Soldados y periodistas
Quiz¨¢s no haya mejor demostraci¨®n de las virtudes que ofrecen las sociedades abiertas, con relaci¨®n a las asfixiantes, a las totalitarias, que el extra?o saldo que ha ofrecido (u ofrece hasta el momento) la guerra de Afganist¨¢n. Del lado, por decirlo de alg¨²n modo, occidental, han ca¨ªdo al menos siete periodistas, mientras que las muertes reconocidas de soldados aliados son m¨¢s bajas que las de informadores.
Se subraya, cada vez con mayor convicci¨®n, el car¨¢cter inferior de las tropas occidentales con relaci¨®n a las aguerridas milicias del Tercer Mundo. Es cierto que la tecnolog¨ªa est¨¢ en manos de los pa¨ªses ricos, pero hay un elemento decisivo en su contra: Occidente ha alcanzado unos niveles de prosperidad colectiva que nunca ha conocido la humanidad a lo largo de la historia. Por decirlo de otro modo, los soldados occidentales, muriendo en combate, tienen mucho m¨¢s que perder que sus valerosos, pero pobres, adversarios.
Las guerrillas, los desarrapados ej¨¦rcitos de los pa¨ªses pobres, est¨¢n formados por hombres sin acceso a la cultura y acostumbrados, en muchos casos, a condiciones de vida miserables. A menudo han padecido largas d¨¦cadas de conflictos enquistados, de modo que la guerra (y la muerte) forman parte de su modo de vivir. Esta cruel diferenciaci¨®n se evidencia en la fuerte presi¨®n que ejerce la opini¨®n p¨²blica de los pa¨ªses ricos con relaci¨®n a la seguridad de sus soldados, la sensibilidad y el desconcierto con que reciben las bajas. Incluso en Estados Unidos, cuya condici¨®n de imperio planetario s¨®lo puede explicarse, entre otras razones, por su capacidad para aceptar bajas propias (algo ya impensable en los pa¨ªses europeos, salvo quiz¨¢s en Gran Breta?a) los presidentes miran al detalle las encuestas de opini¨®n, en previsi¨®n de que, ante un n¨²mero creciente de soldados muertos, el apoyo popular a su pol¨ªtica merme ostensiblemente.
El exquisito cuidado con que el ej¨¦rcito estadounidense emprende sus ¨²ltimas guerras, buscando minimizar las bajas propias, refleja ese estado de ¨¢nimo que puede explicarse, de forma noble, por la sensibilidad de su ciudadan¨ªa ante el siempre objetable hecho militar y el escaso ¨ªmpetu b¨¦lico que recorre a las sociedades desarrolladas, pero que tambi¨¦n puede interpretarse, de forma bastante real, a partir de la siguiente certidumbre: en las pr¨®speras sociedades occidentales, incluso los soldados y sus familias cuentan con un apreciable nivel de vida. La muerte, que moralmente siempre es igual de tr¨¢gica, resulta socialmente m¨¢s dif¨ªcil de aceptar cuando el bienestar y la cultura han dado a la existencia todo el valor que merece.
No deja de ser parad¨®jico que, en esas condiciones, cuando los ej¨¦rcitos occidentales muestran un cuidado extremo en evitar sus bajas e incluso existen ya aviones teledirigidos que se lanzan al combate sin tripulaci¨®n, Occidente haya entregado en esta guerra a m¨¢s periodistas que soldados. Lo inaceptable que hoy resulta la muerte de soldados se convierte en resignada aceptaci¨®n de la muerte de reporteros. Todav¨ªa m¨¢s: si se deniega a los soldados la heroicidad (incluso aunque la practiquen, muy posiblemente no despiertan ya una especial admiraci¨®n en la esc¨¦ptica sociedad postindustrial), la heroicidad se acepta y se reconoce en el periodista, cuando haciendo su trabajo acaba ante una patrulla de individuos armados que, por causas a menudo banales, decide acribillarlo.
Es parad¨®jico que el riesgo, el hero¨ªsmo y, desde Afganist¨¢n, la muerte real haya pasado, desde la perspectiva occidental, del soldado al periodista. Pero al mismo tiempo no deja de ser, en cierto modo, un reflejo de las virtudes que recorren a las sociedades libres frente a las dictatoriales. El soldado, esa figura relativamente menospreciada, ha dejado paso en la legendaria consideraci¨®n social al periodista, porque nuestras sociedades ya no admiran tanto el ansia de conquista como la capacidad de ofrecer informaci¨®n veraz, de proporcionar datos objetivos, de ayudarnos a entender, con imparcialidad, los arduos conflictos de nuestro tiempo.
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