Los parados de las Torres
Centenares de trabajadores de las Gemelas viven a¨²n de la caridad privada
'Vuelva usted ma?ana'. La voluntaria de Safe Horizons es como un muro. Le dice a Tony que se le ha pasado el turno, que lo siente mucho, que lo entienda, que son las ocho de la tarde, que no puede hacer nada y que lo intente al d¨ªa siguiente. Tony lleva toda la tarde en el muelle 94, yendo y viniendo entre los distintos mostradores de las organizaciones caritativas que reparten ayuda y fondos a las v¨ªctimas de los atentados. Nada est¨¢ centralizado. Nadie le ha dicho c¨®mo puede conseguir su peque?a parte de los m¨¢s de 1.000 millones de d¨®lares (185.000 millones de pesetas) recaudados para los damnificados del 11 de septiembre, y de los que, por ahora, s¨®lo se ha distribuido una d¨¦cima parte.
El caso de Tony es relativamente sencillo. Es peruano, tiene 21 a?os y trabajaba de pinche en el Windows of the World, el restaurante del piso 107 de la torre norte. Le tocaba el turno de las nueve de la ma?ana y se salv¨® porque aquel d¨ªa se le pegaron las s¨¢banas. Cuatro de sus mejores amigos no tuvieron esa suerte. Se ha quedado en paro y ahora debe pedir ayuda a esta voluntaria desagradable, con su tarjeta de identificaci¨®n verde que deslizaba todos los d¨ªas por los controles magn¨¦ticos del World Trade Center. 'Siempre guardar¨¦ esta tarjeta; era tan bello trabajar all¨ª'.
Puesto que no ha habido suerte en Safe Horizons, una asociaci¨®n privada que gestiona una gran parte de la asistencia humanitaria, Tony debe darse prisa en volver a la cola de la Cruz Roja para no perder su sitio. Por fin suena su n¨²mero, el 85. De algo habr¨¢n servido tantas horas de espera. Le atienden dos j¨®venes mucho m¨¢s simp¨¢ticos, pero incre¨ªblemente lentos. 'Deber¨¢ ser paciente con nosotros, es nuestro primer d¨ªa'. Uno de ellos lee detenidamente una hoja manuscrita fotocopiada con instrucciones sobre lo que debe preguntar.
En la mesa hay un par de galletas y unos corazoncitos de cartulina roja con garabatos infantiles, regalo de las escuelas locales. Tambi¨¦n cubren las cortinas azules que separan los cientos de tenderetes del muelle 94, un hangar interminable a orillas del r¨ªo Hudson donde se centraliz¨® la ayuda a los familiares de las v¨ªctimas en los primeros d¨ªas tras los atentados.
Los voluntarios tardar¨¢n casi una hora en decirle a Tony que pueden pagar su alquiler, pero s¨®lo si vuelve a primeros de mes. De vuelta al pasillo, Tony se cruza con otra voluntaria que le aconseja ir al Centro de Acci¨®n Pastoral Latino, en la otra punta de Manhattan, porque all¨ª dan dinero m¨¢s f¨¢cilmente. Antes deber¨¢ concertar una cita.
'As¨ª llevo m¨¢s de mes y medio', dice desesperado. Y como ¨¦l, miles de damnificados. Con la espera ha crecido el resentimiento y la frustraci¨®n. 'Yo nunca hubiera imaginado esto', dice Tony. 'Llevo d¨ªas pidiendo. Me han dado algo, pero tengo que volver a pasar de nuevo por lo mismo si necesito m¨¢s'. Ma?ana no le quedar¨¢ otro remedio que volver al muelle 94.
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