La mujer en la cueva
Los artistas son los historiadores del secreto. Est¨¢ en su l¨®gica que toda narraci¨®n, toda representaci¨®n esc¨¦nica o pict¨®rica apunte a desvelar lo que la realidad recoge banalmente en su primera capa visible. Pero tambi¨¦n los m¨¢s grandes libros o pel¨ªculas son viajes de regreso al misterio, pues no se escribe para ayudar al mundo sino para ayudarnos en el mundo, y la mejor salvaci¨®n -o la ¨²nica- es explorar y fortalecer esa zona de incertidumbre, locura llevadera y deseo que nos hace seres imaginarios en una sociedad cada vez m¨¢s volcada a las cosas tangibles, fungibles y comestibles.
Estamos en guerra, aunque los espa?oles en realidad no lo sepamos a ciencia cierta, pues nada llega (o llega de o¨ªdas) al Parlamento, y nuestro m¨¢ximo dirigente, la esfinge maragata de la Moncloa, calla (y otorga a sus se?oritos). Estamos en guerra, en cualquier caso, y los aut¨¦nticos se?ores de la misma han declarado tambi¨¦n el secreto de Estado en sus fronteras, donde nunca se pone el sol. La imposici¨®n pol¨ªtica del secreto y sus prohibiciones aparejadas van de lo razonable a lo grotesco; bien est¨¢ que no se informe en los medios del nombre del almirante de la flota, pero ?por qu¨¦ la canci¨®n Imagine, de John Lennon, una meliflua balada hippy, no se puede radiar en Norteam¨¦rica? Entre los secretos razonables y los rid¨ªculos caben los peligrosos que, en la medida de nuestras pac¨ªficas fuerzas, habr¨ªa que combatir. Combatir o resistirse a esa voluntad del Gobierno estadounidense de manipular, oscurecer y silenciar en otros (la cadena de televisi¨®n Al Yazira, por ejemplo) lo que 'no es bueno para ¨¦l'. Si muchos de los pa¨ªses gobernados seg¨²n principios isl¨¢micos practican la censura como norma, nosotros, el mundo libre, tendr¨ªamos que distinguirnos por la libre informaci¨®n de todo lo que no esconda claves militares o estrat¨¦gicas. Yo no quiero saber d¨®nde almacena Bush las bombas ni los t¨¦rminos de su fisi¨®n nuclear. S¨®lo pretendo saber si (con lo inteligentes que son) caen a voleo, y cu¨¢nto tiempo y sobre cu¨¢ntas cabezas tan inocentes como las de las v¨ªctimas del 11 de septiembre seguir¨¢n cayendo. El misterio y la ambig¨¹edad, que tanto han servido a la historia del arte, suelen tener efectos letales en la historia pol¨ªtica del mundo.
Hace d¨ªas, el peri¨®dico Le Monde dedic¨® una p¨¢gina entera a revelar secretos de guerra. Otra guerra, la de Argelia, que la Francia democr¨¢tica luch¨® y perdi¨®, silenci¨® y ocult¨®. Le Monde contribuye, con estas nuevas revelaciones, al debate hace tiempo iniciado en la sociedad francesa sobre los grav¨ªsimos abusos y torturas que la raz¨®n de Estado y la urgencia de combatir el terrorismo del FLN tuvieron a bien permitir. La informaci¨®n que ahora se pone de manifiesto afecta a las mujeres argelinas masivamente violadas por los militares franceses con la benevolencia de sus superiores. Entre 1954 y 1962 la violaci¨®n en ciudades y sobre todo en el campo fue sistem¨¢tica, salvaje y muchas veces acabada con la muerte de las prisioneras. El n¨²mero de las v¨ªctimas est¨¢ por contarse, pero hay algunas voces aisladas que cuentan su historia. La que da pie a la p¨¢gina de Le Monde es la de Mohamed Garne, un destruido hombre de 41 a?os, 'franc¨¦s por crimen', quien, tras superar mentiras y tr¨¢gicos conflictos sobre su identidad, localiz¨® a su verdadera madre viviendo como troglodita cerca del cementerio de un pueblo monta?oso de Argelia. La mujer recibi¨® al intruso con un hacha de piedra, pero acab¨® reconoci¨¦ndole, y tiempo despu¨¦s, por la insistencia del hijo, cont¨® a los tribunales c¨®mo Mohamed era el fruto de una violaci¨®n sostenida y colectiva, que s¨®lo ces¨® cuando los soldados franceses la supieron encinta; de despedida, le calentaron el cuerpo con descargas el¨¦ctricas. Para vivir un poco menos apestada, esa mujer atribuy¨® el hijo ileg¨ªtimo a un argelino muerto en la guerra, y durante a?os se aferr¨® al secreto de esa falsificaci¨®n.
Es una simple historia de guerra. Saldr¨¢n m¨¢s, como han salido en Jap¨®n o en el Marruecos de las c¨¢rceles de Hassan II. Bin Laden y todos los que pretenden la destrucci¨®n citando al dios de la ira merecen castigo. Nosotros no. Y cuando digo nosotros digo todos los que queremos justicia pero no mentira. Un castigo que implique la crueldad, la falsedad y las espurias razones de Estado no nos salvar¨¢. Nos har¨¢ patriotas de la tonter¨ªa ¨²til.
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