'Nadie merece la pena de muerte'
Aun siendo culpable, ninguna persona merece morir. 'Nadie merece ser condenado a muerte, haya hecho lo que haya hecho'. Lo dice el hombre que ha pasado 37 meses de sus casi 30 a?os de vida en el corredor de la muerte de la prisi¨®n de Starke, en el Estado de Florida (EE UU).
En enero de 1996, Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez es detenido como presunto autor de dos asesinatos. Un a?o despu¨¦s es declarado culpable de doble homicidio con premeditaci¨®n y sentenciado a morir en la silla el¨¦ctrica en un juicio plagado de errores judiciales. El hombre que un d¨ªa crey¨® en la pena de muerte fue declarado no culpable por el mismo juez que le conden¨® y puesto en libertad hace tan s¨®lo cinco meses. Le salv¨® su pasaporte espa?ol, un abogado de minuta astron¨®mica y la lucha de sus padres.
'Mientra me conduc¨ªan a Starke me acord¨¦ de mis ex amigos, de aquellos con los que iba de copas y de juerga y que ya me hab¨ªan olvidado, aquellos que siempre me dec¨ªan: 'Hazte ciudadano norteamericano, te dan el pasaporte enseguida'. Eran esas mismas personas las que tambi¨¦n me dec¨ªan: 'La pena de muerte funciona en este pa¨ªs'. Los mismos que a fuerza de hablarme de ese tema hicieron que yo tambi¨¦n creyera en la pena de muerte'.
Cuenta Mart¨ªnez que hay un antes y un despu¨¦s en su vida. La primera parte est¨¢ llena de vida. La segunda, de muerte. Tambi¨¦n cuenta Mart¨ªnez que hay errores en el sistema judicial de EE UU. Que hay malos tratos en sus c¨¢rceles. E inocentes. En el libro Memorias del corredor de la muerte (Grijalbo Mondadori), Mart¨ªnez relata muchos horrores vividos en muchos y largos d¨ªas durante m¨¢s de cinco a?os.
'Algunos de los presos acusados de atrocidades son inocentes. En la c¨¢rcel uno aprende a conocer mejor a los hombres, sin prejuicios. Si un delito no est¨¢ suficientemente probado, no se puede creer en todo lo que se diga en un juicio, pues hay suficiente corrupci¨®n en el sistema judicial como para aceptar sin pruebas las afirmaciones de sus portavoces o representantes. A veces vale m¨¢s la palabra de un recluso que la de un juez. Eso lo viv¨ª yo, y lo s¨¦ de primera mano'.
Vuelve la vista atr¨¢s y se arrepiente de algunas cosas. El tiempo ha cambiado muchas de sus antiguas convicciones. Ahora desea dedicar su vida a la abolici¨®n de la pena de muerte. 'Por eso publico este libro. Para que la gente sepa la brutalidad que es la pena de muerte y conozca mi experiencia'.
En una ocasi¨®n vio Mart¨ªnez c¨®mo tra¨ªan al corredor a un se?or mayor, de 74 a?os. 'Era un nuevo ingreso y lo tra¨ªan por las escaleras a patada limpia y peg¨¢ndole con las porras. Sab¨ªamos que aquel viejo era un violador. O¨ª los gritos en la escalera, saqu¨¦ mi espejito de pl¨¢stico por los barrotes y vi a ese se?or, bajando la escalera, cay¨¦ndose. Ven¨ªan cinco vigilantes peg¨¢ndole escaleras abajo. Uno de ellos cogi¨® una silla de ruedas y le asest¨® un golpe en la espalda. Aquel viejo era un ser humano despreciable, pero era un anciano'. Hab¨ªa violado y matado a una ni?a, y anteriormente ya hab¨ªa sido condenado en Los ?ngeles por haberle cortado los brazos a una mujer tras haberla violado y haberla dado por muerta. 'Aun as¨ª, nadie merece ser condenado a muerte', sentencia Mart¨ªnez.
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