El odio a la Navidad
Cada a?o, mayor n¨²mero de personas reniega de la Navidad. Hace unos d¨ªas hicieron un sondeo en una cadena de televisi¨®n y el sesenta y tanto por ciento de los consultados confesaron que les 'agobiaban' estas fiestas. Para unos las fechas navide?as son demasiado familiares, para otros demasiado caras, para todos excesivamente falsas. El disfrute navide?o de hace 50 a?os parec¨ªa muy coherente con la clase de sociedad que reinaba entonces, pero ahora, una fiesta tan cargada de hogar y de religi¨®n, tan traspasada de villancicos, espumillones y lazos no se corresponde con la actualidad.
Las fiestas de la Navidad se han quedado viejas y ni siquiera el reciclaje de su celebraci¨®n mediante el consumo sin tregua, las org¨ªas sexuales de nochevieja o los viajes m¨¢s ex¨®ticos, han logrado compensar su vetustez. Cada vez que llega la Navidad retrocedemos en la hora de la civilizaci¨®n o nos vemos forzados a hacer como si crey¨¦ramos en la persistencia de una historia perdida. La Navidad es rural a trav¨¦s del bel¨¦n o del ¨¢rbol, es falsa a trav¨¦s de Pap¨¢ Noel y los Reyes Magos, es impertinentemente cara cuando su fondo es la caridad universal.
El malestar que siente mucha gente en Navidad procede especialmente de ese desacuerdo entre la realidad y su fiesta, y la decadencia que despide tanto una como otra. Pocos obtienen una simb¨®lica felicidad suplementaria por la conmemoraci¨®n del alumbramiento divino y pocos ven que la familia encuentre, por su parte, mayor entra?amiento en las contempor¨¢neas mesas del comedor. M¨¢s bien en la familia cada cual tira por su lado para tratar de ponerse contento y el Ni?o Jes¨²s no progresa siquiera en los parvularios. Los elementos de la Navidad son invenciblemente rurales y no urbanos, son obsesivamente religiosos en tiempos de laicidad y c¨¢ndidos en una cultura general de la sospecha.
La fiesta se mantiene en pie como un mu?eco al que nadie se preocupa en abatir, seguros de que, efectivamente, no es otra cosa que un mostrenco. Lo que hace m¨¢s insufrible hoy la Navidad no es ser un desafecto sino tratar de quererla todav¨ªa. Lo que m¨¢s deprime a una mayor¨ªa de los habitantes que se deprimen no procede del desapego a sus s¨ªmbolos sino de la imposibilidad de asumirlos. Otras fiestas llegadas de tiempos atr¨¢s se reciben hoy con simpat¨ªa, pero la Navidad se ha hecho antip¨¢tica a fuerza de explotarse a s¨ª misma, de recrear sus simulacros, de inflarse como una representaci¨®n global de un empalagoso j¨²bilo a plazo fijo. Un j¨²bilo tan cuidadosamente escenificado, tan abusivamente patrocinado por los comercios, los ayuntamientos, las radios o la publicidad que no necesita de nosotros para triunfar.
Esta fiesta en lugar de depender de nuestra adhesi¨®n y nuestra exaltaci¨®n, se ama a s¨ª misma. Comercializada, proclamada, globalizada y sentimentalizada de antemano, funciona como un artefacto multinacional aut¨®nomo donde ya importamos poco. La fiesta opera como un hecho teatral acabado al que la gente debe acoplarse de acuerdo a las reglas del ritual tradicional. La poblaci¨®n ingresa en ella m¨¢s que profesa en ella y act¨²a hip¨®critamente en correlaci¨®n con la alta hipocres¨ªa del montaje. De ah¨ª la enajenaci¨®n creciente que muchos ciudadanos sienten mientras van de aqu¨ª para all¨¢ en estos d¨ªas de purpurina, empujados, conducidos, pulsados para reunirse con los allegados, inducidos a comprar, gastar, regalar. Todo ello envuelto en una atm¨®sfera de m¨²sicas y lucecitas, como si se hubiera dispuesto una hechizante escenograf¨ªa para dar el timo.
?Un timo la Navidad? Si nuestros padres hubieran escuchado esto no habr¨ªan vacilado en creernos locos. No habr¨ªan dudado en suponernos alienados por alguna influencia del mal. Ahora, sin embargo, la alienaci¨®n consiste en ser muy consumidor, muy bebedor y gourmand, muy navide?o en Navidad; y la mayor liberaci¨®n, por el contrario, es pasar estos d¨ªas como si no pasara nada. Es decir, como si la Navidad se hubiera hecho transparente, inexistente, s¨®lo un problema de la multitud.
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