El olor de la gasolina
De peque?o hab¨ªa o¨ªdo hablar muchas veces de la Sierra de Madrid. Algunos de mis compa?eros la conoc¨ªan, y la gente con dinero presum¨ªa de tener una casa en Cercedilla. Yo guardaba frente a estos comentarios la perplejidad muda de los ni?os cuando no entienden una cosa. Una sierra era una herramienta de trabajo. En casa hab¨ªa dos, una para la madera y otra para el hierro. Aprend¨ª a serrar pronto, pues en aquella ¨¦poca hac¨ªamos mucho bricolaje, aunque entonces no se llamaba as¨ª. No se llamaba de ning¨²n modo. Si hab¨ªa que arreglar una puerta, cog¨ªas la sierra, cortabas por lo sano y punto. Un d¨ªa mi padre se compr¨® una Vespa. Yo no tard¨¦ en descubrirle el tap¨®n del dep¨®sito de la gasolina, que se encontraba debajo del asiento. Se parec¨ªa a los tapones de las botellas de gaseosa, s¨®lo que al abrirlo sal¨ªa un olor que a m¨ª me volv¨ªa loco. Entonces no sab¨ªa que ten¨ªa propiedades estupefacientes. Todav¨ªa no estoy seguro. En cualquier caso, conmigo operaba de ese modo.
En el verano, despu¨¦s de comer, cuando mis padres se echaban la siesta, yo sal¨ªa al patio donde estaba aparcada la Vespa y asomaba las narices al dep¨®sito. Pod¨ªa estar horas absorbiendo aquellos efluvios que pon¨ªan mi imaginaci¨®n a cien. No era raro que bajo sus efectos imaginara que ten¨ªamos una casa en la Sierra en lugar de dos sierras en casa.
Por alguna raz¨®n que ahora no recuerdo, un d¨ªa nos quedamos solos mi padre y yo. Deb¨ªa de ser julio o agosto. Yo acababa de darme una dosis de gasolina y estaba en el sof¨¢, con los ojos cerrados, presa de una enso?aci¨®n. Entonces apareci¨® mi padre y dijo:
-Nos vamos a la Sierra.
-?Qu¨¦?
-Que nos vamos a la sierra t¨² y yo ahora mismo, a pasar la tarde.
Dicho y hecho. Nos montamos en la moto y despu¨¦s de una hora o as¨ª el paisaje dio un brusco cambio y se convirti¨® en un decorado. Mi padre me pase¨® por aquel escenario gigantesco, donde hab¨ªa una roca terrible y lejana, llamada La mujer muerta, y me invit¨® a una Coca-Cola, que en Espa?a acababa de ser comercializada. Luego, cuando empez¨® a atardecer, iniciamos el regreso. En esto, mi padre detuvo la moto en la cuneta y me pidi¨® que me fijara en la luz.
-F¨ªjate en esta luz. Ahora mismo no es de d¨ªa ni de noche. ?ste es el momento de mayor incertidumbre del d¨ªa. Puede pasar cualquier cosa.
Nos quedamos quietos, en silencio, conteniendo la respiraci¨®n, pero no ocurri¨® nada. El sol cay¨® unos metros m¨¢s y el atardecer se convirti¨® en noche pura y dura.
-Ya ha pasado el peligro -dijo mi padre-. Vamos.
Dio una patada al pedal de arranque, rugi¨® el motor de la Vespa y cuando ya est¨¢bamos a punto de montarnos a?adi¨®:
-Dentro de muchos a?os, cuando t¨² seas una persona mayor y yo ya no est¨¦ entre vosotros, tendr¨¢s tu propio coche y pasar¨¢s por este paisaje m¨¢s de una vez. Es posible que en alguna ocasi¨®n pases a esta misma hora y recuerdes este d¨ªa en el que t¨² y yo vinimos juntos a la Sierra. Si es as¨ª, det¨¦n el autom¨®vil un instante y permanece atento a lo que sucede en el aire: si ves pasar un p¨¢jaro negro, ese p¨¢jaro negro ser¨¦ yo.
Me qued¨¦ impresionado con el suceso, que en mi memoria qued¨® asociado a las fantas¨ªas provocadas por el olor de la gasolina. Mi padre hab¨ªa dicho: 'Este es el momento de mayor incertidumbre del d¨ªa'. No s¨¦ si fue la primera vez que o¨ª esta palabra, incertidumbre, pero fue la primera vez que me estremeci¨®. Su sabor es id¨¦ntico al de esa hora en la que la tarde no es carne ni pescado y puede sucederte cualquier cosa. Su compa?era, certidumbre, no es mucho m¨¢s tranquilizadora.
Olvid¨¦ la historia. Pero hace poco regresaba del norte de Espa?a en coche y pas¨¦ por la Sierra justo en el momento en el que la tarde parec¨ªa dudar entre resistir o entregarse a las fuerzas de la noche. Pod¨ªa, en efecto, suceder cualquier cosa. Detuve el autom¨®vil en el arc¨¦n y sal¨ª a la carretera con los pelos de punta. Hab¨ªa un silencio que deb¨ªa de ser el silencio que precedi¨® a los segundos anteriores a la Creaci¨®n. Entonces, algo se movi¨® a mi izquierda y de repente un p¨¢jaro negro atraves¨® la carretera y se perdi¨® en la oscuridad, que parec¨ªa avanzar desde el horizonte. Entr¨¦ en el coche y llor¨¦ como no hab¨ªa llorado cuando muri¨® mi padre. Esta historia es falsa del principio al fin, pero habr¨ªa sido hermoso que sucediera.
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