El decano de los hoteles cuenta sus memorias
El Ritz, emblema hostelero madrile?o, publica el relato de sus noventa a?os de vida
Dos mansardas de pizarra negra.Un r¨®tulo de ne¨®n celeste. Y un edificio blanco, como de nata, con ventanales remarcados por cortinas de raso color champ¨¢n. Los visillos permanecen inmaculadamente limpios. Tras ellos, una intimidad discreta y alfombrada, de la que pareciera surgir el aroma azulado de caros cigarros puros. Es el Ritz de Madrid. En plena plaza de Neptuno, junto al Museo del Prado y frente al Obelisco de la plaza de la Lealtad, el hotel decano de los de Madrid ha cumplido ya 90 a?os. Su actual propietario, el grupo japon¨¦s Nomura, decidi¨® por ello publicar las memorias de la veterana instituci¨®n hotelera. El relato, en forma de revista ilustrada, ve la luz ahora tras a?o y medio de trabajo de un equipo regido por Mar¨ªa ?ngeles Fern¨¢ndez, integrado por Fernando L¨®pez, con textos de Javier Tamayo y Teresa Medina, m¨¢s el dise?o gr¨¢fico de Rosal¨ªa Villauriz y Diego de Acu?a. El establecimiento mantiene el troquel hotelero acu?ado por C¨¦sar Ritz, un camarero suizo nacido en Niederwald en 1850. ?ste trabaj¨® por media Europa, y, tras conocer los deleites del buen vivir posteriores a la guerra franco-prusiana, recal¨® en el Savoy de Londres y decidi¨® sembrar Europa con remansos lujosos para viajeros de post¨ªn, a la saz¨®n llamados touristes. Pose¨ªa una f¨®rmula muy suya: confort centroeuropeo, elegancia francesa, etiqueta brit¨¢nica. Y aqu¨ª, en Madrid, le a?adi¨® un cuarto ingrediente, muy hispano: la hospitalidad.
Mata Hari, el duque de Windsor, Alexander Fleming, Rainiero y Grace de M¨®naco se alojaron en sus 'suites'
La mezcla funciona desde entonces. Concretamente, desde octubre de 1910. 'Eso s¨ª, con altibajos, pero sin interrupci¨®n', reconoce durante la presentaci¨®n del libro-revista Alfonso Jord¨¢n, rector general del Ritz.
La idea de erigir en el Madrid de principios del pasado siglo un hotel de gran lujo surgi¨® de Alfonso XIII, explica Tamayo. 'Los invitados a su boda con la princesa Victoria Eugenia de Battemberg, en mayo de 1906, tuvieron que aposentarse en residencias particulares de nobles por la falta de un hotel madrile?o en condiciones'. Ello llev¨® al ¨²ltimo rey con corte de arist¨®cratas a plantear la necesidad de dotar a la capital de un establecimiento hotelero regio. La idea se convirti¨® en una locomotora modernizadora de la ciudad: el marqu¨¦s de Guadalmina cre¨® una sociedad, Compa?¨ªa de Desarrollo Ritz, acopi¨® dinero, busc¨® un solar frente al paseo del Prado -hasta entonces ocupado por el circo T¨ªvoli- y contrat¨® al arquitecto franc¨¦s del Ritz de Par¨ªs, Charles Mewes, y a otro alarife, el vasco Luis de Landecho. Las obras costaron cinco millones de pesetas y consumieron dos a?os de trabajo. El resultado fue un edificio de estilo belle ¨¦poque, de seis plantas, rematado por dos c¨²pulas amansardadas, con barandillas abalconadas y una inconfundible p¨¢tina de residencia palaciega de est¨ªo.
Sus 125 habitaciones, a siete pesetas diarias de 1910, m¨¢s una treintena de suites, as¨ª como seis grandes salones, fueron la dote b¨¢sica de uno de los cinco mejores hoteles del mundo, seg¨²n las cr¨®nicas de entonces. 'Incluso contaba con un tel¨¦fono por cada planta, a la saz¨®n avanzad¨ªsimo servicio, ¨²nico en Madrid', a?ade Tamayo. Pero la singularidad del Ritz resid¨ªa y reside hoy en su plantilla, formada por 250 personas, de una veintena de oficios. 'Hay tres altos directivos que comenzaron de botones en esta casa', cuenta Jos¨¦ Luis Plaza, director de comunicaci¨®n; as¨ª subraya la existencia de una cultura laboral propia del Ritz, 'que forma parte de su mejor patrimonio'. Y deja caer un ejemplo de singularidad: 'Los empleados uniformados llevan todos sus trajes hechos a medida', destaca. M¨¢s hechos: el Ritz cuenta con 40 cocineros, siete pasteleros, incluso un especialista en salsas, am¨¦n de legi¨®n de conserjes, valets, doncellas; sus recepcionistas hablan en ocho idiomas. Un ejemplo del tono de su confort: la alcachofa dorada de la ducha de cada suite mide 20 cent¨ªmetros de di¨¢metro.
Su centro de florister¨ªa es capaz de satisfacer en apenas unas horas la demanda de 1.000 rosas rojas para un cliente enamorado. Los clientes del hotel son sus invitados. Tal m¨¢xima, esgrimida por la familia Marquet, propietaria del Ritz durante 47 a?os -hasta 1979- requiri¨® desde siempre una ecuaci¨®n compensada entre el servicio brindado por el personal del hotel y la exigencia de que cada hu¨¦sped muestre saber estar. 'El Ritz y sus invitados han conseguido mantener siempre tal equilibrio', comenta Plaza con una sonrisa. 'El equilibrio proseguir¨¢ ma?ana', anuncia.
Arist¨®cratas y burgueses
Un anciano cliente, que pide la reserva de su nombre, explica por qu¨¦ raz¨®n el linajudo hotel Ritz ha logrado mantener su patricia distinci¨®n 90 a?os: 'En Madrid, los proletarios se creyeron a veces burgueses; los burgueses, casi siempre arist¨®cratas, y los arist¨®cratas, se consideraron siempre semidioses. Unos y otros', agrega, 'se han visto influidos por formas de hidalgu¨ªa diferentes, seg¨²n su clase social, pero todos se han cre¨ªdo merecedores de ese patriciado que el lujo del Ritz, como s¨ªmbolo de distinci¨®n social, les brindaba'. Desaparecida la aristocracia tras la Rep¨²blica y por el recelo del dictador Franco, su emblema hotelero ya no es un s¨ªmbolo aristocr¨¢tico, sino meritocr¨¢tico, 'al que todos creen poder aspirar'. Otro cliente, ingeniero jubilado, cuenta una an¨¦cdota: 'Un d¨ªa, en los salones de abajo, se celebraba un congreso de ingenieros agr¨®nomos; de pronto, lleg¨® un colega corriendo y grit¨® a la sala: '?Han hecho ministro a Cirilo!'. '?A Cirilo?', replic¨® levant¨¢ndose airado un compa?ero suyo con mejor n¨²mero de promoci¨®n que el tal Cirilo, 'y cay¨® al suelo fulminado por un ataque cardiaco', sonr¨ªe. En otra ocasi¨®n, Antonio F. Saavedra, inspector del Ministerio de Informaci¨®n y Turismo, visitaba el Ritz. Fumador de un tabaco popular, caldo de gallina, solicit¨® a un botones un paquete de esa marca. 'Se?or', contest¨®, '¨¦ste es un hotel de lujo'. 'S¨ª, lo s¨¦', dijo el inspector, 'pero el lujo lo determino yo'. Y el botones regres¨® raudo con su tabaco. Este tono llev¨® al hotel a gentes como la esp¨ªa Mata Hari; el duque de Windsor; el descubridor de la penicilina (sir Alexander Fleming); y los pr¨ªncipes Rainiero y Grace de M¨®naco, que pasaron aqu¨ª su noche de bodas.
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