¦xito donde fracas¨® Nixon, la Casa Blanca le pidi¨® a The Washington Post que suprimiera el reportaje de Woodward, el periodista del caso Watergate.
Ser¨ªa f¨¢cil excusar a los medios de comunicaci¨®n con razones b¨ªblicas ('Perd¨®nales porque no saben lo que hacen'). Sin embargo, la mayor¨ªa de nuestros directores y periodistas no son simplemente ignorantes: son conformistas y venales. Tal vez sus energ¨ªas cr¨ªticas quedaron exhaustas en sus luchas hom¨¦ricas contra los lances libidinosos de Clinton. Est¨¢n indefensos ante las dudas europeas sobre nuestra capacidad, la hostilidad musulmana hacia nuestro respaldo a Israel y la guerra contra Irak y los estragos de la globalizaci¨®n. No est¨¢ claro cu¨¢l es su caracter¨ªstica m¨¢s sobresaliente, si la complacencia o el provincianismo. La prensa que piensa de s¨ª misma que es libre es en realidad un gigantesco ministerio de propaganda, que recicla interminablemente las razones, cada vez m¨¢s huecas, con las que Estados Unidos se justifica a s¨ª mismo.
La opini¨®n p¨²blica, sin embargo, no est¨¢ ¨¢vida de utilizar su libertad. Completamente atemorizados, muchos de nuestros ciudadanos equiparan cuestionarse las cosas con deslealtad, si no con traici¨®n. Repiten como propias las banalidades que han o¨ªdo en televisi¨®n. El ciudadano ha dado paso al creyente, y las funciones del presidente se parecen m¨¢s cada d¨ªa no a las de un jefe de Estado electo, sino a las de un Pontifex Maximus de una iglesia monol¨ªtica. Aqu¨¦llos que tienen otras ideas, en periodismo, en las escuelas y en las universidades, se enfrentan a una Inquisici¨®n secularizada. Ya hemos pasado antes por episodios de este tipo, y las ideas de las que al principio se abomin¨® acabaron por triunfar. Sin embargo, el largo plazo es muy largo. En el corto, el autoritarismo estadounidense es una amenaza para nuestra salud nacional peor que la del ¨¢ntrax (carbunco).
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito de la Universidad de Georgetown.
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