Tibidabo
Par¨ªs puede contemplarse desde Montmartre y tambi¨¦n desde la torre Eiffel. Adem¨¢s permite ser observada desde otras perspectivas, como desde un bateau mouche en el Sena. Lisboa y Roma se levantan sobre siete colinas y tambi¨¦n tienen r¨ªo. Cuando viv¨ªa en Bonn, el peque?o pueblo de Alemania que alberg¨® un Gobierno durante la larga guerra fr¨ªa, lo ¨²nico que aliviaba mi depresi¨®n, producto de no ver nunca el horizonte y vivir bajo una nube persistente y plomiza que pod¨ªa tocarse con la cabeza, era cruzar el Rin por el puente, remontarlo un par de kil¨®metros hasta el embarcadero de K?nigswinter y volver en barcaza a la otra orilla en Bad Godesberg. Justo en medio de la traves¨ªa, me colocaba de frente, mirando la corriente, y me dejaba atravesar por la poderosa fuerza del agua nacida de los Alpes y a punto de desparramarse por las tierras bajas.
D¨ªa de los Inocentes, d¨ªa del Tibidabo: hoy la entrada para los ni?os es gratuita, a condici¨®n de que canten una canci¨®n en favor de la paz
El secreto de esta terapia es simple; consiste en salir de la ciudad, de cualquier ciudad, y contemplarla desde otra perspectiva. En Los ?ngeles, la medicina era subir por las peque?as calles que serpentean por las rieras de las colinas de Hollywood -que los californianos llaman canyon y que se parecen a algunas rieras del Maresme- hasta la cresta de la cordillera. Una vez arriba uno pod¨ªa creerse un dios y mirar imp¨¢vido la interminable alfombra de la asombrosa ciudad extendi¨¦ndose hasta el Pac¨ªfico, por un lado, y hacia el desierto por el valle de san Fernando. Hab¨ªa una ruta especialmente agradable: Mulholand Drive, que era lo m¨¢s parecido a la carretera de las Aig¨¹es de Barcelona, que recorre la sierra de Collserola a media altura.
En Mosc¨² pas¨¦ un verano estudiando ruso en la universidad Lomonosov en tiempos de la perestroika. A finales de la d¨¦cada de los cuarenta, el padrecito Stalin mand¨® construir cinco grandes rascacielos de estilo neog¨®tico para demostrar el poder¨ªo de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Permanecen como aviso para navegantes. Para el reci¨¦n llegado son una m¨¢s de las muchas trampas dispuestas para causar desorientaci¨®n. Todos son iguales, de modo que uno cree que ha encontrado la referencia que buscaba cuando en realidad, en lugar de encontrarse frente a la universidad est¨¢ ante el Ministerio de Exteriores o el hotel Ucrania. La peque?a c¨¢mara infectada de cucarachas en la que me alojaba, situada en el piso 22 de la torre derecha de la universidad, era el gran mirador. A las dos de la madrugada, cuando en verano ya empieza a amanecer, la planicie moscovita toma un tono viol¨¢ceo. Desde all¨ª arriba certificaba d¨®nde y c¨®mo me encontraba.
Ahora me doy cuenta de que, en realidad, he ido repitiendo siempre el mismo ejercicio que practicaba en Barcelona hace muchos a?os: escapar hacia arriba, por la carretera de Vallvidrera o por la Arrabassada y detenerme en alguno de los miradores para contemplar lo que he dejado atr¨¢s y certificar que puedo salir sin dejar de estar.
Uno de los aspectos m¨¢s frustrantes de Madrid es que no es posible distanciarse de la ciudad sin tener que abandonarla. No hay una monta?a desde la cual observar la ciudad, ni un r¨ªo de verdad donde reflejarse. S¨®lo una l¨ªnea recta que separa el campo de la ciudad. Se est¨¢ dentro o se est¨¢ fuera. No hay t¨¦rmino medio, donde acaba la ciudad empieza el campo y viceversa. Alguien me explic¨® que el r¨ªo de Madrid era la Castellana. Y ten¨ªa raz¨®n, incluso puede cruzarse por los puentes de los bulevares.
Hace unos d¨ªas, un viejo amigo me invit¨® a comer en el Tibidabo. El viejo restaurante La Masia se llama ahora el Club del Aventurero y ofrece exquisiteces ex¨®ticas y me di cuenta de que durante todos estos a?os mi ritual evitaba la cumbre, mis viajes se limitaban a recorrer las laderas. Se dir¨ªa que subir hasta el jard¨ªn particular del doctor Andreu me produc¨ªa cierta pereza, tal vez por el previsible agobio de ni?os, coches y peregrinos expiatorios. Pero desde aquel d¨ªa he cambiado de opini¨®n.
El templo no parece tener muchos feligreses, y visto de cerca y mirado por dentro, no es muy recomendable para la contemplaci¨®n est¨¦tica en una ciudad que se precia de su arquitectura. Pero el parque de atracciones, milagrosamente salvado de la desaparici¨®n tras el paso del gran financiero Javier de la Rosa, es otra cosa. Olv¨ªdense ustedes de los modernos parques tem¨¢ticos, de estilo americano. El viejo avi¨®n que vuela sobre el abismo, la casa del miedo, el sal¨®n de los espejos y la colecci¨®n de aut¨®matas, por no hablar de la vieja monta?a rusa, siguen en su sitio y este a?o los han visitado 450.000 personas.
Hoy es el d¨ªa perfecto para subir. Hoy, que los cr¨ªos est¨¢n ya hartos de correr por el pasillo de casa, que los juguetes empiezan a desfallecer hechos trizas y que todav¨ªa queda m¨¢s de una semana de vacaciones escolares, hay que subir a lo alto del Tibidabo. Desde 1996, en el d¨ªa de los Inocentes tiene lugar la Canci¨®n de la Paz en el parque de atracciones. La entrada es gratuita para padres y madres e hijos y hijas, siempre que vayan juntos. Con una sola condici¨®n: que los peque?os canten a una hora determinada esa canci¨®n y los mayores les escuchen. Mientras tanto se puede echar una mirada hacia abajo para contemplar c¨®mo es la ciudad sin la presencia de uno mismo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.