Una tradici¨®n encanecida

La alta comedia de No?l Coward oscila entre el costumbrismo y lo exquisito, entre el cosmopolitismo impostado y un cierto nihilismo que desv¨ªa hacia el humor todo aquello que la sociedad de su tiempo no estaba dispuesta a tomarse en serio. No s¨®lo cre¨® escuela con sus buenas maneras: produjo tambi¨¦n de manera indirecta una legi¨®n de imitadores que, con mayor o peor fortuna, trataron de reproducir su estilo. Es un estilo repleto de situaciones expuestas con claridad pero destinadas a complicarse, donde el car¨¢cter estrafalario muchas veces de los personajes le sirve para poner en sus labios una protesta educada ante la hipocres¨ªa social de su ¨¦poca, y donde el juego de las r¨¦plicas y contrarr¨¦plicas, en general muy ingeniosas, tiene m¨¢s peso que su resoluci¨®n dramat¨²rgica, hasta el punto de que se ha sugerido que el autor habr¨ªa sido un excelente novelista.

Todo ello es, como parece natural, muy ingl¨¦s, con ese toque del esp¨ªritu que no siempre es f¨¢cil de reproducir por quienes carecen de esa tradici¨®n. Es algo que se deja ver en este montaje de Angel Garc¨ªa Moreno, y tambi¨¦n en la versi¨®n de Jaime Azpilicueta, m¨¢s pr¨®ximos a una astracanada de Alfonso Paso que a los innumerables matices de un texto que, a¨²n siendo menor, tiene la enjundia suficiente como para requerir el concurso de delicadas soluciones en su puesta en escena. No es el caso de esta producci¨®n de circunstancias, que no desde?a un cierto amontonamiento no siempre bien resuelto, carente de elegancia en sus ejes principales, y en el que destaca, por su constancia, el trabajo de Mar¨ªa Luisa Merlo, que a fuerza de tablas hace veros¨ªmil el b¨ªblico personaje que interpreta.