Los Borja de Mario Puzo
Quien acaso sea nuestro m¨¢s denso, pol¨ªgrafo y prol¨ªfico escritor, digo de Joan Francesc Mira, se ha cogido un enfado de no te menees despu¨¦s de haberse le¨ªdo las 50 primeras p¨¢ginas de Els Borja, la novela de Mario Puzo, recientemente editada por Bromera. El jueves pasado, en estas mismas p¨¢ginas, daba un repaso a la citada obra y autor. A una la reputaba de bunyol y del otro proclamaba, entre otros despiadados atributos, su ignorancia acerca del universo borgiano. No puedo imaginar qu¨¦ hubiera escrito mi admirado Quico Mira de haberse trasegado las 450 p¨¢ginas restantes nutridas igualmente de banals i barroeres mentides. Su impaciencia le alivi¨® de tal sofoco.
No me cuesta comprender su indignaci¨®n. Nuestro escritor es un especialista en la materia, dedic¨® a?os y quintales de rigor a escudri?ar las peripecias de la familia valenciana m¨¢s universal, y su desvelo cuaj¨® en un libro -Borja Papa, ediciones 3i4- que, para mi modesto entender, figura entre lo mejor de la inmensa bibliograf¨ªa que desmenuza la vasta peripecia de ese linaje papal. No es, pues, extra?o que se sobresalte ante la pirueta literaria de Puzo, aderezada de nuevos y viejos episodios entre veros¨ªmiles y delirantes que han alentado durante siglos la famosa leyenda negra de tan insigne parentela.
Joan F. Mira, o esa es mi impresi¨®n, como a?os antes el periodista Mart¨ª Dom¨ªnguez, por citar otro borgiano de la tierra, ha abordado este complejo tajo hist¨®rico con el prop¨®sito, precisamente, de restaurar en la medida de lo posible la verdad y personalidad de los agonistas -Alejandro VI, C¨¦sar, Lucrecia y etc¨¦tera-, cuyas vidas y pecados no necesitan que se carguen las tintas para pasmar al lector. En este intento tampoco puede chocarnos que, tanto por ser de justicia como por paisanaje, se enamorasen de los personajes biografiados. No se olvide que, adem¨¢s de sangre, sexo y dem¨¢s perversidades -que es el tel¨®n de fondo de toda una ¨¦poca, y no de una sola familia- los Borja rindieron servicios incuestionables al papado. Pero estos extremos est¨¢n sobradamente documentados e iluminados por la rica historiograf¨ªa, al menos hasta que el m¨¢s sabio de los estudiosos, el padre Miquel Batllori, diga su ¨²ltima palabra.
En esas est¨¢bamos -quiero decir que la realidad reivindicada de los hechos hab¨ªa aventado los celajes exclusivamente turbulentos de la leyenda-, cuando aparece la versi¨®n puzoborgiana que, al decir de Mira, no sobrepasa el nivel de Mortadelo y Filem¨®n. As¨ª ser¨¢ y admito que lo es a ojos del historiador. Lejos de m¨ª la tentaci¨®n de ponerle reparos al maestro. Sin embargo, y a riesgo de penitenciar mi confidencia, he de admitir que he le¨ªdo con gusto la recreaci¨®n de Puzo. Con gusto y provecho porque, qui¨¦rase o no, se trata de un fabulador capaz de insuflar a los personajes el aliento y talante que no se decantan de los datos o referencias extra¨ªdas de un pergamino o legajo. Cierto es que al lector desprevenido le da gato por liebre, pero a¨²n as¨ª, es seguro que le sacudir¨¢ el inter¨¦s y le mantendr¨¢ prendido al texto y trama de esta aventura borgiana. Al lector prevenido le aporta el perfil v¨ªvido que ¨²nicamente propicia un novelista. En ambos aspectos, yo pienso que es un libro recomendable y no es penoso que tenga una gran acogida por parte del p¨²blico, perito o no en los Borja.
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