Ezkioga, hoy
La pel¨ªcula de Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n Visionarios recupera un episodio olvidado de la Segunda Rep¨²blica: las supuestas apariciones de la Virgen en un pueblito guipuzcoano, Ezkioga. Al margen de sus valores cinematogr¨¢ficos, Visionarios enmarca adecuadamente la gestaci¨®n del milagro en un clima de violencia integrista que surge por rechazo de la laicizaci¨®n impuesta por el nuevo r¨¦gimen. Es entonces cuando se reproduce el mecanismo de F¨¢tima y unos chiquillos ponen en marcha el fen¨®meno, al proclamarse videntes y mencionar unos mensajes de la Virgen que expresar¨¢ claramente su toma de posici¨®n al presentarse como Dolorosa, con una espada que llega a atravesarle el coraz¨®n. A partir de ah¨ª entra en juego una compleja repercusi¨®n pol¨ªtico-social, y en la pel¨ªcula tambi¨¦n sentimental que seg¨²n los t¨ªtulos de cr¨¦dito hizo posible su realizaci¨®n, ya que se dice basada en el relato del enamorado de una de las videntes. Es dif¨ªcil pensar que Guti¨¦rrez Arag¨®n no haya contado tambi¨¦n con la consulta del espl¨¦ndido libro que sobre Ezkioga, y titulado tambi¨¦n Visionarios, public¨® el antrop¨®logo norteamericano William Christian. La referencia de ambos a la figura de Carmen Medina, protectora de los videntes, eso s¨ª, una aut¨¦ntica do?a Urraca en las fotos del libro, una se?ora relamida y mona en el filme, sugiere ese enlace.
Sorprende que en Visionarios la Segunda Rep¨²blica sea objeto de cierto maltrato, tal vez para exhibir una equidistancia a modo de signo de imparcialidad. No s¨®lo es la escena donde se ridiculiza la figura del gobernador republicano que encarcela a los videntes hasta que llegan los militares sublevados, cosa tan incierta como los supuestos sucesos rese?ados en el filme del 13 de mayo de 1936. La primera aparici¨®n de la Virgen no es de 1932, siendo rese?ada el 29 de junio de 1931, al d¨ªa siguiente de celebrarse las elecciones para las Cortes Constituyentes de la Rep¨²blica. Era la entrada en combate de la Dolorosa contra la democracia republicana, y no hubiera sido in¨²til recordarlo, fij¨¢ndose de paso en el contexto de la vida religioso-pol¨ªtica en el Pa¨ªs Vasco rural de cuyo interior surge el contenido de los mensajes de futura guerra victoriosa de los creyentes, auxiliados c¨®mo no por las armas celestiales, contra los no-cat¨®licos.
No en vano los principales defensores de las apariciones fueron los integristas guipuzcoanos, los mismos que desde La Constancia se opondr¨¢n al Estatuto, declar¨¢ndolo ateo porque en su articulado no figuraba la palabra 'Dios'. Frente a la leyenda rosa que presenta al PNV como aliado de la Rep¨²blica, lo cierto es que en el primer bienio su actitud antirrepublicana coincidi¨® muchas veces con los carlistas, y no s¨®lo en palabras, sino tambi¨¦n en actos de violencia contra las personas. Integristas, carlistas y nacionalistas, unidos entonces bajo el estandarte de la catolicidad, forjaron un microclima de guerra civil, basado en la exigencia de la expulsi¨®n, y si ello era necesario, del aniquilamiento del otro. Es lo que en Visionarios refleja el episodio, posiblemente tambi¨¦n forzado para Ezkioga, de las agresiones y luego de la muerte del maestro laico.
Las ideas y las etiquetas pol¨ªticas cambian y crean la apariencia de una transformaci¨®n irreversible del paisaje hist¨®rico, pero en las mentalidades prevalece la continuidad. En el fondo de los valores y de las actitudes de la izquierda abertzale sigue latiendo un rasgo fundamental del integrismo vasco: la intransigencia cerril propia de quien cree defender una causa sagrada, y est¨¢ por tanto dispuesto a aplicar al otro la receta de San Miguel. Igual que sucede en la umma del tradicionalismo isl¨¢mico, no hay hombres, sino creyentes y no-creyentes en la causa nacionalista. Aquellos que practican el crimen pol¨ªtico son los nuestros, los que merecen ser protegidos de los terribles riesgos que les acechan en la detenci¨®n dentro de un Estado de derecho, mientras que las v¨ªctimas, o son irrelevantes, o se convierten en culpables, y por tanto en dignas de ser eliminadas si se manifiestan como no creyentes. Nada tiene de extra?o que esa deshumanizaci¨®n radical se haya expresado mediante la declaraci¨®n conjunta de todos los nacionalistas en Azkoitia, lugar donde la semilla ilustrada del conde de Pe?aflorida qued¨® pronto sepultada bajo la hegemon¨ªa indiscutible del carlismo.
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