2001, odisea de la historia
Stanley Kubrick presinti¨® la gravitaci¨®n de la fecha, pero en este a?o no acudimos al nacimiento del superhombre, sino a la confirmaci¨®n de otro inquietante mito nietzscheano: 'el eterno retorno de lo mismo'. Con una perplejidad que nos acompa?ar¨¢ siempre, asistimos a una violent¨ªsima revuelta de la historia. Una minor¨ªa perturbada por odios teol¨®gicos busc¨® la reparaci¨®n de un antiguo agravio (el repliegue de la civilizaci¨®n isl¨¢mica) y la restauraci¨®n de una ¨¦poca m¨ªtica (la nueva H¨¦gira, el Califato de un nuevo Mahoma). Aunque no lo consigui¨® y es remoto que alguna vez lo logre, el golpe certero al coraz¨®n de Estados Unidos (de sus s¨ªmbolos y su cultura) ha cambiado la vida en la Tierra. El mundo no volver¨¢, desde luego, a la Edad Media, pero a partir del 11 de septiembre el mundo dej¨® de ser ¨¦l mismo para convertirse en otro, mucho m¨¢s incierto y fr¨¢gil de lo esperado, aunque quiz¨¢ m¨¢s consciente de su condici¨®n real.
No han sido muchas las fechas axiales de la era moderna: 1789 (la Revoluci¨®n Francesa), 1848 (el Manifiesto Comunista y el primer estallido de la revoluci¨®n social en Europa), 1914 (el extra?o arranque de la Primera Guerra Mundial), 1917 (el triunfo de la Revoluci¨®n Rusa) 1929 (el derrumbe de la Bolsa en Wall Street), 1939 (el comienzo de la Segunda Guerra Mundial), 1968 (la revoluci¨®n juvenil contestataria), 1989 (la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y del comunismo). Conforme transcurr¨ªa el siglo XX -el m¨¢s criminal en t¨¦rminos absolutos-, las fechas cruciales tend¨ªan a sucederse con preocupante frecuencia, pero el sentido liberador de 1989 pareci¨® encerrar una moraleja feliz: la humanidad hab¨ªa aprendido finalmente la lecci¨®n de un siglo opresivo y terrible, y adoptaba los valores cardinales de la civilizaci¨®n occidental. Fue entonces cuando Fukuyama public¨® la m¨¢s c¨¢ndida y equivocada de las profec¨ªas: la del 'fin de la historia'. En el 2001, la historia no s¨®lo no termin¨®, sino que recomenz¨® con una vuelta a las Cruzadas.
Quiz¨¢ tampoco tenga raz¨®n el profeta contrario, Samuel Huntington, que previ¨® el 'choque de las civilizaciones'. En el v¨¦rtigo de estos meses, el mapa del islam mostr¨® su car¨¢cter variado no s¨®lo en t¨¦rminos nacionales y pol¨ªticos, sino religiosos, raciales, culturales, tribales. Las im¨¢genes de las masas enardecidas que desfilaban en las ciudades de Pakist¨¢n quemando banderas dieron la vuelta al mundo, pero mucho m¨¢s significativas que esas marchas (en las que participaban decenas de miles de personas) eran las caravanas de millones de afganos que hu¨ªan de la guerra. Esas multitudes dolientes y silenciosas votaban con los pies contra sus propios jerarcas. Tras la derrota del r¨¦gimen talib¨¢n, los afganos siguen votando por una vida que a los ojos febriles del fanatismo puede parecer indigna, vac¨ªa o cobarde, pero que es simplemente normal: cubrir las necesidades elementales, comprar y vender, atender a la familia, hacer el amor, escuchar m¨²sica, jugar futbol, tener fe, caminar en paz. Y, sin embargo, la historia ha demostrado repetidamente que no son esas mayor¨ªas an¨®nimas quienes aceleran o desv¨ªan su marcha, sino las minor¨ªas exaltadas, los doctrinarios armados. En el mundo isl¨¢mico esas minor¨ªas seguir¨¢n activas y actuantes. A los j¨®venes y ni?os que estudian en las madrasas no se les convence con bombas. Al contrario: se les disuade. Muerto Bin Laden sobrevivir¨¢ el mito Bin Laden, y tras ¨¦l, uno, dos, mil Bin Laden que so?ar¨¢n, en primer lugar, con remover a sus propios reg¨ªmenes. Esa explosi¨®n del pasado latente (o mejor, esa lectura explosiva del pasado) es el primer signo ominoso en el comienzo del siglo XXI. Est¨¢ fincada en tendencias convergentes de largo aliento en los pa¨ªses isl¨¢micos: un alt¨ªsimo crecimiento demogr¨¢fico, la radicalidad militante de sus sistemas educativos y la falta de separaci¨®n entre la teolog¨ªa y el poder.
El segundo signo es el terrorismo globalizado. Hay ideas que han salvado a la humanidad e ideas que la han condenado. El misil humano fue inventado por los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, pero ten¨ªa un sentido de honor sacrificial m¨¢s que de arma letal. El ataque a las Torres Gemelas -ensayado antes en las calles de Jerusal¨¦n- fue una idea nueva y prob¨® con creces su eficacia. Conect¨® al mundo como nunca antes: el Internet del miedo. A partir del 11 de septiembre, un misil humano puede apuntar a cualquier objetivo imaginable a condici¨®n de maximizar sus ganancias simb¨®licas: el blanco puede ser una escuela, un estadio, una estaci¨®n del metro, un puente, una central energ¨¦tica o, de nueva cuenta, un avi¨®n. El bioterrorismo, nutrido de los dep¨®sitos dispersos que dej¨® la Uni¨®n Sovi¨¦tica, puede reaparecer en cualquier momento. Y la amenaza de una guerra nuclear (o al menos de una bomba sucia) es ahora mucho m¨¢s real que durante la crisis de los misiles, porque entonces involucraba estados visibles y no redes fan¨¢ticas subrepticias. Pero a¨²n si ninguno de esos peligros llega a materializarse, el mundo sabe que vivir¨¢ con la sombra del terror.
Lo cual tiene ya consecuencias directas sobre el proceso de globalizaci¨®n que muchos consider¨¢bamos no s¨®lo deseable, sino inevitable. Esa reversi¨®n, as¨ª sea parcial, es el tercer factor preocupante de nuestra era. Las fronteras (empezando por las norteamericanas) no ser¨¢n tan abiertas. Como en los a?os treinta, los pa¨ªses tender¨¢n a defenderse del exterior y a concentrarse en s¨ª mismos. Las restricciones al comercio redundar¨¢n seguramente en perjuicio de los m¨¢s pobres (contra lo que proclama la vulgata globalif¨®bica), pero a¨²n esp¨ªritus liberales comenzar¨¢n a cuestionarse seriamente sobre las limitaciones del mercado en un mundo en el que la inmensa y creciente mayor¨ªa tiene niveles de vida miserables y s¨®lo asiste al fest¨ªn de lejos, tras los escaparates de la televisi¨®n y el cine. La ciencia podr¨ªa obrar milagros, pero el caso es que Malthus ha vuelto a ponerse de moda.
El mapa mundial se ha llenado de puntos de conflicto. Es la cuarta se?al ominosa de los nuevos tiempos. Pakist¨¢n y la India seguir¨¢n jugando con fuego nuclear a prop¨®sito de Cachemira. El ¨¦xito inesperado de la guerra por intermediaci¨®n que han llevado a cabo los Estados Unidos en Afganist¨¢n (el apoyo directo a la Alianza del Norte), desencadenar¨¢ seguramente nuevos cap¨ªtulos, para empezar, en Irak (que se resiste a las verificaciones de sus arsenales). La reanudaci¨®n de la guerra exacerbar¨¢ de nueva cuenta los ¨¢nimos y har¨¢ tambalear (en un sentido fundamentalista) a los gobiernos de Pakist¨¢n y Arabia Saud¨ª o (en un sentido parad¨®jidamente modernizador) a Ir¨¢n.
La tragedia palestino-israel¨ª es un cap¨ªtulo aparte. Su improbable soluci¨®n -la ¨²nica posible, a mi juicio- radica en la autocontenci¨®n israel¨ª frente a los actos terroristas palestinos. Esa actitud y el retiro de los asentamientos volcar¨ªa a la opini¨®n mundial en favor de un proceso de paz y ser¨ªa el ¨²nico disuasivo posible para los j¨®venes palestinos que literalmente sue?an con inmolarse. De no ser as¨ª, y dadas las tendencias demogr¨¢ficas de la microsc¨®pica regi¨®n, ambos pueblos se sumir¨¢n en el abismo, pero el desenlace a mediano plazo puede aproximarse a la pesadilla imaginada por Sa¨²l Bellow en 1976: Israel habr¨¢ sido una estaci¨®n m¨¢s en la di¨¢spora milenaria del pueblo jud¨ªo. Y ahora, igual que en 1942, el mundo permanecer¨ªa no s¨®lo pasivo, sino tranquilo, con la conciencia de que esta vez los jud¨ªos (homologados ya no con Shylock sino con Sharon) cavaron su propia tumba. Porque la resurrecci¨®n del antisemitismo es, desdichadamente, otra caracter¨ªstica de nuestro tiempo.
Como ocurre siempre, tambi¨¦n hay luces en el horizonte. El 11 de septiembre puso punto final no s¨®lo a la guerra fr¨ªa, sino a su recuerdo. Desgarrada por siglos entre sus tendencias occidentalistas y eslav¨®filas, ante el desaf¨ªo del radicalismo isl¨¢mico, Rusia ha optado por aliarse a Occidente. China, apoltronada en su asiento milenario, ha observado una posici¨®n casi neutral, pero su convergencia comercial con Occidente parece irreversible. En el a?o 2020, cuando quiz¨¢ sea la primera econom¨ªa del mundo, ser¨¢ ella la que tenga que tomar cartas con respecto a los vastos ej¨¦rcitos musulmanes que la rodean. Quiz¨¢ vengar¨¢ a los Budas dinamitados. En todo caso, poseedora de armas nucleares, no actuar¨ªa con esp¨ªritu de autocontenci¨®n.
Una se?al de verdadero aliento es la diplomacia alemana, instrumentada por el canciller Fischer. Con las conversaciones de paz en Bonn y sin mencionar una palabra sobre su papel en las dos guerras mundiales, los alemanes han reivindicado su lugar moral en Occidente. La actitud general de Europa (solidaria sin histerias) ha sido sobresaliente. Destac¨®, desde luego, la del gobierno ingl¨¦s y su primer ministro, Blair, lo mismo que la eficacia del aparato policial y jur¨ªdico espa?ol en el caso de la red de Al Queda. En el reacomodo mundial, ?frica -con excepci¨®n de sus pa¨ªses de mayor¨ªa isl¨¢mica- qued¨® al margen y lo mismo ocurri¨® con Am¨¦rica Latina. Esa relativa pasividad (o esa tibieza en las muestras simb¨®licas de solidaridad) fue menos comprensible en el caso de M¨¦xico, que en la v¨ªspera de los atentados era -en palabras de Bush- 'el pa¨ªs m¨¢s importante para los Estados Unidos'. Ahora esas palabras pertenecen a la prehistoria.
El balance es m¨¢s negativo que positivo, pero en todo caso es m¨¢s real. Si de esta traum¨¢tica experiencia los Estados Unidos emergen m¨¢s concientes de su lugar en el mundo, m¨¢s prudentes y (si cabe la palabra) m¨¢s humildes, el equilibrio de los pr¨®ximos a?os podr¨ªa resultar menos inestable. No es f¨¢cil que ocurra. Heridos en su orgullo, sinti¨¦ndose odiados e incomprendidos, se embarcar¨¢n en una serie de aventuras b¨¦licas con desenlace imprevisible: la historia como odisea.
Enrique Krauze es historiador mexicano, director de la revista Letras libres..
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