La pureza invisible
No recuerdo novelas de verdadero fuste de las que pueda decirse que est¨¢n a favor de la tolerancia o en contra de la intolerancia, quiz¨¢ porque ¨¦sas son intenciones program¨¢ticas y la literatura se soporta mal como bander¨ªn de enganche. Pero s¨ª que existen novelas admirables en las que tanto uno como otro concepto impregnan el relato hasta el extremo de constituirse en su tejido mismo. De ¨¦stas si puedo hablar. Y, en primer lugar, me viene a la memoria aquella historia de 'un joven evangelista sure?o cuyo horror al pecado le lleva a predicar la Iglesia sin Cristo'. En este caso, estamos ante un asunto dram¨¢tico por excelencia: la intolerancia de un hombre para consigo mismo a favor de los dem¨¢s; una intolerancia que le lleva a predicar contra la idea de pecado que supone la muerte y redenci¨®n de un Cristo que, con su sacrificio, pretendi¨® salvar a la Humanidad del pecado original. Lo que hay tras su esfuerzo es esa b¨²squeda de la pureza, tras la que siempre se encuentra la inmolaci¨®n, pero lo tragic¨®mico de esta situaci¨®n es que se trata de una lucha de la intransigencia contra la intransigencia. La novela, admirable por todos los conceptos, es Sangre sabia, de Flannery O'Connor.
Ralph Ellison es el autor de un libro memorable: El hombre invisible (Lumen). Si lo traigo aqu¨ª es porque pocas veces la intolerancia ha tenido tal presencia en una historia como la tiene en ¨¦sta. Y el caso es que se trata de un hombre que intenta explicarse con toda paciencia, es decir, cuya actitud es la de un resistente que busca entender y hacerse entender. Ellison confiesa que cuando hall¨® la idea de la invisibilidad y se atrevi¨® a apoyarse en Memorias del subsuelo (Juventud), de Dostoievski, la novela encontr¨® su camino. Es un hombre que contempla el mundo mientras nadie le ve porque es negro. Esta imagen, admirablemente construida a lo largo de toda la novela, se convierte en un s¨ªmbolo que atraviesa toda una vida. 'Soy tan s¨®lo un ser invisible, sin sustancia, soy tan s¨®lo una voz. ?Pod¨ªa hacer algo m¨¢s que contaros lo que verdaderamente ocurr¨ªa cuando vuestros ojos me miraban sin verme?'.
La presencia de la intolerancia tambi¨¦n puede tener cabida en la memoria de un observador. ?ste ser¨ªa el caso de la novela de Giorgio Bassani El jard¨ªn de los Finzi-Contini (Planeta), un relato que se abre y se cierra con el tr¨¢gico final de esta familia jud¨ªa de Ferrara. La potencia dram¨¢tica del libro -y su alegato impl¨ªcito contra la violencia intolerante- est¨¢ justamente en el impacto profundo que una familia deja en la memoria y en la conciencia del narrador, que es quien la traslada al lector, pues la reviviscencia de su relaci¨®n con la familia Finzi-Contini va arrojando, de modo casi imperceptible, pero inexcusable, la sombra de la intolerancia a trav¨¦s de la melanc¨®lica desolaci¨®n que paso a paso va invadiendo el relato.
Y si la anterior referencia puede parecer demasiado sutil, me atrever¨ªa a insistir con un libro sobre la tolerancia de la vida respecto de los grupos humanos. ?ste ser¨ªa el caso de un relato mestizo como Microcosmos (Anagrama), de Claudio Magris, donde la elecci¨®n de un territorio peque?o atravesado por una mirada capaz de hilar tantos grupos de gentes dis¨ªmiles y cercanas a la vez -una mirada que es, en s¨ª misma, una mirada receptiva y activa- opera tambi¨¦n de manera consistente como una mirada de tolerancia hacia la dignidad de los dem¨¢s, hacia la dignidad de la vida. De Trieste dice Magris que 'coexisten en contacto, codo con codo, irredentismo y fidelidad habsb¨²rgica, patriotismo italiano y apellidos alemanes y eslavos, Apolo y Mercurio'. Del mismo modo, Microcosmos es un libro donde el otro, e incluso 'lo otro' -las cosas- existen, son percibidas y reconocidas por los ojos y la vida de los dem¨¢s. ?se es el caldo de cultivo de sus mil historias.
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