El talib¨¢n desconocido
El r¨¦gimen ha desaparecido, pero sus costumbres perduran en Afganist¨¢n
En la Edad Media nadie era consciente de que viv¨ªa en la Edad Media. A los habitantes de Kandahar, el feudo de los talibanes, no les cabe en la cabeza que una mujer pueda ir con la cara al aire sin ser una prostituta. Para ellos es el resto del mundo el que ha perdido la br¨²jula y el reloj. Una semana despu¨¦s de marcharse, los dirigentes talibanes de Kandahar, apenas se ve¨ªan media docena de mujeres por las calles. Y, por supuesto, con burka.
Estados Unidos podr¨¢ calzar a los pastunes que han derrotado a los talibanes. Podr¨¢ vestirlos, darles de comer y ense?arles que levantar el dedo pulgar significa que s¨ª, que vale, OK. Pero ?cu¨¢nto tiempo se necesitar¨¢ para cambiar una forma de vida tan arraigada? ?Cu¨¢nto para borrar esas miradas de violadores medievales con que los pastunes desnudan a las periodistas extranjeras? ?Y cu¨¢nto tiempo para cambiar esa propensi¨®n al enfrentamiento tribal, a las conquistas y reconquistas? Desde hace cientos de a?os, mucho antes de que los americanos le dieran el valor de OK, en la cultura past¨²n, levantar el pulgar significa que no, denegado.
Queda mucho por aprender del pueblo donde nacieron los talibanes. Empezando por su mentalidad.
Un profesor de 50 a?os le propuso a un periodista de TV-3 en la ciudad past¨²n de Peshawar: '?Quieres ver c¨®mo es la mentalidad afgana? ?C¨®mo tenemos organizado el cerebro?'. Y entonces le pidi¨® a sus alumnos de siete a?os que se colocaran en fila india, uno detr¨¢s de otro.
Entre insultos, peleas y empujones, los ni?os tardaban m¨¢s de quince minutos en colocarse. Y al final fue una ni?a la que se puso al frente de los dem¨¢s y logr¨® ponerlos en fila. 'Ahora que est¨¢n en fila, llamaremos a una persona de la calle, le diremos que les entregue estos caramelos, a los ni?os les pediremos que mantengan el orden de la fila y nosotros nos iremos. En cuanto desaparezcamos se destruir¨¢ la fila y todo el concepto de organizaci¨®n'. Y as¨ª fue, la furgoneta de los periodistas desapareci¨® y una nube de ni?os engull¨® a quien repart¨ªa los caramelos.
'En el campo de refugiados de Rogani, en la frontera afgano-pakistan¨ª', recuerda el cooperante espa?ol de Interm¨®n H¨¦ctor Oliva, 'llegaba el cami¨®n cisterna con el agua y los afganos no quer¨ªan esperar cinco minutos o diez a que le enchufaran la manguera y el agua fuera desde el cami¨®n al dep¨®sito del campo y de all¨ª a los grifos'. Diez minutos como mucho. 'Y como no quer¨ªan esperar se iban con sus cubos al cami¨®n. Entonces el conductor les dec¨ªa que no pod¨ªan coger el agua todav¨ªa. Y terminaban apedre¨¢ndolo. Hemos tenido a un conductor varios d¨ªas en el hospital'.
Todo ese desorden, ese caos, esa imposibilidad para organizarse se tradujo all¨¢ por los a?os noventa en bandidaje, extorsiones, secuestros, violaciones y se?ores de la guerra. Los comerciantes no pod¨ªan circular libremente por la carretera. Y en esto llegaron los talibanes. Con el Cor¨¢n en una mano y el Kal¨¢snikov en la otra. Disciplina y orden. Siete a?os despu¨¦s, al entrar en Kandahar, hemos visto que, cuando soltaban el Cor¨¢n y el Kal¨¢shnikov, los dirigentes talibanes sol¨ªan coger el volante de un todoterreno como el que conduc¨ªa el mul¨¢ Omar. Buenos coches, buena ropa, comida y casas.
Y ahora, despu¨¦s de tanta muerte, despu¨¦s de que no se hayan borrado de la memoria las personas que saltaron a la desesperada de las Torres Gemelas huyendo del calor, miles de refugiados siguen tiritando cada noche bajo el fr¨ªo, sin m¨¢s techo que la tela de una tienda de campa?a prestada. En los hospitales hay madres que han perdido a sus hijos, hijos sin padres y hermanas sin hermanos.
Son las verdaderas v¨ªctimas de la guerra. Gente que no vio el paseo de Ariel Sharon por la Explanada de las Mezquitas, ni ha visto nunca un edificio m¨¢s alto de tres plantas, ni la inmensa pradera que se extend¨ªa a los pies de la casa del mul¨¢ Omar.
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