'Los muertos que vos mat¨¢is...'
All¨¢, cerca del final del siglo XIX, poco antes de enloquecer, Nietzsche dijo: 'Ha llegado la hora final de la pol¨ªtica menuda; el siglo que viene ser¨¢ lucha por el dominio de los territorios y all¨ª vendr¨¢ la hora de la gran pol¨ªtica'. Desgraciadamente, el dram¨¢tico pensador alem¨¢n ten¨ªa raz¨®n en cuanto a la lucha de los territorios, y as¨ª, el siglo XX ha pasado a la historia signado por las dos primeras guerras mundiales y una guerra fr¨ªa, que tanto supo de caliente (y sangriento) en Am¨¦rica Latina. Hoy, sin embargo, la pol¨ªtica no pasa ya por la conquista de los territorios, sino por la controversia de las ideas, las pasiones nacionalistas, el equilibrio entre la libertad y la justicia o bien el eterno debate entre la racionalidad y el fanatismo.
Esa tensi¨®n dial¨¦ctica transcurre con el tel¨®n de fondo de una globalizaci¨®n cuyo vigor cient¨ªfico-tecnol¨®gico la hace imparable. Hasta los terroristas del 11 de septiembre, tributarios de una concepci¨®n medieval y teocr¨¢tica de la sociedad, son parte de esa misma globalizaci¨®n. ?Qui¨¦n puede dudar que la repercusi¨®n de esos atentados est¨¢ ligada a las im¨¢genes de televisi¨®n universalmente difundidas en directo por los sat¨¦lites? Los mismos mensajes de Bin Laden son un producto del marketing globalizado.
La novedad es que, en medio de esas rampantes fuerzas universales, ha reaparecido con fuerza inesperada el Estado. No el Estado Benefactor, cuyos l¨ªmites concentraran el debate de los ¨²ltimos a?os. Es el retorno del Estado hobbesiano, irreversible titular de la fuerza para garantizar la 'paz y la defensa com¨²n', titular de la autoridad de juzgar sobre el bien y sobre el mal. Es el monopolista de la fuerza de Max Weber, a quien se le pide que ofrezca seguridad aun sin discutir el precio.
Luego de imaginarse que la globalizaci¨®n desvanec¨ªa el Estado y superaba la tradicional idea de soberan¨ªa, ella lo pone en escena, a trav¨¦s, nada menos, que de la acci¨®n militar. Y esto traslada la cuesti¨®n, nuevamente, al ejercicio pol¨ªtico, pues se trata de usar la fuerza para combatir el terror y a la vez preservar el funcionamiento del sistema democr¨¢tico. He all¨ª el renovado desaf¨ªo.
La sociedad abierta, como dec¨ªa Karl Popper, requiere de libertad individual, tolerancia y racionalismo cr¨ªtico, tr¨ªpode sustantivo acu?ado por el gran pensador liberal.
La libertad es puesta en cuesti¨®n por la agresi¨®n o el miedo, tan penetrante ¨¦ste como aqu¨¦lla. ?Cu¨¢l es el l¨ªmite del Estado para usar su fuerza y erradicar ese miedo? Hay quienes miran esto con temor, y ello es natural en sociedades, como la norteamericana, profundamente individualistas. Pero Espa?a y el Pa¨ªs Vasco nos convocan al optimismo: es posible combatir al terrorismo usando la fuerza dentro del Estado de Derecho.
La tolerancia, a su vez, nos enfrenta tambi¨¦n a la cuesti¨®n del l¨ªmite: ?hasta d¨®nde llega el respeto a la diversidad? Sartori nos dice que respetar exige respeto rec¨ªproco porque tolerar no es abdicar de la propia convicci¨®n. De lo contrario, pasamos del pluralismo a la tribalizaci¨®n de la sociedad. Esto lo escribi¨® antes del 11 de septiembre, pensando simplemente en los problemas ¨¦tnicos europeos, pero ahora ello se ve desde otra luz.
Por ¨²ltimo, Popper nos reclama racionalidad cr¨ªtica y esto cada d¨ªa se ve como m¨¢s consustancial a la idea democr¨¢tica. Precisamente ¨¦se es el significado sustantivo del enfrentamiento del 11 de septiembre, que opone el racionalismo con el dogmatismo, la capacidad de an¨¢lisis con el fanatismo. ?se ya es el valor del s¨ªmbolo de la fecha, tal cual la Toma de la Bastilla ha sido el s¨ªmbolo del combate liberal frente al absolutismo o la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn de la victoria democr¨¢tica frente al comunismo. Son episodios que trascienden su realidad y se erigen en iconos. Esa imagen, a su vez, impone un desaf¨ªo, el de que ese Estado revitalizado vaya m¨¢s all¨¢ de una idea de seguridad militar.
El Estado hoy es la ¨²nica entidad capaz de organizar la fuerza, pero ella ha de estar encuadrada en los principios del Estado de derecho. A su vez, tiene que desarrollar un concepto de seguridad nuevo, que incluye hoy la seguridad energ¨¦tica, la seguridad alimentaria, la seguridad ambiental, la seguridad sanitaria. Tambi¨¦n es quien ha de preservar la econom¨ªa de mercado, para que ella no sea desvirtuada por los neocorporativismos que asoman, una vez que las respuestas neoliberales han resultado insuficientes. Pero, por encima de todo, est¨¢ claro que el Estado -los Estados- son quienes deben asumir el rol de gobernar la globalidad. ?sta ha sido parcial, irregular, an¨¢rquica. Como no la program¨® ning¨²n Estado, a diferencia de la del siglo XVI (comandada por los reinos de Espa?a y Portugal) o de la del siglo XVIII (presidida por Gran Breta?a y su Royal Navy), esta globalizaci¨®n nuestra es un producto espont¨¢neo del desarrollo cient¨ªfico-tecnol¨®gico, y como tal, expuesta a cualquier vaiv¨¦n. ?Qui¨¦n si no los Estados deben ordenar definitivamente las finanzas internacionales para evitar el descontrol que hoy se vive? ?Qui¨¦n si no para ordenar el comercio, que tiene una nueva instancia abierta y celebra en la OMC nada menos que la incorporaci¨®n de China?
Se ha abierto as¨ª, impensadamente, una nueva agenda para ese Estado al que Kenichi Ohmae, en su comentado libro, cre¨ªa haberle puesto la l¨¢pida. Sin embargo, como ya se ha dicho, 'los muertos que vos mat¨¢is gozan de buena salud'...
Julio Mar¨ªa Sanguinetti ha sido presidente de Uruguay en 1985-1990 y en 1995-2000.
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