Yo, hace siglos
Me sentaba en el suelo y o¨ªa la tierra, los grillos que cos¨ªan el silencio zurciendo piedras y sombras, zurciendo las nubes contra el tejado de la casa y la voz de mi abuela en una de las habitaciones de arriba, de modo que en cuanto los grillos se callaban todo estaba bien, las cosas en armon¨ªa unas con otras, mi respiraci¨®n con ellas y entonces cerr¨¦ los ojos y por un momento sin tiempo fui feliz. Al abrir los ojos comenzaron los olores: el de septiembre a trav¨¦s de las vides, el de los bueyes de regreso desde m¨¢s all¨¢ del pinar, el de una piedra de mica que apretaba en la mano, el perfil de la sierra dibujado a l¨¢piz en el l¨ªmite de las copas. Y el de mi cuerpo tambi¨¦n, un olor inacabado de ni?o, gestos inacabados, manos que intentaban aprender el contorno de una naranja y los poros de la arcilla. El olor tan diferente, incomprensible, de los muertos, con fosas nasales enormes en la almohada del ata¨²d, el ramito de olivo con agua bendita con el cual se dibujaban se?ales de la cruz sobre el difunto. Despu¨¦s, con lentitud, se cerraba una tapa
Durante siglos no me convert¨ª en adulto. Despu¨¦s no s¨¦ qu¨¦ sucedi¨® y me qued¨¦ de este modo, como ahora
-?D¨®nde est¨¢ la nariz?
y el cementerio se llenaba de hierbas y de losas. Tapaban el ata¨²d con una veneraci¨®n de flores y el misterio comenzaba. ?Ad¨®nde fue? ?D¨®nde se encuentra? Por debajo de las hojas s¨®lo ra¨ªces, bichos menudos, un agua ¨¢spera que helaba, los huesos del perro pero no juntos, con un musgo de tinieblas. ?En qu¨¦ lugar
decidme
ladrar¨ªa ahora? Me parec¨ªa o¨ªrlo por la noche, junto a las hierbas, un sonido breve desatento conmigo que escapaba hacia la estaci¨®n de tren si lo llamaba. De manera que ten¨ªa la esperanza de que, as¨ª quieto, lo ver¨ªa entrar en la habitaci¨®n husmeando sombras, entreteni¨¦ndose contra los muebles, ovill¨¢ndose por fin en los flecos de la alfombra, la piel de las costillas hacia abajo y hacia arriba, exhausto.
No preguntaba nada porque sent¨ªa que ninguna respuesta correspond¨ªa a la pregunta, que las personas se distra¨ªan
-?Qu¨¦?
con el reloj de p¨¦ndulo que dilataba el asombro. El coraz¨®n de cada una de ellas un reloj de p¨¦ndulo tambi¨¦n, extra?os mecanismos pausados de los que estaban hechos, palabras que pasaban a donde mi cabeza no llegaba, r¨¢pidas, complicadas, duras. Todo palabras. Adultos hechos de palabras, bocas que modelaban sonidos perfectos, in¨²tiles. Y yo a m¨ª
-?Qui¨¦nes son ¨¦stos?
estas camisas, estos vestidos, estas gafas sesudas que de vez en cuando se inclinaban
-?El ni?o no come?
antes de regresar a sus extra?as frases.
En la loza de mi plato un elefante saltaba a la comba, en el cristal de mi vaso una abeja con los ojos pintados y el elefante y la abeja me confirmaban
-No eres mayor
me confirmaban
-Nunca ser¨¢s mayor
hasta que la sopa sumerg¨ªa al elefante y la leche volv¨ªa a la abeja menos n¨ªtida, un insecto inservible que no me acusaba. Mis pies no llegaban al suelo, mi ment¨®n a la altura del mantel; gafas m¨¢s distantes, mayores, tos¨ªan con autoridad en la cabecera
-Come
gafas que, si yo fuese los grillos, zurcir¨ªa p¨¢rpado a p¨¢rpado hasta dejarlos ciegos frente a m¨ª y que observasen s¨®lo a los dem¨¢s. Al quitarse las gafas la cara de mi abuelo se quedaba desnuda, con las marcas de las plaquetas que le enrojec¨ªan la piel. La arruga del sombrero no desaparec¨ªa nunca, lo divid¨ªa en dos mitades, la superior s¨®lo pelo, la inferior boca, manos, servilleta, un pedazo de pan que desaparec¨ªa en las enc¨ªas, pausado, important¨ªsimo. El pan que yo com¨ªa sin importancia alguna, pan y nada m¨¢s que pan. Se plegaba en la lengua, se ablandaba. El casta?o saludaba a la ventana y nadie m¨¢s lo ve¨ªa. La l¨¢mpara encendida no brillaba en el techo, brillaba en los tenedores, en los frascos de medicina de los adultos, en la ?ltima Cena en relieve de la pared, a la que las campanas, los domingos, le otorgaban una profundidad de pasillo sagrado. A las nueve me mandaban acostar y sus conversaciones, en la sala, ampliaban el mundo. El gallo, atolondrado, cantaba a deshoras, inventando un horizonte a partir del gallinero. ?Todo tan despacioso, tan espeso! Ramas, el autob¨²s en la carretera, una fruta que no paraba de caer. Despu¨¦s me dorm¨ªa y los a?os aprovechaban para atropellarse unos a otros: habr¨ªa de despertarme viej¨ªsimo, con unas gafas s¨®lo m¨ªas, para ordenar
-Come
?a qui¨¦n? No hab¨ªa nadie a quien yo pudiese darle ¨®rdenes. As¨ª que me dije a m¨ª mismo
-Come
y me admir¨® no convertirme en adulto. Durante siglos no me convert¨ª en adulto. Despu¨¦s no s¨¦ qu¨¦ sucedi¨® y me qued¨¦ de este modo, como ahora. Pero eso ocurrir¨ªa una vez transcurridas muchas semanas, tantas que no s¨¦ decir si ocurri¨® en realidad. Creo que no: si me quedo quieto all¨ª est¨¢n los grillos cosiendo el silencio, zurciendo las nubes contra el tejado de la casa, por un momento sin tiempo soy feliz.
Me hago se?as en el espejo
-Adi¨®s, buen hombre
y, apretando una piedra de mica en la mano, me alegran los bueyes de regreso desde m¨¢s all¨¢ del pinar.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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