La invenci¨®n del M¨¦xico mestizo
La conquista de M¨¦xico por Hern¨¢n Cort¨¦s y sus hombres se ha considerado siempre una gesta monumental, aunque la prensa que ha gozado el conquistador extreme?o en el pa¨ªs donde descansan sus huesos ha sido bastante mala, especialmente desde la Revoluci¨®n Mexicana en adelante. Para comprobar este extremo basta ver c¨®mo algunos de los murales de Diego Rivera nos ofrecen una visi¨®n distorsionada y maniquea del personaje. Como suele ocurrir, la realidad es mucho m¨¢s compleja y uno de los grandes m¨¦ritos de la excelente biograf¨ªa de Juan Miralles es presentarnos una figura de carne y hueso, llena de luces y sombras, de grandezas y miserias o, por decirlo de forma algo empalagosa, a un hombre de su tiempo. La tesis central del autor es que Cort¨¦s invent¨® M¨¦xico siguiendo el modelo de su Espa?a natal. De ah¨ª el nombre dado a la tierra conquistada: la Nueva Espa?a de la Mar Oc¨¦ana.
HERN?N CORT?S. INVENTOR DE M?XICO
Juan Miralles Ostos Tusquets. Barcelona, 2001 694 p¨¢ginas. 3.900 pesetas
El libro, fruto de un trabajo
¨ªmprobo de largos a?os y que ha supuesto la lectura sistem¨¢tica de los cronistas del siglo XVI que han escrito sobre Cort¨¦s y de abundante documentaci¨®n, ha provocado una viva pol¨¦mica en M¨¦xico. ?sta se origin¨®, entre otras razones, por sus afirmaciones de que los mexica (aztecas) gustaban del canibalismo como pr¨¢ctica gastron¨®mica y no como antropofagia ritual. Sin embargo, no es ¨¦ste el mayor m¨¦rito de una obra que en buena parte gira en torno a la dilatada vida de Cort¨¦s y su labor durante la conquista de M¨¦xico y la captura de Tenochtitlan, capital del imperio mexica. Miralles insiste en el papel determinante de los ind¨ªgenas aliados de Cort¨¦s, un hecho de sobra conocido, y por eso uno de los cap¨ªtulos centrales se denomina Todos contra Tenochtitlan. No fueron s¨®lo los indios de Tlaxcala, o los de Texcoco, sino pr¨¢cticamente todos los vecinos subordinados al imperio azteca y explotados por ¨¦l los que se rebelaron aprovechando la presencia espa?ola. Las decenas de miles de combatientes ind¨ªgenas a disposici¨®n del futuro marqu¨¦s del Valle explican la relativa facilidad de la conquista.
En una ¨¦poca en la que lo pol¨ªticamente correcto es resaltar las grandes y buc¨®licas virtudes del pasado ind¨ªgena y poner de relieve las miserias de los quinientos a?os de explotaci¨®n colonial, destaca la valent¨ªa de Miralles al insistir en el salvajismo de la esclavitud ind¨ªgena. Esto nos recuerda una vez m¨¢s que la dominaci¨®n social no es un invento occidental y que en Am¨¦rica hab¨ªa formas brutales de control social que no ten¨ªan nada que envidiar a las practicadas en Europa o en Asia en las mismas fechas. Es m¨¢s, en su relaci¨®n con el mundo ind¨ªgena, Cort¨¦s realza enormemente el papel de los dirigentes nativos, los cuales fueron una pieza clave en la organizaci¨®n estatal empezada a construir a partir de la destrucci¨®n total de Tenochtitlan. Desde entonces un nuevo orden pol¨ªtico sucedi¨® al anterior y no se produjo ning¨²n vac¨ªo de poder. La mayor¨ªa de las poblaciones ind¨ªgenas ten¨ªan autoridades designadas por Cort¨¦s. La paz absoluta vivida en la Nueva Espa?a se debi¨® a la actitud de los diversos pueblos ind¨ªgenas, que se adaptaron r¨¢pidamente al derrumbe de su cultura y al surgimiento de una nueva realidad controlada por seres totalmente extra?os, portadores de una nueva racionalidad y de una nueva religi¨®n, que pretend¨ªan imponer por encima de los derrotados ¨ªdolos locales.
P¨¢rrafo aparte merece la figura de Malintzin (Malinche o Do?a Mariana), un personaje clave de la conquista. Ella y Jer¨®nimo de Aguilar permitieron a Cort¨¦s entrar en contacto con el mundo ind¨ªgena y negociar con ellos de t¨² a t¨². Como se?ala Miralles: 'La actuaci¨®n de esa mujer no fue la de una m¨¢quina de traducir que, de manera mec¨¢nica, vertiera al n¨¢huatl los mensajes que le daban. Fue trasladadora de culturas. Puede imagin¨¢rsele captando el misterio de un dios muerto, clavado a un madero, pero que resucit¨® y vive, am¨¦n del dogma de la Trinidad, buscando las palabras adecuadas para realizar el traslado a la mentalidad ind¨ªgena'.
No s¨®lo vemos a los conquis-
tadores emparent¨¢ndose con algunas princesas ind¨ªgenas, sino tambi¨¦n reconociendo a sus hijos que obten¨ªan, una vez bautizados, el tratamiento de don o de do?a y pasaban a formar parte de la sociedad de los conquistadores. Dos de las hijas de Motecuhzoma (Moctezuma), Do?a Isabel y Do?a Marina, se casaron con jefes conquistadores por indicaci¨®n de Cort¨¦s y recibieron encomiendas (ind¨ªgenas) en su beneficio. La relaci¨®n de Cort¨¦s con Motecuhzoma y Cuauht¨¦moc est¨¢ muy bien narrada y pone de manifiesto la genialidad del extreme?o para controlar situaciones dif¨ªciles. Pero todo el saber hacer de Cort¨¦s durante la conquista comenz¨® a diluirse cuando la situaci¨®n estuvo controlada. Su desgaste en la lucha con otros conquistadores y con las autoridades de la corona fue la nota dominante del resto de su vida. Ni siquiera pudo mantener una relaci¨®n satisfactoria con Antonio de Mendoza, conde de Tendilla, el primer virrey de M¨¦xico. La ra¨ªz de su conflicto con la corona radica en el control y la gesti¨®n del nuevo territorio. Desde el punto de vista del monarca, ratificar los poderes omn¨ªmodos que quer¨ªa Cort¨¦s era recrear en el Nuevo Mundo el modelo feudal que se pretend¨ªa dar por totalmente superado.
No s¨¦ si ¨¦sta es la biograf¨ªa definitiva de Cort¨¦s, algo siempre dif¨ªcil de afirmar. Ahora bien, queda claro que estamos ante una obra excelente que no s¨®lo describe la complejidad de Hern¨¢n Cort¨¦s y sus peripecias vitales, tanto en M¨¦xico como en Espa?a, sino tambi¨¦n las l¨ªneas maestras de esa empresa colosal que fue la conquista del imperio azteca, piedra fundamental de la nueva realidad que hoy conocemos como M¨¦xico. M¨¢s all¨¢ del poco aprecio que tienen los mexicanos por su figura, lo cierto es que sin Cort¨¦s hoy estar¨ªamos frente a una realidad distinta de la que todos conocemos.
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