Los nietos de Gengis Kan
Los hazaras, la etnia m¨¢s castigada de Afganist¨¢n, piden no ser excluidos de la conferencia de paz de Bonn
Es un peque?o destacamento situado en las afueras de Kabul. Se nota inmediatamente, por sus rasgos mongoles, que son hazaras. Van bien uniformados y est¨¢n organizados. Pero tienen miedo. A unos 500 metros de su posici¨®n, en el destruido palacio del presidente Amin, hay 'unos hombres armados' y no han subido a comprobar qui¨¦nes son. Finalmente, lo hacen, para descubrir que son guerrilleros de Basir Salangee, el comandante de la Alianza del Norte encargado de la seguridad en el oeste de la capital afgana, pero nadie se hab¨ªa molestado en informarles de su presencia, a pesar de que esta zona est¨¢, en teor¨ªa, bajo su control y de que ellos tambi¨¦n forman parte de la Alianza. Hachim Sultan¨ª, el jefe, dice orgulloso que ahora son soldados del Gobierno y que los hazaras necesitan la paz m¨¢s que nadie, 'porque los talibanes asesinaron a mucha gente en Bamiy¨¢n y en Mazar-i-Sharif'.
'Los shi¨ªes y los sun¨ªes nos llevamos bien, pero los extranjeros que eran wahab¨ªes nos odiaban'
Los cinco soldados llevan dos a?os luchando y vienen de diferentes partes de Afganist¨¢n. 'En el Ej¨¦rcito no hay s¨®lo hazaras, sino miembros de todas las etnias', explica otro combatiente, Ahmed, que tambi¨¦n recuerda los sufrimientos de su pueblo, descendiente de las hordas mongolas de Gengis Kan y el ¨²nico de todos los de Afganist¨¢n que practica el islam shi¨ª, lo que le ha costado muchas veces el odio de las otras etnias. Representan a casi el 20% de la poblaci¨®n afgana y ahora temen quedar excluidos de las conversaciones que comienzan el lunes en Bonn y, por tanto, del Gobierno del pa¨ªs.
'Tenemos que participar en el futuro de Afganist¨¢n', asegura Hazami (prefiere ser identificado s¨®lo por su apellido), uno de los l¨ªderes del principal partido de los hazaras, Hezb-e-Wahdat. El escenario ha cambiado por completo: del puesto militar desolado al bullicioso barrio de Karti-si, el distrito hazara de la capital afgana, donde viven unas 30.000 familias. La gente de Hazami, un hombre de 37 a?os, bien vestido, que defiende con vigor sus argumentos pol¨ªticos, est¨¢ limpiando la antigua sede de su partido, que hab¨ªa sido ocupada por mercenarios chechenos de los talibanes, que en su huida arrasaron con todo. Aunque arranca con un discurso conciliador, este pol¨ªtico expone r¨¢pidamente las preocupaciones de la gente a la que representa. 'Lo primero que tenemos que hacer es que los hazaras no vuelvan a ser atacados. Tienen que vivir en libertad y en democracia, como todo el resto de los afganos. En el futuro de este pa¨ªs no tiene que haber ninguna diferencia entre las etnias', asegura, antes de lanzarse a exponer sus temores. 'No aceptaremos ninguna decisi¨®n que se tome en Alemania si no hay gente de los hazaras, y por ahora no nos han invitado'.
Sin embargo, Eric Falt, portavoz de las Naciones Unidas en Afganist¨¢n, asegur¨® a este peri¨®dico que s¨ª habr¨¢ representantes de todas las etnias de Afganist¨¢n, incluidos los hazaras, en Bonn. 'La Alianza del Norte tendr¨¢ una delegaci¨®n de 30 personas, y en ella estar¨¢n representadas tantas facciones como sea posible, los hazaras entre ellos. No ser¨¢ una Loya Jirga [asamblea tribal] que re¨²ne a todo el mundo, pero ser¨¢ una representaci¨®n muy amplia', dijo.
Las palabras de Hazami reflejan el principal problema al que se enfrenta el encuentro de Bonn: en Afganist¨¢n, cada partido, cada etnia, tiene diferentes facciones. Si ya ser¨¢ muy dif¨ªcil poner de acuerdo a los que se re¨²nan en Alemania, no hay que olvidar que, cuando vuelvan a casa, las negociaciones deber¨¢n continuar dentro de cada uno de los grupos. Lo que s¨ª confirma Hazami es que respetar¨¢n la figura del rey Zahir Shah.
En las bulliciosas y paup¨¦rrimas calles de Karti-si se habla menos de pol¨ªtica y m¨¢s de sufrimiento. El mercado, bien surtido, est¨¢ en el centro de un barrio de casas de adobe y callejuelas polvorientas por las que caminan ni?os descalzos, mujeres con burka y cientos de hazaras que, con sus rostros asi¨¢ticos, dan la sensaci¨®n de que el escenario es una ciudad china. 'Los talibanes nos robaban y nos pegaban. De vez en cuando desaparec¨ªa gente por la noche', dice Abdul Walid, un comerciante analfabeto. Frente a una peque?a tienda mugrienta en la que ponen una pel¨ªcula india titulada Champion, ante un aforo que se entusiasma con los tiros y las chicas, Sultan Saefi, de 45 a?os, dice estar parado, aunque va bien vestido y luce un precioso anillo de plata. Como casi todo el mundo en Kabul, se busca como puede la vida en las calles. Saefi, un hombre culto, tiene una explicaci¨®n para el odio. 'Los que nos persegu¨ªan eran los mercenarios. Los shi¨ªes y los sun¨ªes nos llevamos bien, pero los extranjeros eran wahab¨ªes y nos odiaban', asegura. Y luego relata las matanzas que sufri¨® el pueblo hazara en Kabul en 1993, en Mazar-i-Sharif y en Bamiy¨¢n (la ¨²ltima, hace una semana, cuando los talibanes abandonaron la ciudad).
Ahora, la gente s¨®lo quiere o¨ªr hablar de paz. 'D¨ªgale a la ONU que se acuerde de nosotros, que pasamos mucha hambre, que queremos que nuestros ni?os estudien, que queremos paz', afirma un viejecito llamado Has¨¢n, antes de seguir su camino en uno de los barrios m¨¢s pobres de Kabul.
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