La dignidad del hoplita
Como Arouna, tambi¨¦n yo contempl¨¦ los bancales y regad¨ªos en compa?¨ªa de Miguel, sierra de G¨¢dor arriba hacia la Alpujarra almeriense. Y fui testigo de un deslumbramiento. A m¨ª me maravillaban el paisaje, las casas blancas, los techos de launa, la luz. A Miguel, todo eso, s¨ª, pero sobre todo el trabajo, que me lo mostraba no como a Arouna, para que comprendiera el valor del trabajo en la cultura a la que se acog¨ªa, sino para darme un testimonio de s¨ª mismo. Dos talantes -el suyo, el m¨ªo- distintos, dos formas de caminar por la luz y de prestarle a ¨¦sta el ¨¢ngulo del pensamiento apropiado, propio de cada uno. Del deslumbramiento de Mikel Azurmendi queda constancia en su libro reci¨¦n publicado Estampas de El Ejido.Del m¨ªo quedar¨¢ un testimonio m¨¢s modesto en estas l¨ªneas, en las que la luz y el libro y la presencia de Miguel no dejar¨¢n de entretejerse.
Para entonces, el libro estaba ya escrito. Yo lo hab¨ªa ido recibiendo, cap¨ªtulo a cap¨ªtulo, como si fueran cartas, desde un exilio oscuro que se te?¨ªa de luz y de entusiasmo en aquellas p¨¢ginas. Notaba que Miguel hab¨ªa ba?ado los pies en su fuente, que su extraordinaria sensibilidad para el mundo campesino hab¨ªa topado con su ra¨ªz exiliada, la ra¨ªz en su exilio, la felicidad de la tierra tras el desenga?o con su tierra. "Las plantas", dice en alg¨²n lugar de su libro, "son como ciegas inanimadas a las que el sol pone ojos para que, autom¨¢ticamente, echen a andar". Y algo de esto parec¨ªa haberle ocurrido a ¨¦l, a quien el sol no le pon¨ªa los ojos, sino que se los abr¨ªa, se los devolv¨ªa. La mirada, su mirada, que ¨¦l la quer¨ªa virgen para enfrentarse a la realidad conflictiva del campo de Dal¨ªas, aprend¨ªa desde s¨ª misma y descubr¨ªa a quienes todos parec¨ªan estar dispuestos a ignorar: les devolv¨ªa su dignidad, palabra clave en el libro y en la terapia que se nos propone para superar la situaci¨®n creada en El Ejido y en otros enclaves similares. Dignidad del aut¨®ctono, al que ¨¦sta se le hurta desde un conglomerado de prejuicios ideol¨®gicos y medi¨¢ticos, y dignidad del inmigrante, valor que ha de anteponer a las servidumbres de la sociedad de origen y que ha de conquistar en el seno de la sociedad de acogida, no sin que ¨¦sta le ofrezca las condiciones apropiadas para ello.
Yo, noct¨ªvago e insomne, le hab¨ªa solido decir a Mikel: me tienes que ense?ar la ma?ana, describ¨ªrmela, darme el nombre de las cosas que amanecen con la luz. Y ahora, cap¨ªtulo a cap¨ªtulo, me entregaba esa luz en su mirada, extra?a, casi an¨®mala para quien, como yo, se hab¨ªa hecho su particular composici¨®n maniquea de lo que pod¨ªa estar sucediendo all¨ª. Yo no hubiera podido ver lo que Mikel estaba viendo y mostr¨¢ndomelo. Percib¨ª una clara valent¨ªa en lo que escrib¨ªa, pero no era cuesti¨®n de valent¨ªa ni de arrojo; no se trataba de decir lo que nadie hab¨ªa dicho, no se trataba de epatar, de sembrar el esc¨¢ndalo. La mirada de Mikel era sincera y ofrec¨ªa una nueva perspectiva que pod¨ªa ser interesante. Ve¨ªa el valor, la val¨ªa, del campesino almeriense, de ese patr¨®n tachado casi de esclavista, ¨²nico culpable de lo que estaba ocurriendo all¨ª. Desde una cultura del trabajo, llena de sacrificio y privaciones, ese campesino hab¨ªa sabido salir p'alantesin olvidar su memoria, es decir, siendo capaz de valorar el sacrificio y el sufrimiento de los dem¨¢s, tambi¨¦n del inmigrante. Una cultura antigua, que brotaba del espesor del mito, de ah¨ª las continuas alusiones a los mitos grecolatinos.
Pero es el sudor el que humaniza el mito, el sudor el que ha ense?ado la dignidad humana al almeriense, y es ese sudor el que ha de reivindicar el inmigrante, exigiendo "que sea tratado como se trata el sudor de los almerienses". No es f¨¢cil, pero no es devaluando al que acoge, ignorando sus valores como se conseguir¨¢ integrar al que viene. El reto es inmenso si pensamos que se trata de una sociedad que pasa en apenas tres d¨¦cadas de ser una sociedad rural casi de subsistencia, pero fija en sus l¨ªmites y en su suelo cultural, a ser una sociedad m¨®vil, movilizada en su tr¨¢fico global. Desnudarla de todo referente, devaluar el paso de gigante que ha dado hacia una cultura urbana que puede ser integradora, para enfrentarle como alternativa un puzzle multi¨¦tnico puede conducir al desastre. Es el error, entre otros, que Mikel Azurmendi ha sabido se?alar.
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