Los m¨¢s pobres tomaron las calles y agravaron la revuelta generalizada
La ausencia de cobertura social se halla en el origen de las protestas
Los soci¨®logos los llaman 'los nuevos desaparecidos'. Sin embargo, esos que se ven all¨ª, retrepando la cadena de monta?as de basura de m¨¢s de cincuenta metros de altura en el llamado 'cintur¨®n ecol¨®gico' de Buenos Aires cercano al R¨ªo de la Plata, unos 15 kil¨®metros al sur de la Casa Rosada, la sede del Gobierno, existen todav¨ªa, sus cuerpos pueden verse y tocarse. Son los argentinos m¨¢s pobres, que iniciaron y calentaron una protesta cuya ra¨ªz est¨¢ en la falta de cobertura social para hacer frente a una crisis tan dura.
No son n¨²meros de la econom¨ªa. Tampoco ratas. Son personas, familias enteras. Padres seguidos de hijos harapientos, con los pies desnudos, que suben y bajan la monta?a buscando latas, cartones, pl¨¢sticos, restos de comida. El olor es nauseabundo. Insoportable. Los automovilistas que circulan por la carretera cercana est¨¢n obligados a cubrirse la nariz con un pa?uelo a cualquier hora del d¨ªa cuando pasan por ese tramo.
La desocupaci¨®n se triplic¨® entre 1991 y 1995, los a?os del crecimiento y del menemismo, cuando se vendieron a precio de liquidaci¨®n las empresas del Estado y el ex presidente Carlos Menem y el ministro de Econom¨ªa, Domingo Cavallo, se atribu¨ªan la paternidad del llamado 'modelo'. El crecimiento econ¨®mico se redujo un 2,8% promedio entre 1996 y 2001 y el desempleo se estima ya en el 20%. Uno de cada tres argentinos no tiene trabajo y otro es un subocupado o empleado temporario. M¨¢s de cinco millones subsisten bajo la l¨ªnea de pobreza. Los analistas les consideran, definitivamente, 'excluidos del modelo'.
El informe sobre la Democracia en la Argentina elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) da cuenta del empobrecimiento de los argentinos. El 62% de los encuestados asegura que su situaci¨®n econ¨®mica es peor que la del a?o pasado. El 97% considera que la pobreza 'es una situaci¨®n muy o bastante presente', el 95% que la desigualdad social 'es un rasgo muy o bastante presente', y el 93% opina que la polarizaci¨®n social, entendida como la distancia que separa a los m¨¢s ricos de los m¨¢s pobres, 'es un rasgo muy y bastante presente en la Argentina actual'.
Cuando el ex ministro Cavallo impuso, hace tres semanas, las restricciones al retiro de los dep¨®sitos para evitar una crisis de liquidez que acabar¨ªa con el sistema financiero en dos d¨ªas, encendi¨® la mecha de la bomba de tiempo que estallar¨ªa en el coraz¨®n del poder. La bancarizaci¨®n de la vida cotidiana oblig¨® a miles de personas a abrir cuentas corrientes, cajas de ahorro, tarjetas de d¨¦bito o de cr¨¦dito para reemplazar al dinero en efectivo. ?Pero ellos, los cirujas de qu¨¦ iban a vivir si sus amos decid¨ªan retener las monedas o los escasos billetes circulantes y dejaban de pagar los dos o tres pesos diarios a cambio de la mercader¨ªa recogida en los basurales?
Ellos y los millones de ciudadanos desocupados como ellos que segu¨ªan colgados de alguna esperanza en la econom¨ªa marginal estaban condenados a morir o combatir de hambre. Ahora ya se sabe que salieron a dar batalla. 'Oid el ruido de rotas cadenas', dice en un p¨¢rrafo el Himno Nacional Argentino, y pueden o¨ªrse ahora las quejas porque el brutal ajuste para alcanzar el d¨¦ficit fiscal cero que reclamaba el Fondo Monetario Internacional se hizo a costa de demorar el pago de los subsidios a los desocupados y de reducir abruptamente los planes alimentarios. La cadena de solidaridad se cort¨® y las entregas compulsivas de los hipermercados no alcanzaban a cubrir el vac¨ªo de las ollas en los comedores populares. Caritas, la organizaci¨®n de asistencia social de la Iglesia, fue la primera en advertir que el sistema hab¨ªa dejado de funcionar. Los alcaldes de pueblo, los intendentes de los municipios bonaerenses donde se asientas las populosas villas miseria, reclamaban a los gobernadores de provincias y ¨¦stos, a su vez, al Gobierno central que le reten¨ªa los fondos por la coparticipaci¨®n de impuestos. Todos advert¨ªan sobre los riesgos de un estallido. Todos los que ten¨ªan al menos uno de los pies en la tierra percib¨ªan el temblor del subsuelo. Todos, menos el presidente y sus ministros. Hasta que el vozarr¨®n de la bronca se desat¨® como una tempestead y les arranc¨® de cuajo de adentro de sus acondicionados despachos.
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