Mexicano, pelotari y transgresor
Primer profesional americano de pelota a mano, Fernando Medina asombra a los especialistas con su estilo poco ortodoxo
Mexicano y pelotari de 22 a?os, Fernando Medina no tiene en Pamplona con qui¨¦n jugar al ajedrez, ni mucho menos al b¨¦isbol, sus otras pasiones, pero se consuela sabi¨¦ndose en el centro del universo de los frontones. Aunque aterrizara con aires de marciano desde un alejad¨ªsimo planeta sat¨¦lite, Medina hace figura de pionero. El mundo de la pelota a mano hierve en Euskadi, Navarra y La Rioja pero se congela fuera de estos l¨ªmites fronterizos. En M¨¦xico, contrariamente a lo que ocurre en las tres comunidades aut¨®nomas citadas, triunfa la herramienta (cesta punta, pala...) en detrimento de la mano desnuda, la que aqu¨ª mueve pasiones. El caso de Medina supera el simple exotismo, la an¨¦cdota que le se?ala como el primer profesional americano de la historia de la pelota a mano: tallado para el baloncesto (1, 94 m), Medina empieza a asombrar por su manera de moverse en la cancha, por una pegada que se ejecuta con ortodoxia pero no con eficacia.
Siete meses despu¨¦s de firmar un contrato de tres a?os con la empresa Asegarce y de aterrizar con cara de despiste impresionado en Bilbao, el pelotari nacido en San Juan de Ixtayop¨¢n se encuentra a un paso de colarse en la final del torneo de Segunda del Cuatro y Medio. 'S¨ª, s¨ª, tengo muchas posibilidades de pasar a la final, pero todav¨ªa tengo mucho que mejorar', reconoce el mexicano, que se entrena a diario con los campeones navarros de su empresa, la figura de Rub¨¦n Beloki entre ellos. El contacto con sus referencias no le resulta, sin embargo, tan fruct¨ªfero como desear¨ªa: 'Me he integrado muy bien pero me gustar¨ªa entrenarme con los grandes, en el front¨®n, porque hasta ahora s¨®lo comparto con ellos los trabajos de gimnasio', matiza sin reproche alguno en su reflexi¨®n. Tambi¨¦n se ha acostumbrado a la rutina de la vida en Navarra, cuya 'seguridad y tranquilidad' le impresionan, acostumbrado a la delincuencia de su pa¨ªs.
En Pamplona ha encontrado la prolongaci¨®n natural a su carrera, iniciada en el front¨®n que su padre, Fernando, se hizo construir junto a la casa familiar. 'Regresaba corriendo del colegio para jugar contra mi hermano Roberto, tres a?os mayor que yo. Todas las tardes las pasaba en la cancha y ni siquiera recuerdo en qu¨¦ a?o empec¨¦ a jugar. Llevo haci¨¦ndolo toda mi vida'. Ahora le pagan por saltar a la cancha, el f¨²tbol ha sustituido moment¨¢neamente su pasi¨®n por el b¨¦isbol y s¨®lo echa en falta a su maestro de ajedrez, el que de tarde en tarde le desafiaba en el sal¨®n de su casa. En Pamplona, los desaf¨ªos se desarrollan en el tablero de su ordenador, un suced¨¢neo de compa?¨ªa que le permite desconectar de su profesi¨®n.
Hecho a s¨ª mismo, Medina asombra por su calidad t¨¦cnica. En su empresa aseguran que su variedad de registros supera la de muchos pelotaris criados en un entorno mucho m¨¢s favorable, pero mientras elogian su habilidad se preocupan por la displicencia con la que afronta sus compromisos. A ratos, su extrema parsimonia le impide concentrarse: la presi¨®n no va con ¨¦l y da la impresi¨®n de contemplar sus obligaciones profesionales como la prolongaci¨®n del juego que le ha ocupado durante toda su vida. En el vestuario, no usa los bancos y prefiere la baldosa como asiento mientras se retoca ensimismado los tacos que protegen sus manos. La viva imagen de la serenidad.
Si el profesionalismo de Medina constituye un hito, su afici¨®n tiene poco que ver con la casualidad. Al margen de la tentaci¨®n del front¨®n anexo a su hogar, Medina siempre tuvo la 'pl¨¢tica' paterna para imaginarse desaf¨ªos inmensos y una alternativa ajena a la que le propon¨ªan los estudios. Como su abuelo, su padre fue pelotari y disput¨® el Mundial de San Sebasti¨¢n en 1972. Suficiente para hacer de la cancha una prolongaci¨®n de las aulas. Mientras examina sus opciones en el campeonato de segunda su obstinaci¨®n se centra en 'aprender'. En el lugar m¨¢s indicado para progresar, ninguna partida de ajedrez le mantuvo tan concentrado.
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