Lo dif¨ªcil no es la guerra, sino la paz
Cuando acaban los conflictos, la prensa olvida los pa¨ªses en guerra
La guerra es obscena, escandalosa. Y retransmitida por televisi¨®n, mucho m¨¢s. ?C¨®mo podemos observar el bombardeo de una ciudad sin levantarnos del sill¨®n y protestar? No es cierto que quienes informamos de los conflictos b¨¦licos estemos vacunados. Yo no lo estoy. Se me revuelve el est¨®mago cada vez que veo un cad¨¢ver y se me ponen los pelos de punta cuando estalla una mina delante de mi coche. Pero lo dif¨ªcil no es la guerra, sino la paz. Hacerla e informar de ella.
He vuelto de Afganist¨¢n con un sabor amargo. Los aviones estadounidenses dejan de bombardear, pero el man¨¢ no llueve del cielo. Los afganos siguen sufriendo las mismas carencias que ya pude ver el pasado mayo y que arrastran desde que la guerra civil desintegr¨® el pa¨ªs. Les falta comida, les falta trabajo, les falta una estructura social, les falta la vida... Aunque ahora se haya colado una bocanada de ox¨ªgeno, el pa¨ªs requiere cuidados intensivos.
De hecho, durante mi reciente estancia en ese pa¨ªs, no presenci¨¦ ninguna celebraci¨®n. Las muestras de alegr¨ªa eran muy contenidas. Cierto que la mayor¨ªa aplaude la liberaci¨®n del yugo talib¨¢n. Sin embargo, los recelos hacia el poder adquirido por las fuerzas de la Alianza del Norte y la incertidumbre ensombrecen el futuro. Tras 22 a?os de guerra, los afganos no terminan de creerse que haya llegado el fin. Algunos han depositado las pocas esperanzas que les quedan en Estados Unidos. Otros recuerdan su abandono en 1992.
Me temo lo peor. Una vez que Washington localice a Osama Bin Laden y las c¨¢maras de televisi¨®n se hayan ido, ?cu¨¢nto tiempo m¨¢s vamos a interesarnos por lo que suceda en Afganist¨¢n? Sin la ayuda prometida por la comunidad internacional, la reconstrucci¨®n de ese pa¨ªs resulta inviable. A¨²n con ella, ser¨¢ dif¨ªcil.
Sin embargo, hay 25 millones de seres humanos a los que no podemos defraudar. Mucha gente que ha mantenido niveles de decencia heroicos durante todos estos a?os, a la espera de que un d¨ªa regrese la cordura a su pa¨ªs.
Los periodistas no somos inmunes al sentimiento, y yo me he sentido conmovida por los empleados que recogen los muertos que deja la guerra, por los desminadores, por los m¨¦dicos y por las enfermeras que han mantenido los hospitales abiertos sin medicinas, por las mujeres que han dado clase en la clandestinidad jug¨¢ndose la vida...
Me cost¨® dejar Kabul a pesar de las incomodidades. Dormir en el suelo, carecer de agua caliente o tener que comprar un generador para poder transmitir la cr¨®nica son s¨®lo an¨¦cdotas de nuestro trabajo. Lo verdaderamente duro es regresar a casa y dejar de pensar en los que han quedado atr¨¢s.
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