El sargento Trati
Con inesperada precisi¨®n sabemos que Barcelona fue bombardeada desde el aire a las 14.15 horas del d¨ªa 17 de marzo de 1938. Quien nos informa con tanta exactitud es un tal sargento Trati, que ha escrito estos datos en el reverso de una fotograf¨ªa tomada por una c¨¢mara autom¨¢tica desde el avi¨®n italiano -un Saboya SM-79- que, en aquel mismo instante, dejaba caer las bombas sobre la ciudad. Podemos conjeturar que Trati iba en el aparato y quiso dejar constancia de la acci¨®n (quiz¨¢ haza?a para ¨¦l). Con posterioridad, la fotograf¨ªa pas¨® por varias manos sucesivas y fue materia prima de exposiciones. Ahora cuelga en las paredes del Museo Nacional de Arte de Catalu?a (MNAC) en la exposici¨®n La guerra civil espa?ola.
Es una fotograf¨ªa desacostumbradamente limpia para la ¨¦poca. Frente al barroquismo de las escenas b¨¦licas es casi abstracta. Una nube blanca se eleva sobre la cuadr¨ªcula del Ensanche proyectando su sombra sobre varias manzanas de edificios. Es f¨¢cil adivinar que la columna de humo se apoya en un punto cercano a la Gran Via, quiz¨¢ la plaza de la Universitat o la misma plaza de Catalunya. Pero para quien no est¨¦ familiarizado con la red urbana de Barcelona la foto es tan di¨¢fana como un cuadro de Mondrian al que se hubiera pegado una bolita de algod¨®n.
La fotograf¨ªa nos informa meticulosamente del momento en que todo sucedi¨®. Sin embargo, si queremos saber lo que en realidad pas¨® a las 14.15 horas del d¨ªa 17 de marzo de 1938 debemos excavar en la imagen m¨¢s all¨¢ de la limpieza con que nos es presentada. Tal vez el sargento Trati (un buen hombre, posiblemente), de regreso a Italia, ense?aba la fotograf¨ªa como un inocuo trofeo. Es probable que esta fuera su verdad.
No obstante, para conocer la otra verdad nos es necesario sumergirnos en el subsuelo de la pulcra imagen, como si estuvi¨¦ramos en posesi¨®n del zoom que nos traslada desde las grandes perspectivas generales hasta los peque?os fragmentos de la existencia: entonces podremos vislumbrar los frutos aut¨¦nticos de la destrucci¨®n.
Poseemos en parte ese zoom inquietante cuando nos enfrentamos a las dem¨¢s fotograf¨ªas que acompa?an a la del bombardeo de Barcelona en la exposici¨®n del MNAC. En la inmensa mayor¨ªa de ellas la imagen casi geom¨¦trica se rompe en cien pedazos para ponernos frente a frente con el sufrimiento individual y la muerte concreta. Empezamos a intuir qu¨¦ hay tras el inocuo trofeo del sargento Trati: cad¨¢veres sobre el asfalto, rostros aterrorizados, casas calcinadas. Y qu¨¦ habr¨¢: largas filas de desterrados hacia rumbos imposibles.
El sargento Trati tuvo el oscuro privilegio de ser un pionero en el bombardeo de ciudades y, por tanto, de poblaciones civiles. Sus compa?eros alemanes fueron todav¨ªa m¨¢s demoledores en Guernica. Pronto empezar¨ªa la furia exterminadora de la II Guerra Mundial, con el arrasamiento sin precedentes de grandes ciudades: Stalingrado, Londres, Berl¨ªn.
Estos d¨ªas, a prop¨®sito de los bombardeos sobre Afganist¨¢n, he escuchado a algunos colegas norteamericanos del sargento Trati. Sobre todo estaban pendientes de la perfecci¨®n de sus m¨¢quinas, pero tambi¨¦n comentaban sus trofeos, infinitamente m¨¢s sofisticados que los de su predecesor italiano. Y asimismo m¨¢s abstractos: casi un blanco sobre blanco cruzado por fulgurantes procesiones de luci¨¦rnagas. Daban la impresi¨®n de ignorar completamente todos los detalles disimulados por la gran abstracci¨®n. Ninguno de los pilotos se refiri¨®, ni indirectamente, a la posibilidad de v¨ªctimas. Parec¨ªan ajenos a su propia funci¨®n destructora, ya que ¨¦sta se asignaba exclusivamente a los artefactos t¨¦cnicos. Resolv¨ªan las m¨¢quinas, no los hombres.
Adem¨¢s, sus declaraciones demostraban que apenas sufr¨ªan el compromiso psicol¨®gico del enfrentamiento guerrero puesto que este enfrentamiento, consecuente con una cierta igualdad de fuerzas, no exist¨ªa. No s¨¦ si el sargento Trati experiment¨® alg¨²n miedo ante las defensas antia¨¦reas de Barcelona, por d¨¦biles que ¨¦stas fueran. S¨ª lo sintieron, con seguridad, los aviadores que atacaron Stalingrado, Londres o Berl¨ªn. En estos escenarios se mataba, pero tambi¨¦n se mor¨ªa. Hace 10 a?os que desde el cielo de Afganist¨¢n, a¨²n m¨¢s radicalmente que desde el cielo de Trati, s¨®lo se mata. La falta de enfrentamiento real agudiza todav¨ªa m¨¢s la tentaci¨®n de disfrazar la destrucci¨®n con una escenograf¨ªa virtual.
En general, sin embargo, las percepciones que se han transmitido diariamente a todo el mundo no son muy distintas de las de los protagonistas directos, los pilotos norteamericanos. Casi oculta la herida concreta, la sangre individual, hemos asistido machaconamente a la reproducci¨®n de este blanco sobre blanco como pintura de un pa¨ªs espectral. Pero lo cierto es que tras estas im¨¢genes fulgurantemente abstractas, como tras la fotograf¨ªa del sargento Trati (o como tras la hecatombe terriblemente limpia de las Torres Gemelas), crece un universo de sombras.
Por camuflados y cristalinos que aparezcan, de esos d¨ªas aciagos puede decirse lo que escribi¨® Joseph Conrad en El alma del guerrero con respecto al paisaje posterior a la destrucci¨®n b¨¦lica: 'En mi vida he visto lo creado con un aspecto tan siniestro como aquel d¨ªa'.
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