Homosexuales
Se supone que a estas alturas, a unas horas de terminar 2001, la mayor¨ªa de la gente deber¨ªa considerar natural la uni¨®n entre personas del mismo sexo, pero lamentablemente no es as¨ª. La homosexualidad sigue siendo para muchos una desviaci¨®n de la norma, un comportamiento por el que no se debe fusilar a nadie, desde luego, pero que habr¨ªa que mantener, en la medida de lo posible, alejado de los ni?os. As¨ª se deduce de la resistencia social, demasiado fuerte todav¨ªa, a que las parejas homosexuales adopten ni?os con la misma facilidad y aprobaci¨®n vecinal con que puede hacerlo hoy un matrimonio del Opus Dei. Por eso aplaudo el anteproyecto de parejas de hecho redactado por la Consejer¨ªa de Asuntos Sociales, que pronto permitir¨¢ a las parejas homosexuales acoger menores en Andaluc¨ªa.
Quienes se oponen a este derecho suelen utilizar dos argumentos para justificar la prohibici¨®n. Unos recuerdan que lo natural es tener un padre y una madre; una afirmaci¨®n que ser¨ªa c¨¢ndida si no fuera falsa, como saben muy bien los viudos, los nativos de ciertas tribus, las madres solteras, los hijos de quienes contraen segundas nupcias y quienes se cr¨ªan con las abuelas. En rigor, un hombre y una mujer s¨®lo son necesarios para proveer a la naturaleza de materia prima. Que el cuidado y la educaci¨®n del que nace a los nueve meses sea cosa de quienes aportaron bichitos y huevo es una posibilidad, pero no la ¨²nica. Y no siempre la m¨¢s adecuada.
Otros tratan de impedir que un ni?o se cr¨ªe entre homosexuales acudiendo, como es habitual, a la Santa Protecci¨®n del Menor, af¨¢n que en los ¨²ltimos lustros est¨¢ siendo muy eficaz para implantar sin protestas nuevos controles y para recortar sin problemas ciertas libertades. Los prohibicionistas nunca afirmar¨¢n, aunque lo piensen, que es necesario mantener a la infancia lejos de la homosexualidad, no vayan a contagiarse. Convertidos s¨²bitamente en fundamentalistas de la democracia, lamentar¨¢n compungidos que el ni?o no pueda manifestar libremente su consentimiento a tener dos padres o dos madres homosexuales. Tienen raz¨®n, claro. Eso siempre sucede. Ocurre tambi¨¦n cuando los padres que adoptan al chinito son heterosexuales y cat¨®licos practicantes. Y cuando los hijos son leg¨ªtimos y el padre una noche mata a la madre, mata a los hijos y luego intenta sin ¨¦xito volarse la cabeza. Sucede irremediablemente con cada nacimiento, eso s¨ª que es ley de vida. Hubiera sido formidable poder preguntar a los ni?os palestinos que esquivan las bombas de Sharon, o a los afganos que juegan al bal¨®n en una calle reventada de Kabul si deseaban los padres que han tenido, el pa¨ªs donde han nacido y los pol¨ªticos que les han arruinado la vida. Me extra?a que los defensores del menor no empleen todas sus fuerzas en remediar estas espantosas situaciones, y que sin embargo se muestren tan belicosos ante el amor y el bienestar que con toda seguridad proporcionan a los huerfanitos las parejas de burgueses que, homosexuales o no, deciden voluntariamente tener un hijo.
Ojal¨¢ que la segunda modernizaci¨®n de Andaluc¨ªa traiga a partir de esta noche leyes como ¨¦sta: amables, poco ruidosas, pero capaces de cambiar una modesta parcela del mundo.
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