La verdad y la guerra
En toda guerra, los bandos en liza saben que la informaci¨®n puede ser un arma m¨¢s efectiva que un ca?¨®n, y por eso tratan de controlarla. Las restricciones a los movimientos de los periodistas y la vigilancia sobre los mismos (disfrazada de protecci¨®n) constituyen el aspecto m¨¢s visible de esta batalla entre propaganda y objetividad. El efecto sobre lo que luego sale en letra impresa o por las pantallas de televisi¨®n puede ser demoledor.
Este conflicto se ilustra, por ejemplo, con la experiencia de los enviados de EL PA?S a las guerras de Afganist¨¢n. No se trata de mirarse el ombligo al calor de la muerte a¨²n fresca de un compa?ero, ni de poner de relieve los riesgos de un trabajo tan singular, sino de reflexionar sobre el efecto que las circunstancias en que se mueven los reporteros de guerra tienen sobre la informaci¨®n.
En la guerra del Golfo hab¨ªa que nutrirse de las cr¨®nicas de un 'pool', y con frecuencia estaban llenas de tachaduras de los censores norteamericanos
Desde que se cruza la frontera de Tayikist¨¢n, los reporteros est¨¢n en manos de la Alianza del Norte, que facilita la log¨ªstica y controla los movimientos
Periodistas casados y con hijos lloraban de impotencia por no haber conseguido el visado de los talibanes para viajar a su feudo de Kandahar
La guerra de Afganist¨¢n es una de tantas en las que se conjugan la impotencia por no poder llegar al coraz¨®n de la noticia, la frustraci¨®n por utilizar fuentes de segunda mano, la furia por los obst¨¢culos a superar y la dificultad de conseguir historias diferentes cuando centenares de compa?eros intentan hacer otro tanto.
Hay que estar dentro
?ngeles Espinosa, tras casi dos meses informando desde Pakist¨¢n, logr¨® llegar a Kabul desde Jalalabad, por la misma ruta en la que el enviado de El Mundo, Julio Fuentes, tres compa?eros de medios occidentales y un int¨¦rprete fueron v¨ªctimas de una emboscada mortal. Y marca la diferencia entre el ayer y el hoy: 'Al menos ahora estamos dentro y tenemos acceso a la gente que sufre directamente por este sinsentido. En las primeras semanas ve¨ªamos la guerra por televisi¨®n, y eso s¨ª que es peligroso, para nuestra credibilidad y para nuestros lectores'. Eso no le impide ser consciente de una paradoja: 'En un pa¨ªs sin tel¨¦fonos, cuanto m¨¢s te aproximas a la noticia, menos sabes de ella. El detalle est¨¢ al alcance; el panorama, no'. Peor a¨²n, 'la propaganda va incluida en el paquete'.
En situaciones l¨ªmite como las de esta guerra, ?ngeles piensa que lo verdaderamente dif¨ªcil es 'mantener la calma y el equilibrio, en el sentido profesional y en el personal. Todos llamamos a casa tras enviar la cr¨®nica'.
Francisco Peregil cuenta c¨®mo el lunes, el d¨ªa que murieronlos periodistas, vio a muchos informadores 'darse codazos' para obtener un visado con el que acceder a la ciudad m¨¢s peligrosa del pa¨ªs: Kandahar, capital de los talibanes. 'Qu¨¦ cosa m¨¢s extra?a tendr¨¢ esta profesi¨®n', a?ade, 'cuando hombres casados y con hijos lloran porque no pueden llegar a Kandahar'. Otros saltaban de alegr¨ªa porque hab¨ªan superado una carrera de obst¨¢culos, zancadillas, polvo y dinero'. La l¨®gica de esa tribu obliga a buscar la noticia all¨¢ donde est¨¦, y no a quedarse donde s¨®lo llegan los ecos.
'Uno llega a la guerra para informar', asegura Peregil, 'y aprende que m¨¢s que el olfato o la val¨ªa profesional, importa ir bien cargado de d¨®lares'. Como las grandes cadenas de televisi¨®n, cuyo productor se ocupa de la intendencia (tiendas de campa?a, generadores de electricidad, conductores, int¨¦rpretes...) y de pagar a periodistas locales que ponen precio a su agenda de contactos y a sus ideas. Los de medios m¨¢s humildes, a?ade, 'han de suplir con audacia y energ¨ªa lo que otros consiguen con mencionar su medio y abrir la cartera'.
Guillermo Altares, por su parte, explica las dificultades para informar sobre lo que ocurre en el frente norte, al que accedi¨® por la rep¨²blica ex sovi¨¦tica de Tayikist¨¢n. Un trayecto, por ahora s¨®lo de ida, que le ha hecho dar tambi¨¦n con sus huesos en Kabul.
'Desde que cruzan la frontera', afirma, 'los periodistas est¨¢n en manos de la Alianza del Norte, que expide acreditaciones, proporciona traductores y coches a precios prohibitivos y facilita permisos para ir a cualquier lugar o hacer un reportaje. Casi siempre es imposible verificar lo que dicen los comandantes. Hasta una semana despu¨¦s de la toma de Mazar-i-Sharif no llegaron all¨ª los primeros periodistas. Si una propuesta no les gusta, te dicen que el viaje no es seguro y no te dejan moverte. Para colmo, a causa de los campos de minas, antes de ir a un sitio, hay que hablar con la gente del pueblo y preguntar constantemente en la carretera a la gente de los burros'.
En Kabul, las cosas no van mejor, dice Altares. 'Para moverse hace falta una acreditaci¨®n del Ministerio de Exteriores que consiste en una fotocopia con el nombre del medio y del informador escritos a mano y una foto sujeta con un alfiler. En el hotel Intercontinental, un anuncio recuerda a los periodistas que deben comunicar todos sus movimientos. Pocos hacen caso'.
Esta guerra afgana tiene poco que ver con la iniciada en 1979 con la invasi¨®n sovi¨¦tica y que s¨®lo cambi¨® de formato cuando el Ej¨¦rcito Rojo abandon¨® el pa¨ªs rumiando una derrota humillante.
Georgina Higueras recuerda que, a finales de los ochenta, 'la ¨²nica forma de cubrir el conflicto era entrando de forma legal con las tropas sovi¨¦ticas, y bajo su control estricto, o de forma ilegal desde Pakist¨¢n, con el apoyo de los muyahidin de alguna de las siete guerrillas isl¨¢micas de la alianza anticomunista'. 'La informaci¨®n recibida', asegura, 'era totalmente sesgada. Con suerte, pod¨ªas ver una bater¨ªa antia¨¦rea en el recodo de una monta?a, o vislumbrar los arrabales de Jalalabad o alguna otra ciudad controlada por el r¨¦gimen comunista. Lo suficiente para volver a Peshawar, pasados un par de d¨ªas, cargada de adrenalina, para escribir tu reportaje, al que dabas contexto gracias a la BBC, que ten¨ªa toda una red de colaboradores locales'.
Al otro lado, la situaci¨®n no era mejor. 'Cuando se retiraron los sovi¨¦ticos', se?ala Higueras, 'obtuve un visado para viajar a Kabul, donde el r¨¦gimen prosovi¨¦tico facilitaba una informaci¨®n tan sesgada como la de la guerrilla. Tambi¨¦n all¨ª iba pegada a la BBC. Los periodistas est¨¢bamos atrincherados en un hotel peleando por el ¨²nico t¨¦lex en toda la ciudad. No hab¨ªa lujos como los tel¨¦fonos v¨ªa sat¨¦lite'. Pero entonces, como ahora, el conflicto era el mismo: unos quer¨ªan informar; otros, controlar la informaci¨®n.
Periodismo virtual o bajo control
LA GUERRA DEL GOLFO (1991) ofreci¨® ejemplos clamorosos de periodismo virtual. Juan Jes¨²s Azn¨¢rez, hoy corresponsal en Centroam¨¦rica, fue uno de los primeros en entrar en la reconquistada capital de Kuwait. Se liber¨® as¨ª de la pesada carga de frustraci¨®n acumulada en Arabia Saud¨ª, cuando depend¨ªa de las cr¨®nicas de un pool cerrado a los simples mortales. 'No hab¨ªa manera', dice, 'de contrastar lo que contaban los elegidos'. Para colmo, muchas cr¨®nicas 'presentaban tachaduras y p¨¢rrafos cortados por los censores castrenses'. S¨®lo se consum¨ªa, a?ade, 'el men¨² preparado por Washington'. Enric Gonz¨¢lez, actual corresponsal en Washington, estuvo tambi¨¦n en Dahran y recuerda que 'algo aproximado a la verdad s¨®lo se supo cuando los enviados llegaron a Kuwait e Irak y constataron que el cuarto ej¨¦rcito del mundo era una banda de infelices que se rend¨ªan a la prensa y ped¨ªan comida. La Guardia Republicana, lo ¨²nico parecido a un aut¨¦ntido ej¨¦rcito iraqu¨ª, no se hab¨ªa expuesto a los bombardeos'. En cuanto a la informaci¨®n sobre la guerra, se limitaba a los briefings de los militares... que pod¨ªan seguirse desde cualquier lugar del mundo a trav¨¦s de la CNN. En el largo conflicto de los Balcanes ha habido de todo. Jos¨¦ Comas, corresponsal para Europa del Este, cubri¨® desde Belgrado una fase decisiva, la que en 1999 precipit¨® la ca¨ªda del r¨¦gimen de Belgrado tras la limpieza ¨¦tnica en Kosovo y los masivos bombardeos de la OTAN. 'Los serbios', recuerda, 'decretaron la expulsi¨®n de los enviados de pa¨ªses de la OTAN, pero Julio Fuentes y yo ignoramos la orden'. Comas se?ala que 'no hubo censura para prensa escrita' (s¨ª para televisi¨®n) y que 'funcionaban los tel¨¦fonos m¨®viles'. Se produjeron expulsiones 'de forma selectiva', a veces por moverse por zonas prohibidas. 'El centro de prensa militar daba los permisos para salir de Belgrado y organizaba visitas controladas'. La presencia de prensa 'favorec¨ªa a Milosevic. No se pod¨ªa viajar a la escena de las matanzas en Kosovo, pero hab¨ªa informaci¨®n accesible sobre los da?os colaterales de los bombardeos. Para indignaci¨®n de la OTAN'.
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