Guerra, s¨ª, ?pero de qu¨¦ civilizaciones?
Con Huntington est¨¢ pasando lo mismo que con Fukuyama, que plantearon acertijos sugerentes para el futuro, plataformas para discutir y distraerse, sobre las que legi¨®n de periodistas, autores y allegados proclaman con ira digna de mejor causa que la historia no ha terminado y que las civilizaciones son cosa demasiado seria como para que alguien las confunda alegremente con aquel pelot¨®n de soldados que tan caro le resultaba a Spengler.
Y, puestos a sugerir, met¨¢fora m¨¢s apta que El choque de civilizaciones para evocar el enfrentamiento entre los Estados Unidos de George W. Bush y la escuela preparatoria de terroristas de Osama Bin Laden, puede ser La yihad contra McWorld, del polit¨®logo Benjamin Barber.
De un lado, las divisiones acorazadas de la mundializaci¨®n, el McWorld uniformizador y explotador que abarca desde la antropolog¨ªa vestimentaria hasta los sue?os en pantalla de televisi¨®n, encarnado para el integrismo isl¨¢mico por un presidente que se pirra por las petroleras y que cree que la ecolog¨ªa es un atentado al progreso; de otro, un saud¨ª que, imp¨¢vido, invoca la yihad, y no en su versi¨®n de a diario -esfuerzo, ascesis personal- sino, en la de lujo siniestro, para hacer la guerra a Dar el Gharb, la Casa de Occidente.
Aun en un mundo sin McWorld, existir¨ªa veros¨ªmilmente el terrorismo isl¨¢mico, lastrado de tanta frustraci¨®n hist¨®rica, pero ello no quita que el binladenismo sea tambi¨¦n una r¨¦plica a la mundializaci¨®n, y que, de no mediar ¨¦sta, el terror islamista tuviera hoy menos base. Pero lo notable de la pareja Yihad-McWorld -que existe al margen de la voluntad de los interesados porque muchos creen en ella- es que sus componentes se necesitan en su doble y ¨²nica asechanza contra pluralismo, diferencia, y Barber afirma que democracia.
Esa complicidad nace de que la Yihad se opone a este McWorld, pero no a una mundializaci¨®n que pudiera usar para sus propios fines, con lo que ambas fuerzas se encuentran y debaten en un terreno videol¨®gico com¨²n. La batalla de im¨¢genes -aun contando s¨®lo con la CNN y olvidando a la cadena ¨¢rabe de oposici¨®n Al Yasira- se libra en una arena m¨¢s neutral de lo que parece, donde no cabe dar la victoria occidental por descontada. A ello contribuyen episodios como el bombardeo nutritivo de Afganist¨¢n, que s¨®lo sirve para mejorar la dieta de los soldados talibanes.
M¨¢s all¨¢ de la complicidad est¨¢n la identidad y la intencionalidad. ?En qu¨¦ medida McWorld y Yihad son muestras autorizadas de sus mundos respectivos?
Y es imposible que nuestra principal representaci¨®n del islam sea este cejijunto Saladino de ocasi¨®n, como tampoco es aceptable que el musulm¨¢n medio, cliente potencial de la yihad, s¨®lo pueda surtirse en Occidente de los productos McWorld, porque, si as¨ª ocurre, es responsabilidad de los propios Gobiernos del islam. Y en cuanto a las intenciones, la Yihad no act¨²a s¨®lo ni quiz¨¢ prioritariamente contra Occidente.
Ni con una docena de onces de septiembre el binladenismo podr¨ªa aspirar a destruir el poder, no digamos ya la civilizaci¨®n, de Occidente, pero s¨ª, en cambio, puede atentar con posibilidades de ¨¦xito contra los reg¨ªmenes que considera traidores en su propio seno. Los dos m¨¢s desestabilizables son Arabia Saud¨ª y Pakist¨¢n, que se explican ante el mundo como expresiones de sociedades partidarias de un islam rigorista muy distinto a su comportamiento exterior: en casa, con Bin Laden, en la calle, con Estados Unidos; y todo ello sin olvidar a Egipto, Libia o Siria, donde se combate ferozmente, pero, por fortuna para el l¨ªder terrorista, sin ninguna democracia, el ultraislamismo asesino.
McWorld genera Yihad y el binladenismo ataca el popurr¨ª que hace de McWorld y Occidente tanto en la urna votiva de Wall Street como en la gangrena de su propia casa. Lo que hay, por tanto, es, primero, una guerra de Estados Unidos contra Afganist¨¢n, que, como ha se?alado William Pfaff, no es lo mismo que una guerra al terrorismo; y segundo, otra guerra de ese terrorismo contra lo que llama contaminaci¨®n de su cultura por enemigo interpuesto: Estados Unidos. Aquel aspergia Afganist¨¢n de bombas de escaso IQ, y ¨¦ste masacra la retaguardia de sus presuntas contradicciones en el World Trade Center de Nueva York.
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